Lo que muchos ignoran, o debo decir lo que todos los humanos ignoran, es el hecho de que podría hacer desaparecer este maldito mundo con tan solo chasquear los dedos. ¿Exagero? si, pero si pudiera lo haría.
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El reloj me avisa el fastidioso comienzo de la tortura anual: las malditas clases.
Despertarme resultaba un fastidio sabiendo que tendría que convivir con esta podrida sociedad diariamente durante todo un año. Las horas se hacen eternas encerrada en aquel manicomio junto a adolescentes idiotas, fastidiosos y realmente molestos.
Y aquí vamos otra vez, otro año, otro día de esta mierda que llaman "vida".
Se me hizo costumbre no desayunar o, en su defecto, apenas comer. Y, para escapar de las garras de mi madre, salgo temprano de mi casa. Camino calle abajo para llegar a a un parque que básicamente funciona de atajo hacia el Instituto.
Este camino es mi favorito. No muchos pasan por aquí a esta hora de la mañana ni menos a la tarde, es más bien un parque abandonado, lleno de árboles, malezas, es casi un bosque.
Es fácil darse cuenta de porque a las personas les desagrada este lugar, parece muerto y realmente uno se siente como si estuviera solo, perdido en otro espacio. Este parque es tan diferente a la ciudad, es como si no perteneciera a ella, muerte y vida tan cercanas.
Ciertamente hubo de esos idiotas que apuestan para entrar aquí de noche, los he visto entrar riendo, vanagloriándose con su supuesta valentía. Sin embargo, solo bastó con que mueva unas cuantas ramas de un árbol y algún que otro arbusto para que salieran corriendo despavoridos.
Creo que es por mi culpa que este parque se haya ganado varias leyendas de fantasmas, muertos y bestias peligrosas, todo por una simple diversión.
Asustar es unas de las pocas cosas que me divierte, eso y joderle la vida a los demás.
Aprovecho el camino para prender un cigarrillo, una costumbre que adopte por mi madre.
El día en que me golpearon hasta sangrar fue el mismo en que empecé a odiar ir a clase, puesto que quienes me propiciaron la golpiza no eran más que mis compañeras del colegio. Me resultaba un fastidio convivir con ellos. Todo cambio, para mi suerte, descubrír, ese mismo día, que no era uno de ellos sino una bruja. Y no una cualquiera, sino aquella que llamaban "la suprema".
Pero eso me enteré cuando apareció Fiona frente a mi. Estaba apoyada contra uno de los arboles del parque. Estaba cansada por haber corrido para escapar de los de mi clase y aún sangraba por los golpes. Ya era de noche y una figura que no distinguía por la oscuridad se acercó a mi y me tendió su mano. Desde ese día hasta hoy ha pasado mucho tiempo, por lo que ahora con solo mover un dedo, y más aún, con solo pensarlo puedo cambiar las cosas de su lugar.
Mis heridas sanaron rápidamente, algo usual en mi cuerpo. Desde entonces y poco a poco Fiona me fue enseñando sobre lo que en realidad era, además de conjuros y hechizos, y del mundo al cual pertenecía. Controlar el poder que tenía me resulto fácil, no usarlo contra los humanos para divertirme aún me cuesta. Desde aquella noche mi desprecio por ellos solo fue en aumento.
Como decía, es raro e inusual encontrar personas que merodeen por este parque. Sin embargo hoy fue una excepción. Un idiota vestido de negro con la cara pintada como un cadáver se me acercaba lentamente. Mientras mas cerca estaba mas podía ver como esbozaba una sonrisa. Un sentimiento de peligro se apodero de mi, algo malo traía ese chico.
Podía quedarme y enfrentarlo, pero su presencia me decía que nada bueno iba a pasar y sentí algo que no había sentido desde aquella lejana noche cuando descubrí quien era, sentí miedo. Así que gire sobre mis pies para iniciar la carrera pero me sorprendió él. Estaba parado frente a mi cuando antes se encontraba en la dirección opuesta.
Mi cuerpo se paralizo completamente, sentí mi corazón agitarse en mi pecho. El miedo se apoderaba de mi. Los gélidos ojos de ese muchacho, su sonrisa distante me helaban la sangre, parecía que el tiempo se había detenido hasta que hablo.
"Al fin te encontré" fue lo único que me dijo antes de intentar tomar mi cuello con sus manos. Sin embargo, reaccione rápido y queme la palma de sus manos haciéndolo retroceder mientras esbozaba una mueca de dolor, y luego, para mi sorpresa, rió.
Al maldito le gustaba el dolor. Lo comprobé cuando reiteradas veces busco acercase a mi aunque esto le implicara el quemar su cuerpo. Lo cual era en vano puesto que el, al igual que yo, se regeneraba rápidamente.
Que carajos es este chico...
No podía ser un brujo puesto que ya me habría dado cuenta, nunca había conocido a alguien así, a excepción de otras brujas. Salvo seres mitológicos y fantásticos que estaban dibujados en los el libro de las especies que Cordelia me había enseñado. Lo que había fuera del mundo de las brujas escapaba de mis conocimientos.
Este chico podría matarme aquí mismo, huir me era imposible. Adonde me dirigía el ya se encontraba allí. No me quedaba otra opción que encarar la batalla.
-¿Quién demonios eres? Dime- le exigí casi en un grito , el juego del gato y el ratón me estaba pudriendo.
Al ver que no me respondía decidí ponerle fin a esto y moví algunas ramas de los arboles que estaban a sus costados y a su espalda, en este punto ya nos habíamos interiorizado en la parte con mas arboles del parque.
Dirigí las ramas en forma de ballestas hacia él con el propósito de clavarlas en su cuerpo. Pero este las repelía con total facilidad. Algunas las rompió, otras las disecciono hacia mi.
Logre esquivar las primeras pero estas volvían y una rozo mi antebrazo izquierdo abriendo una herida de la cual manaba sangre que empezaba a bajar por mi brazo. No fue la única, dos mas, en mi muslo derecho y otra a un costado de la panza. La ropa ya estaba rota y la manchada de sangre.
Sentí el ardor, un dolor penetrante en donde se encontraban las heridas hacia mella en todo mi cuerpo. El maldito, ileso, se acerco a mi, aún mantenía esa sonrisa sin vida en la cara. Sus pasos eran lentos pero decididos, llevaba unas botas negras y algo en el chasqueaba, como si tuviera unas pequeñas cadenas en su ropa.
Antes de que se acercara más me decidí a hacer lo único que podría ayudarme a escapar. Moví de un lado al otro mi mano sobre la parte del suelo que cortaba a la mitad la distancia entre el y yo. Chispas empezaron a manar de aquel sector hasta convertirse en un prominente fuego que hacia las veces de una pared que separaba nuestros cuerpos. Queme arboles y malezas alrededor suyo, encerrándolo en un circulo rojo. Como no se movía decidí correr lejos de allí quemando cuanto podía para obstaculizar aún más su camino. Al ver que no me seguía tan solo decidí correr hasta salir del parque.
Si bien las heridas se habían curado en mi ropa había tajos llenos de sangre. Mi aspecto no era bueno, estaba sudada y llena de tierra. Ni hablar de mi mochila, la había dejado en el bosque al tratar de escapar del idiota que quería matarme. Así que solo corrí devuelta a mi casa. Para mi suerte no me había alejado mucho de ella, en cuestión de minutos ya había llegado hasta mi cuadra.
Al llegar, trepe por la puerta que daba al jardín y trepe por un árbol cerca de la ventana de mi cuarto. Sabia que no había nadie en casa pero aun así decidí entrar a hurtadillas para no dejar rastro. Me lance de una rama hacia el balcón y entre a mi cuarto.
Quede paralizada otra vez, ese chico se encontraba en mi habitación. Con su sonrisa muerta, sus gélidos ojos, parado frente a mi. Podía sentir el olor a quemado. El terror, la sorpresa y la confusión entremezclado. Ahora si corría peligro...
Philomena.