Capítulo 2: San Francisco

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No es la alarma del móvil lo que despierta a Volkov en su primera mañana en San Francisco.

Son las caricias de Horacio en su mejilla.

Ha apagado la alarma del móvil un poco antes de que sonara, porque él ya estaba despierto y podía encargarse de despertar al ruso. No quiere hacerlo de manera muy brusca, así que se decide por moverlo suavemente y por tocarle el cabello y la cara. Al principio, a Volkov le cuesta abrir los ojos. Después de un viaje en coche tan largo, levantarse tan pronto no es lo que más le apetece. Pero poco a poco va recuperando la consciencia. Además, Horacio ha descorrido las cortinas, y la luz se cuela en la habitación.

—Buenos días —dice Volkov, cuando es capaz de abrir los ojos. Horacio está de rodillas en su lado de la cama, impidiendo que la luz le dé en la cara a Volkov antes de que se acostumbre a la claridad de la habitación para que no le haga daño en los ojos. Le aparta la mano de la cara en cuanto lo escucha hablar.

—Buenos días —responde, con una sonrisa, y se baja de la cama. Empieza a sacar ropa de su bolsa mientras Volkov bosteza y se levanta. En general no es que sea especialmente vergonzoso a la hora de cambiarse delante de gente, pero en esa ocasión prefiere vestirse en el baño. Así, además, deja que Volkov se cambie en la habitación.

Está a punto de cruzar el umbral de la puerta cuando Volkov vuelve a dirigirse a él.

—¿Qué quieres desayunar? —detiene sus pasos sólo para girarse un momento y contestar.

—Lo que tú quieras —responde, mientras cierra la puerta del baño con una patada. Desde dentro, añade:— Te dije que podías elegir tú.

Volkov sonríe aunque Horacio no pueda verlo.

-

Salen pronto del hotel, porque tienen muchos planes para el día y tienen que aprovechar las horas al máximo. Quieren pasar la mañana recorriendo los barrios más emblemáticos de la ciudad, comer en la plaza más famosa -Union Square- y, por la tarde, han alquilado unas bicicletas para recorrer el Golden Gate, el puente más famoso de San Francisco. A Horacio le encanta la idea de ver el atardecer desde ahí, y Volkov se ha dejado contagiar por su ilusión. Después, piensan cenar, ducharse y cambiarse en el hotel para salir de fiesta unas horas. A la mañana siguiente se van de la ciudad para continuar con su ruta en coche, pero Horacio no quiere irse sin probar "la vida nocturna" de San Francisco.

Al final, deciden desayunar en la terraza de Mill, una cafetería situada en uno de los barrios que van a visitar, Haight-Ashbury. Prueban uno de los desayunos más populares, unas tostadas elaboradas con pan casero de harina integral y untadas con crema de avellana casera. No mencionan nada sobre la noche anterior, pero Volkov ve a Horacio más animado. Se pasan la mañana haciendo el tonto, y cualquiera que los viera creería que se conocen desde hace más tiempo.

—¿Tú vivirías aquí? —le pregunta Horacio, cuando empiezan su paseo por el barrio residencial. Las casas son de época victoriana, y están pintadas de varios colores chillones. Volkov se lo piensa unos segundos.

—Si fuera de otro color... —Horacio frunce el ceño y se da cuenta de que no conoce ni las cosas básicas de Volkov. En ese momento, tiene el mismo pensamiento que tuvo cuando lo invitó a viajar con él: esta es una oportunidad perfecta para conocerse.

—¿Cuál es tu color favorito? —ni siquiera deja que Volkov responda:— Y no me digas el negro.

—Iba a decir el negro —admite, y Horacio pone los ojos en blanco.

—Si es que lo sabía... —aún así, no tarda nada en volver a sonreír.

—Me gusta el negro, el gris... —enumera Volkov, pero ve la cara que pone Horacio y se detiene—. ¿Qué pasa?

Just what I needed [volkacio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora