Capítulo 3: Santa Rosa

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—¿Por qué llevas gafas de sol si es de noche? —Horacio se gira para mirar a Volkov.

Aún no ha amanecido. Volkov ha salido a por el coche mientras Horacio devolvía las llaves de su habitación del motel. Por mucho que hayan dormido sólo unas cuantas horas, tienen que ponerse ya en marcha para poder llegar a Santa Rosa pronto, y aprovechar bien su tercer día de viaje.

—Porque tengo una resaca de la hostia y me molesta hasta la luz de la luna —responde. Volkov se queda mirándolo unos segundos, y después se le escapa una sonrisa.

Han metido sus bolsas en el maletero, y cada uno se sienta en su respectivo sitio del coche. Horacio ha prometido conducir él también, pero no puede hacerlo con semejante dolor de cabeza.

—Avísame si quieres vomitar para parar el coche —avisa Volkov, mientras arranca. Coloca el brazo sobre el respaldo del asiento del copiloto, y Horacio siente que le da un vuelco el corazón por lo repentino del gesto. Pero se da cuenta al momento de que tan sólo quiere ver si tiene algún obstáculo detrás, y se avergüenza por haber pensado mal.

—No... te preocupes. No voy a vomitar en el coche. Es alquilado —Volkov le dedica una sonrisa rápida y luego marca en el GPS su próximo destino.

Santa Rosa está a una hora, pero van a hacer una parada a medio camino en Napa, un pueblecito agrícola donde van a desayunar y ver el amanecer.

Diez minutos después de comenzar el viaje, Horacio recuerda algo.

—Para el coche un momento —Volkov frunce el ceño.

—¿Te encuentras bien? —pregunta, con una preocupación más que evidente en la cara. Mientras se aparta de la carretera principal para aparcar en el primer sitio que encuentre, a Horacio le cruza la mente el pensamiento de que Volkov ha perdido toda la seriedad que aparentaba. O, por lo menos, para él. Han pasado tanto tiempo juntos que ya es capaz de entender sus gestos y sus miradas. Después se recuerda a sí mismo que sólo han sido tres días.

—Sí, sí. Quiero enseñarte una cosa y no quiero que estrelles el coche de la impresión —Volkov lo mira con recelo y Horacio sonríe con incredulidad—. No me mires así, ni que te fuera a enseñar la- - ¡Ni que te fuera a enseñar nada raro!

Se guarda el chiste guarro para él. Después, cuando el coche ya está aparcado, saca de su bolsillo un pequeño paquetito envuelto en papel de regalo. Cuando vuelve a mirar a Volkov y ve su confusión e intriga en la mirada, toda su confianza se esfuma y siente tanto calor en la cara que sabe que debe de haberse puesto colorado.

—Eh... A ver... —se quita las gafas de sol y las deja en su regazo. Después, carraspea. Su mirada se pasea por cualquier parte excepto los ojos de Volkov, y son gestos como esos los que demuestran lo nervioso que se ha puesto en un momento—. E-Es que tú... has hecho... muchas cosas por mí estos días y... Quería... compensártelo de alguna manera.

Le tiende el paquete a Volkov, que todavía no ha dicho nada.

—Es una tontería, ¿eh? —avisa. Volkov no ve cómo juguetea nervioso con las gafas de sol sobre sus piernas porque está desenvolviendo su regalo. Cuando retira los papeles, coge el objeto entre sus dedos y lo eleva a la altura de sus ojos para inspeccionarlo bien. Es un llavero del Golden Gate en miniatura—. Para que... para que te acuerdes de la puesta de sol de ayer. ¿Te... gusta?

Volkov no dice nada durante unos segundos, pero siente un calor especial en su pecho al pensar en el detalle, y al escuchar las razones de Horacio para comprarlo. Quería que recordara la tarde de ayer, su carrera en bicicleta, y la luz del atardecer reflejándose en el agua.

"De lo que me voy a acordar va a ser de la manera en la que le brillaban los ojos"

—Muchas gracias, Horacio. Me encanta —lo dice en serio, y Horacio lo nota. Se le relajan los hombros visiblemente.

Just what I needed [volkacio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora