Capítulo 9: Palm Springs

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—Vas a vivir en los Estados Unidos, en una casa en la playa, casado y con dos hijos, y vas a trabajar de policía —dice Horacio, seguido del click del bolígrafo al cerrarlo.

Volkov aparta los ojos de la carretera un momento para echar un vistazo rápido a la hoja de papel que Horacio le enseña. Ve cómo ha tachado algunas opciones y ha rodeado otras, pero él no puede objetar nada porque no ha entendido cómo funciona el juego.

—Me gusta lo de la casa en la playa —admite, con una sonrisa. Horacio lo observa con una ceja enarcada—. Y lo de... casado y dos hijos también, aunque... en el futuro.

—Este juego acierta siempre, ¿eh? —Horacio deja el papel sobre su regazo. Ya han jugado a las palabras encadenadas, al ahorcado y a cualquier juego que se les pasara por la cabeza. Las dos horas y cuarto que hay de viaje hasta Palm Springs se les hacen terriblemente largas.

Sobre todo, después de haberse pasado prácticamente toda la noche besándose, enredados entre las mantas y los brazos del otro. Ahora mantenerse separados por tanto tiempo parece más complicado de lo que lo fue días anteriores a su primer beso.

—Excepto en lo de trabajar de policía —añade Volkov. Lleva una camiseta de manga corta y Horacio recorre con la mirada desde sus hombros hasta sus dedos alrededor del volante, detallando los vellos claros y las venas que resaltan sobre su piel pálida—. No es un trabajo... que me guste mucho.

—A mí tampoco. Preferiría trabajar... no sé, de modelo, por ejemplo —Volkov sonríe y lo mira de soslayo, porque no puede apartar la vista de la carretera durante demasiado tiempo.

—Podrías, si quisieras —dice Volkov, y Horacio sonríe ante el cumplido, pero no responde.

Una de las manos de Volkov suelta el volante y se posa sobre el muslo de Horacio. No es la primera vez que lo hace, pero esta vez Horacio lo siente distinto. Es como si ahora se estuviera permitiendo sentir profundamente todo lo que Volkov le provoca, en lugar de intentar reprimirlo.

Coloca su mano sobre la de Volkov. Todavía queda la mitad del trayecto, y han decidido no hacer ninguna pausa hasta llegar a su destino. Repasa el perfil del ruso, fijándose inevitablemente en sus labios.

Va a ser un viaje muy largo.

-

—No me he olvidado de que te dan miedo las alturas, ¿eh? —Horacio entrelaza casualmente su mano con la de Volkov, como si ya se hubiera vuelto algo tan común entre ellos que lo hace sin pensarlo demasiado.

Con la otra mano se abrocha el cinturón del asiento. Una de las atracciones turísticas más famosas de Palm Springs es esa, los teleféricos, que dan unas vistas impresionantes de la ciudad, desde el desierto de Sonora hasta las montañas de San Jacinto.

—La noria no me daba miedo —dice Volkov, entendiendo al instante a qué se refiere—. No me gustaba que el aire la moviera, ya está. Las alturas... no me dan miedo.

—Ya lo veremos hoy... —responde, y se acerca un poco a él. Aún no se han dado suficientes besos como para compensar el largo trayecto en coche.

Volkov no puede pensar una respuesta inteligente, porque justo en ese momento lo tiene a centímetros de sus labios y su mente sólo se enfoca en eso. Intenta volver al tema del que estaban hablando, la noria, lo cual le hace recordar algo.

—Cuando... estábamos en la noria —se echa un poquito más hacia delante— no tenía miedo, pero... sí que tenía ganas de- -

—Hazlo ahora —interrumpe Horacio, teniendo claro de qué está hablando.

Volkov se acerca un poco más, rozando sus labios con los de Horacio, que sonríe de lado, un gesto que le quitaría el hipo a cualquiera. Es el ruso el que hace el último movimiento y acaba robándole un beso.

Just what I needed [volkacio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora