| El acto final |

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Aviso: La canción en la parte superior siento que le sienta muy bien a Orión y su hijo, Ambrosio en esta parte de la historia ya que se adapta a su personalidad que tenía planeada.
Es algo volver a publicar un capítulo nuevo ya que se suponía que ya estaba "concluida", pero...

¿Pensaron que dejaría ese final para Orión como un ave atrapada por su captor? En realidad... ¿Pensaron que Ambro no haría nada por su madre?


"A quien actúa con maldad hay que desearle suerte...

Tarde o temprano la necesitara.

¿?" 


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Ambrosio podía asegurar que amaba muchas en su vida.

Su fiel mascota, un hermoso y poderoso perro de melena rubia, su embarcación con tallados de flores imperiales, su propio palacio personal, el afecto que su padre desbordaba sobre su persona, la amabilidad de las personas cada que los saludaba y otras más. Pero una se llevaba el primer puesto.

Su querida madre.

Orión de Alger Obelia, la persona que lo trajo a la vida y dedico parte de esta en su cuidado.

Amaba con mucha intensidad a su madre, cada que lo abrazaba, cuando lo consolaba y cuando almorzaban juntos, prácticamente cualquier cosa que hicieran juntos era lo mejor para él. Sin embargo, se le hizo muy extraño el hecho de que siendo su madre la luna del imperio y la persona con el segundo rango más importante, obviando a su padre que poseía sangre imperial por sus venas, siempre se la pasaba encerrado en el ala más lejana del palacio.

Todo el tiempo estando sentado en una silla blanda contemplando el paisaje a través de los grandes ventanales completamente calmado y sin moverse durante horas.

En varias ocasiones pensó que ese comportamiento era muy extraño dado a que cuando su padre o el llegaban a la habitación cambiaba completamente para tener siempre una sonrisa en sus labios respondiendo de forma afirmativa y complaciendo sus caprichos.

Un día, probo algo nuevo.

— ¡Madre!

— Oh mí... —el mencionado volteo transformando su semblante inexpresivo en uno más vivo, incluso pudo jurar que el tono de voz se volvió más dulce al que usaba para murmullar. — ¡Mi dulce Ambro! ¿Cómo ha estado tu día, mi pequeño príncipe?

Apretó silenciosamente sus manos antes de posarse delante del oji cerúleo que sonreía, jamás en su vida su madre lo había regañado y todos sus compañeros de juegos siempre les comentaban sobre eso, su padre tampoco lo hacía muy a menudo y cuando lo hacía solo era por haber faltado a una lección de clase. — ... golpee a un amigo mío.

La flor del emperador.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora