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Octubre 31, 1985
Los días avanzan rápidamente en Lenora, California —aunque para el rubio se le hacía más tedioso cada día, agradece tener a su azabache para soportar—. Un lugar lo suficientemente tranquilo para vivir según los habitantes —sonando igual que el lema de un poblado de Indiana— y también criar a la futura generación de cada familia.
Una buena oportunidad para los nuevos residentes que buscan paz después de todo el caos en Hawkins.
No obstante, eso no significa que aún no carguen con sus demonios por su ❝debilidad❞ —justo como 𝐁𝐢𝐥𝐥𝐲 𝐇𝐚𝐫𝐠𝐫𝐨𝐯𝐞 y 𝐅ë𝐚𝐧𝐨𝐫 𝐈𝐯𝐞𝐫𝐬—, o la carencia de lo que sacrificaron contra una ardua batalla —siendo Once un claro ejemplo de la pérdida de sus poderes—. No se han esfumado, lidian con ellos cada día. Y quizás así será siempre.
Como sus almas llenas de sueños rotos con la que unirán sus pedazos para sobrevivir.
Más no dejarán que eso les afecte demasiado para vivir en una constante agonía, eso solo les daña lentamente como un veneno consumiendo desde dentro. Así que mejor se enfocan en una vida ❝normal❞ como se supone debe ser acorde a su edad social. Por lo cual surge una oportunidad que se presenta gracias a un evento entre sus nuevos compañeros: Halloween.
Sí, la fiesta de otoño que está llena de disfraces.
Y la mayoría de los jóvenes de Lenora Hills están muy emocionados por asistir aún cuando el horario escolar se interpone en su camino. Ellos sólo quieren divertirse un poco con la música, drogas y alcohol tanto como puedan; saciando su desenfrenada juventud llena de vitalidad.
Justo como 𝐁𝐢𝐥𝐥𝐲 hace un tiempo, pero ahora se diría que todo eso se ha vuelto irrelevante hasta cierto punto que incluso ya no se emociona de igual manera esa parte de su rebeldía interna.
— Tengo algo para ti, guapo. — dice una joven interceptando el paso del californiano.
𝐇𝐚𝐫𝐠𝐫𝐨𝐯𝐞 salía de su salón de clases para encontrarse con el resto de los chicos y su novia que había ido a guardar algo a su casillero.
Whitney Moore, una de las abejas reinas del instituto que siempre estaba al acecho de muchachos que llamaran su atención, y él lo hacía.
— Gracias, Whitney. — agradece de pronto la pelinegra.
Había avistado a la rubia acercarse a su pareja y no dudó en acudir a la escena. Pensando molesta por tal atrevimiento que no pudo ocultar al hablar sarcástica y tomar el folleto ella misma.
