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Madre

A las 7 de la mañana te grité porque se hacía tarde para llevarte al colegio.

A pesar de que la alarma llevaba bastante tiempo sonando tú no parecías despeinarte siquiera. Y a regañadientes te dirigiste al baño a asearte, tomaste tu desayuno y te pusiste el uniforme.

A las 8 de la mañana íbamos corriendo por las banquetas porque el auto se quedó sin batería y el transporte público tardaría demasiado en pasar.

Te tropezaste con una piedra y te lastimaste el tobillo, por eso te cargue en mi espalda el resto del camino y entre risas te pedí que ya no crecieras o si no ya no podría cargarte.

A las 9 de la mañana me despedí de ti en el portón de la escuela, te llené de besos que tú te quejaste de recibir y te limpiaste con la manga de tu abrigo, la maestra se rió y cariñosamente te llevó al interior de tu aula.

Me quedé con una sonrisa boba en la puerta pensando en lo tierno que te veías caminando como un hombre cuando solo eras un niño de 7 años.

A las 10 de la mañana llegué otra vez a casa, hice la limpieza mientras veía mi programa en la televisión, limpié el piso, la cocina, el baño, el jardín y saqué a pasear al perro.

Mientras en mi mente corrían decenas de pensamientos sobre qué cosas me faltaban por comprar para la despensa, sobre los deberes que me faltaba realizar, sobre la comida, sobre el trabajo, sobre el perro, sobre la vecina que detestaba, pero principalmente, yo pensaba en ti, en si ya habías salido al receso, si te había ido bien en el exámen que tenías que contestar hoy, en si tus compañeros estaban siendo amables contigo... en si eras feliz.

A las 12 de la tarde empecé a hacer el almuerzo, tal vez te enojarías por la cantidad de verduras en el plato pero te compensaría con un chocolate, tú harías sonidos de asco y yo jugaría a comerme tu dulce para que te apresuraras con la comida.

A la una de la tarde salí de casa para recogerte de la escuela, de camino ví que vendían libros de colorear de tu superhéroe favorito, te compré uno.

La fila para recoger a los niños estaba muy larga, pero sabía que tu me esperarías. Cuando por fin llegué al portón, la maestra que te recibió en la mañana no podía verte por ningún lado, pensamos que quizá estarías en el baño, así que me dejó entrar a buscarte, le pregunté a tus compañeros sobre ti, pero nadie sabía a donde te habías ido.

A las dos de la tarde la directora intentaba tranquilizarme, tal vez estabas en los juegos, o te habías escapado a comprar un dulce con las monedas que juntabas por hacerle mandados a las viejitas del vecindario.

Todos los trabajadores de la escuela te buscaban, adentro, a los alrededores, preguntando por ti a otros padres y madres que apenas venían llegando a recoger a sus hijos.

A las tres de la tarde llamamos a la policía, que como siempre se tardó en llegar, preguntaron por tu apariencia física, qué rasgos tenías, qué ropa llevabas, en quiénes confiabas para irte; se atrevieron a preguntar incluso si yo te hacía daño para que tú quisieras huir.

Yo les conteste como pude, no queriendo creer la idea de que tú estabas desaparecido, pensando que era una inocente broma tuya y que pronto aparecerías de algún lado diciendo que caímos en tu juego.

A las 4 de la tarde tu foto estaba en las estaciones de policía, en las casetas para salir del estado, en las redes sociales. Ya muchos estaban viendo tu rostro y queriendo sumarse a tu búsqueda.

A las 5 fui a los sitios a los que te gustaba ir con los oficiales de policía.

A las 6 grité tu nombre en las calles del vecindario.

A las 7 subí un video a internet rogando que si alguien te tenía que por favor te dejara ir, que le daría lo que quisiese, pero que te dejara volver a mis brazos.

A las 8 las vecinas me hicieron un té para intentar tranquilizarme.

A las 9 les grité a todos que te encontraran.

A las 10 me derrumbé al piso llorando, gritándole a Dios que te devolvieran a mi lado, exigiéndole que te permitiera estar conmigo, prometiendo a cualquier ser en el mundo que le daría mi alma de ser necesario, pero yo solo te quería a ti de vuelta a mis brazos.

A las 11 de la noche una llamada anónima alertó a los oficiales, quienes a regañadientes accedieron a llevarme con ellos. Al parecer una mujer había visto a un niño entrando al bosque en compañía de un hombre sospechoso, la mujer había escuchado gritos infantiles provenientes del bosque poco antes de hacer la llamada.

Pero ese no podías ser tú. ¿verdad?

Ese niño que estaba sufriendo al interior del bosque no eras tú, debía otro niño, porque tú solo estabas escondido haciéndonos una broma, tú tenías que estar bien.

A las 12 de la noche, entre lagrimas y gritos desgarradores, tuve que aceptar que mi hijo ya no volvería a casa a comer, ni a dormir en mis brazos, ni a decir con su hermosa voz que me amaba....

Pensamientos De MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora