PRIMERA PARTE: LOS CONFINES DEL OCÉANO

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Una ola rugió en la orilla de la playa y rompió contra las garras de Tsunami. La dragona clavó las zarpas membranosas en la arena húmeda y el viento hinchó sus alas azules.

Levantó la cabeza para respirar el salvaje aire marino.

Ese era el lugar donde se suponía que debía estar. Aquel era su océano. —Déjame adivinar —dijo Gloria tras ella en tono burlón, cambiando la voz para imitar la de su compañera—. Chicos, respirad profundamente el olor de la libertad.

— La libertad huele mucho a pescado —observó Nocturno—. Y, siendo sincero, es tan horrible que no puedo dejar de arrugar la nariz... —Me encanta —respondió la Ala Marina.

Por fin podría recuperar todo lo que los Garras de la Paz le habían robado. La habían mantenido presa toda su vida en aquella montaña rancia y deprimente, cuando se suponía que ella debía estar allí fuera, volando, nadando y viviendo como una Ala Marina de verdad.

Nocturno alzó la mirada al cielo y luego la dirigió hacia el follaje oscuro que silueteaba la playa.

—¿No deberíamos quedarnos bajo los árboles? ¿Y si una patrulla nos

descubre? Es decir... —Guardó silencio un momento y respiró hondo—. Debemos quedarnos bajo la protección de los árboles. Venga. Sí. Está bien. Todo el mundo de vuelta a los árboles ahora mismo.

Los demás le ignoraron, aunque Sol le lanzó una mirada de pena. Tsunami agachó la cabeza para estudiar la manera en la que las olas le bañaban las garras. En la superficie flotaban pequeñas formas plateadas, verdes y amarillas. El océano olía mucho más a vida que el río de la cueva. ¿Solo había pasado una semana desde que habían huido de sus guardianes? Era difícil llevar la cuenta del tiempo que habían estado atrapados en la prisión de los Alas Celestes, pero sí había algo que Tsunami recordaba con claridad: el sonido de los huesos al romperse entre sus garras. La dragonet hizo un agujero en la arena con la zarpa.

«Tenía que matar a ese Ala Marina. La reina Escarlata nos obligó a luchar. No tenía otra forma de salir de la arena. Además estaba loco. Era él o yo» .

No podía quitarse de la cabeza aquellos pensamientos. Sacudió la cabeza y extendió las alas. Todo aquello era ridículo. ¿Era una dragona o una carroñera? Se suponía que los dragones debían ser fieros guerreros. Una muerte de nada no debería afectarla tanto.

Además, Gloria y su veneno mortífero habían matado a más dragones que ella y su amiga no parecía demasiado afectada por ello. —¿Sabes lo que me encanta a mí? —le preguntó Cieno, triste—. Los peces. Muchos peces. Grandes peces que me pueda comer. No estas cositas enanas que no paran de retorcerse en el agua.

El Ala Lodosa se sentó en la arena al lado de Tsunami. En ese momento, le rugió el estómago tan fuerte que todos los demás pudieron oírlo. Sol dejó escapar una risita.

—Cieno, solo ha pasado un día desde que cazaste aquel cerdo enorme

para que todos comiéramos.

—No era tan enorme —suspiró el dragonet, mientras dejaba caer las alas —. Era el cerdo más pequeño del mundo entero.

—Deberías haberte comido mis zanahorias —dijo Sol, al tiempo que trepaba a su espalda y alzaba la cabeza para ver el océano. El sol estaba saliendo por un cielo pálido de color melocotón, enviando pequeños rayos de luz sobre el agua. Las dos lunas apenas eran ya dos sombras plateadas que desaparecían tras las montañas.

—Os lo digo en serio, chicos —repitió Nocturno—. No estamos seguros aquí en la playa con todos los Alas Lodosas y Alas Celestes buscándonos. Nocturno se mantenía bien lejos de las olas, intentando quitarse la arena de las zarpas.

Wings of Fire: La princesa perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora