Tsunami se lanzó hacia la isla donde la aguardaban sus amigos, con el Ala Marina pegado a la cola. La dragonet lo oyó rugir algo, pero el viento se llevó las palabras y le fue imposible entender lo que estaba diciendo.
Vio a Cieno, que en ese momento saltaba del acantilado y se elevaba en el aire. Eso era justamente lo que necesitaba... refuerzos. Con un rápido giro del ala, señaló la arena blanca de la playa en la que había querido dormir la noche anterior. Los otros tres podían permanecer en la cueva y estar a salvo. Cieno y ella podrían acabar con el Ala Marina en solitario.
O al menos eso era lo que esperaba.
—¡Espera! —le gritó su perseguidor—. ¿Adónde vas? ¿Qué pasa? Tsunami dejó de mover las alas un segundo y a punto estuvo de caer al océano. Giró, planeando sobre el mar entre el acantilado y la playa. Por el rabillo del ojo, vio a Cieno que también giraba bruscamente, esperando para ver lo que ella hacía.
El otro Ala Marina también frenó en el aire, a dos dragones de distancia de ella. Le sangraban los arañazos del hocico.
—¿Que qué pasa? —gritó ella, indignada—. ¿No acabas de atacarme? —¡Pues no, la verdad! —protestó el desconocido. Unas líneas le brillaron
un poco en el hocico—. Pensé que tú... es lo normal... —dijo, aunque parecía más y más avergonzado a cada palabra que pronunciaba—. ¡Fuiste tú la que me dijiste que te gustaba! —soltó de sopetón.
—Yo no te he dicho tal cosa —le contestó ella, sorprendida. El Ala Marina arqueó una ceja.
—Me dijiste muy claramente que te gustaba y me hiciste salir del agua solo para repetírmelo.
Tsunami casi se cayó de nuevo al océano.
—Eres un cerebro de calamar muy creído —gritó.
—Bueno... puede que no usaras esas palabras exactas —aclaró—. Vale. Fue un poco confuso. Puede que muy confuso. Pero el mensaje estaba claro. ¿Por qué si no ibas a estar persiguiéndome?
—¿Cuándo, exactamente, se supone que dije todo eso? —le exigió saber Tsunami—. ¿Quizá poco después de que me atacaras?
El otro dragón se tocó el hocico con cuidado e hizo un gesto de dolor. —Aquí la única que ha atacado eres tú. Yo solo intentaba ser amable después de lo que me habías dicho.
—Para.
Quizá Tsunami sí que hubiera malinterpretado sus acciones. Puede que su acercamiento hubiera sido algún tipo de saludo típico de los Alas Marinas que ella no conocía. En cuyo caso... ¡pobrecito! Debía de dolerle mucho el hocico. La dragonet hizo un mohín. Se sentía terriblemente culpable por lo que había hecho. No debería haberse puesto a la defensiva tan rápidamente.
—Dime qué es lo que crees que dije exactamente —preguntó. Él suspiró.
—Yo dije: «¿Qué es lo que estás haciendo aquí?» y tú me contestaste... —dijo, pero luego hizo una pausa, mientras se masajeaba la cabeza con las garras delanteras—. Tú me contestaste: «Eh, dientes resplandecientes, me
han vuelto loca tres de tus garras, pero no las otras. Ojalá tu nariz fuera un arenque para poder comérmelo. Además, tus alas hacen el mismo ruido que un montón de tiburones roncando».
Tsunami estalló en una carcajada.
—Vale, ya lo pillo —dijo, aunque la verdad es que no entendía nada. ¿Se suponía que todos los Alas Marinas tenían ese extraño sentido del humor? ¿Tendría que desarrollarlo ella también?—. Te lo estás inventando. Él se la quedó mirando fijamente.
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Wings of Fire: La princesa perdida
FantasyTras escapar de su encierro en la montaña, los dragones del destino vuelan en libertad, dispuestos a devolver la paz a un mundo dividido. Pero la tierra está llena de amenazas y los elegidos deciden buscar la protección de los dragones del mar. No i...