CAPÍTULO 5

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—Abisal —repitió Sol—. ¡Qué nombre tan divertido!

—Me gusta —corroboró Tsunami—. Fiero y terrorífico, como el mío. Abisal estaba dando vueltas por la playa, dejando una enorme marca en la arena con la cola. Sus escamas azul cielo relucían con un brillo metálico bajo la luz de la mañana. El Ala Marina tenía marcas de garras a lo largo del estómago y lo que parecía la vieja cicatriz de un mordisco en la cola. Tsunami estaba segura de que solo era un par de años mayor que ella. Los arañazos que le había provocado en el hocico por fin habían dejado de sangrar. Esperaba que aquello no le dejara marcas, pues tenía un hocico bastante atractivo cuando no estaba lleno de heridas.

—Está bien —soltó de pronto Abisal—. Así que los Garras de la Paz existen de verdad.

—Para nuestra desgracia —murmuró Gloria.

Abisal la miró y Tsunami sintió una extraña sacudida de envidia por todo el cuerpo, de la cola a la cabeza. Gloria había encontrado una roca enorme sobre la que tumbarse, con las alas extendidas al sol, y sus escamas brillaban en distintos tonos rosas y plateados.

—Creía que todo el mundo conocía a los Garras —dijo Sol.

—Para nosotros no son más que rumores y susurros —le aclaró el Ala Marina—. A ninguna de las reinas le gustaría encontrar un miembro del movimiento por la paz entre sus filas. ¿Conspirar con otras tribus? ¿Robar huevos? —Sacudió la cabeza—. La reina Coral mataría a cualquier dragón que trabajara para los Garras de la Paz.

Le lanzó a Tsunami una intensa mirada que ella no entendió. Cieno estaba sentado en la arena con la cola en el agua. Se había puesto un emplaste de arena lodosa en la herida que Abisal le había causado. Sol estaba sentada a su lado, lanzándole miradas amenazadoras a Abisal cuando se acercaba demasiado a su compañero.

—Y vosotros sois los dragonets del destino. Los de verdad. Aquellos de los que habla la profecía. Sois reales. —Abisal dejó de caminar, cogió aire y empezó a hablar de nuevo—. Y estáis aquí. En el territorio de los Alas Marinas. Justo como en... —dijo, pero se interrumpió para mirar a Tsunami y entonces comenzó a deambular por la playa otra vez.

—Sé que es difícil de creer—intentó calmarlo Tsunami—, pero solo estamos buscando un sitio seguro al que ir. Los Garras de la Paz nos trataron fatal y me imaginé que los Alas Marinas nos darían la bienvenida y nos protegerían.

—Supongo —le contestó Abisal aunque no parecía estar demasiado seguro—. ¿Así que a todos os criaron en una cueva? —dijo, tras lo cual se paró frente a Tsunami—. ¿Sin océano? ¿Nada? ¿Jamás te habías bañado en él?

Aquello parecía ser lo que más le costaba creer.

—No hasta que nos escapamos —respondió ella escuetamente. —Pero eso es horrible.

—Gracias. —Tsunami batió las alas—. Lo sé. Siempre he dicho que nuestra vida era un asco, pero no paraban de tomarme por loca.

—Yo no —la apoyó Gloria.

—No me puedo creer que los Garras te hicieran eso —dijo Abisal clavando las garras en la arena.

—Dímelo a mí. Son lo peor.

—Incluso Membranas... ¿Él tampoco te llevó al océano? —le preguntó el Ala Marina.

—¿Conoces a Membranas? —le espetó Sol.

Abisal agachó la cabeza y frunció el ceño, mirándose las garras delanteras.

—No es un dragón muy querido en nuestra tribu. Todos sabemos que desertó durante una batalla y que después volvió y robó uno de los huevos de la reina. O al menos eso es lo que cree la reina Coral. Pero lo que nadie sabe es si lo robó para los Garras de la Paz o para sus propios planes. Se supone que tenemos prohibido hablar de los rumores sobre los Garras de la Paz.

Wings of Fire: La princesa perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora