CAPÍTULO 3

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La Bahía de las Mil Escamas estaba más lejos de lo que Tsunami pensaba. Había estado estudiando el mapa de Pirria desde que era una pequeña larva, pero era difícil imaginárselo cuando tenía un mundo tan enorme bajo sus alas. Por mucho que supiera que era una estupidez, aún seguía esperando encontrar pequeñas espirales de islas que le cupieran en la palma de la garra. En vez de eso, se encontró volando sobre vastas extensiones de océano vacío, salpicado aquí y allá por solitarios afloramientos de roca.

Después de estar dando vueltas tierra adentro para convencer al Ala Celeste de que se habían ido en dirección contraria, giraron hacia el sur y volaron sobre mar abierto. Consiguieron llegar a una pequeña isla de roca poco después de que cayera la noche, aunque, según Nocturno, aún estaban muy lejos de la Bahía de las Mil Escamas. El Ala Nocturna había calculado la distancia basándose en la velocidad a la que volaban e intentó soltarles una aburrida lección para explicar todos sus cálculos. Los demás dragonets se quedaron dormidos a mitad de la explicación y Nocturno se pasó el día siguiente enfurruñado.

Aun así, Tsunami tenía que admitir, aunque solo fuera para sí misma, que era útil tener cerca a alguien que supiera tanto de geografía y planes de

vuelo. Durante los días siguientes, paraban cada vez que veían una isla, se comían una gaviota o algún pez si podían atraparlo, y luego seguían volando. Tsunami intentó bucear varias veces, pero se sintió muy decepcionada al darse cuenta de que no podía nadar tan rápido como volaba. La única buena noticia era que el agua del mar le ayudaba a sanar la quemadura que tenía en el cuello.

Tuvieron que pasar cuatro días más para que Tsunami pudiera despertarse por fin en una isla que formara parte oficialmente de la Bahía de las Mil Escamas.

Se despertó sobresaltada por una pesadilla en la que moría atrapada bajo los restos de una cueva que se le había derrumbado encima, solo para descubrir que era Cieno quien se le había echado encima durante la noche. Gruñendo, consiguió salir de debajo del enorme Ala Lodosa dejando que la cola de este cayera sobre la cabeza de Nocturno.

Los cinco dragonets dormían apretujados en una cueva situada a mitad de camino de un acantilado muy alto. Era húmeda y muy incómoda. Y encima olía a cagarrutas de gaviota. Cieno apenas había conseguido apretujar las alas lo suficiente para entrar por la puerta de la cueva.

¿Y por qué estaban durmiendo en aquel horrible lugar en vez de hacerlo en la arena blanca y calentita de la playa de abajo?

Tsunami se sentó en la entrada de la cueva y fulminó a Nocturno con la mirada, lo cual tampoco le resultó muy satisfactorio porque todos roncaban plácidamente. Cieno dormía aplastado contra la pared del fondo, con Sol acomodada entre sus garras delanteras y Nocturno hecho un ovillo delante de ellos. Incluso Gloria había enroscado su cola con la de Cieno. Las escamas de la dragonet despedían un brillo naranja y dorado bajo la luz matinal, con destellos rojos cuando resoplaba en sueños.

Nocturno había estado actuando de un modo muy extraño desde que los

Alas Nocturnas lo habían traído de vuelta. De repente, parecía como si quisiera discutir con ella por cualquier motivo. Si ella decía «¡Durmamos en la playa! ¡Será divertido!», él contestaba con un «No, no, tenemos que dormir en una cueva escondida. Eso será mucho más seguro». ¡Más seguro! Como si hubiera algo de lo que tuvieran que preocuparse en plena noche.

Pero todos los demás aún seguían enfadados con ella por haber atacado al soldado Ala Celeste, así que se ponían siempre de parte de Nocturno. A Tsunami no le gustaba el rumbo que estaban tomando las cosas. La dragonet los observó dormir unos segundos más. Era muy complicado liderar un grupo cuando no paraban de cuestionar cada cosa que hacía y de quejarse por todo. Solo quería lo mejor para ellos. ¿Es que acaso no lo sabían? Si tuviera que hacerlo, Tsunami se enfrentaría a un centenar de Alas Celestes para protegerlos.

Wings of Fire: La princesa perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora