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Él

El sudor me cubre el cuerpo aun cuando no hay ni una pisca de calor en el ambiente. Estoy solo. De pie frente a las grandes puertas del salón de los juicios infernales. Habían pasado solo un par de horas desde que pise el estéril suelo del infierno y ya me encontraba en problemas.

Mentiría si digo que no estoy nervioso, porque ¡Demonios! ¿Cómo no estarlo si estoy a nada de volver a ver al mismísimo diablo?

Pocas veces lo he visto de cerca, puedo contarlas con los dedos de mis manos y estoy seguro que me sobrarían dedos... En ambas manos.

Doy un par de respiraciones intentando calmar mi estado nervioso.

«Cálmate, imbécil, no es nada grave por lo que te citaron»

Mi mente repite una y otra vez esas palabras mientras mi cuerpo toca el manillar de la puerta y sin esperar al arrepentimiento, abro con fuerza, entrando de lleno al espacioso salón.

Con la mirada en alto, pasos relajados y decididos, camino en línea recta hasta detenerme a pocos metros del enorme estrado, dónde justo al medio y sobre los lugares del jurado, está el trono del gran juez: Lucifer.

Mis ojos viajan por la sala con falsa altanería, sé que no debería estar a la defensiva cuando, así sea inocente de lo que sea, tengo las de perder en este lugar, pero jamás me permitiría parecer vulnerable y asustado, como verdaderamente me siento.

Observo el sombrío lugar, encontrándolo sorpresivamente vacío, a excepción de los dos hombres de espaldas a mí que están de pie frente al trono de Lucifer. Por las diferentes estaturas sé de quienes se tratan sin detallarlos totalmente. Son nobles, al menos uno de ellos lo es, y el más alto es nada más y nada menos que el rey de las tinieblas.

—... Todo saldrá bien señor —habla el hombre bajito aún sin percatarse de mi presencia—. Él es bueno en lo que hace, confío plenamente en qué cumplirá con su palabra y la traerá con nosotros en cuanto sea el momento.

—Confío en tu criterio, Avaricia, pero no confío en el demonio que elegiste para esta tarea. Conozco muy bien a Darcel, y sé que puede ser impredecible e impulsivo —Lucifer da un par de pasos en dirección al trono y voltea hacia el hombre pecado frente a él—, además de que es un irrespetuoso, dado todo el tiempo que tiene escuchando conversaciones que no le incumben. ¿Cierto, Dargan?

Mi respiración queda paralizada al igual que mi cuerpo. El diablo me observaba con la mirada gélida, entonando sus ojos totalmente negros en mi dirección. Esta más que claro que no se encuentra de buen humor.

—Señor —hago una rápida reverencia—, está en lo cierto, al menos en algunas cosas.

—Demonio insolente.

—Mi señor, olvide a este indisciplinado por ahora, ya después de su misión podrá castigarlo como mejor le plazca —Interviene Avaerus, lord Avaricia—. Le sugiero, si me permite, unos siglos en la fosa, ese sería un buen escarmiento...

—¡SILENCIO! Yo decido como impartir mi justicia. No te metas. —Lucifer camina alejándose de nosotros hasta subir al estrado y sentarse en su imponente trono—. A lo que viniste, Dargan. Quiero un reporte. Rápido.

Él y sus malditos reportes.

—Hace unas semanas algo comenzó a cambiar, un leve aroma ha estado deambulando a pocos kilómetros del objetivo —comienzo a hablar de mi nuevo descubrimiento—. Aún no descifró el origen o motivo, pero no tardaré en lograrlo y solucionarlo.

—Bien, eso para mí no es muy relevante, es tu trabajo y no el mío. Lo que quiero saber es otra cosa.

Lord Avaerus voltea con disimulo en mi dirección, aún no confía del todo en mi palabra aunque diga lo contrario. Puede que descienda de la traición, pero no sería capaz de cometerla. Aunque tampoco soy capaz de mentir, no frente al señor de las mentiras. Pero haga lo que haga terminaré con una cuchilla al cuello.

En Las Sombras (PRONTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora