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Darcel

Tomo otro trago y le hago señas a la morena para que vuelva a llenar mi copa. Ella lo hace con rapidez y me apresuro para tomarme el líquido ambarino que me ayuda a relajarme.

«Tengo que dejar de beber tan seguido —Me regaño—, sobrio tengo más oportunidades de mantener a salvo a Helena»

—Si no fuera por lo que vi hace rato juraría que andas de mal de amores.

Él se sienta sin mucha gracia a mi lado, escalando el alto taburete con su pierna sana para apoyarse en la barra y atravesarse en la dirección de mi mirada: las escaleras que dan a los pisos superiores.

—No jodas, Din.

Apuro la bebida y la dejo sobre el mostrador. Pienso en levantarme e ir a verla pero sé que debo darle su espacio. Ya fui hace un momento, la ayude con uno de sus dolores, pero siento que aún falta, algo no la deja ser ella misma, no espero que lo sea de la noche a la mañana, pero algo en sus ojos delata el dolor que siente. Y si ella no quiere contarlo, debo permitírselo, no soy nadie para sacarle información a la fuerza. Pero si quiero ayudarla no debo dejarla sola...

¿Ayudarla?

No me reconozco.

—Estás pensando en ella. —Afirma dándole al blanco. No le respondo pero tampoco me muevo por más que en un principio pensara en hacerlo—. ¿Hablaron?

—Si. —Din me observa interrogante y yo solo me encojo de hombros—. Nada, no quiero presionarla.

Escucho un bufido de su parte y pido otro trago, esta vez uno doble.

—Entonces...

—¿Qué es lo que quieres saber? ¡Vamos! Habla.

Las feas cicatrices en su rostro se intensifican con su mirada pensativa y cierto rastro maligno se ve en su semblante mientras se concentra en sus pensamientos.

—Quiero la explicación que me debes.

Analizo unos segundos sus palabras y al final asiento. Tomando todo el contenido de la copa me levanto y le hago una seña a Din para que me siga, nos movemos entre las mesas, caminando a buen paso para permitirle a mi amigo llevar mi ritmo sin problemas, hasta detenernos en la puerta del fondo, a la habitación que se supone hace de oficina. Entro dejando la puerta abierta detrás de mí y espero a que Din entre y cierre. Él lo hace sin chistar y toma asiento en uno de los cómodos muebles del lugar y yo paso de largo hasta sentarme en el escritorio.

Respiro una vez y ordeno lo que creo que mi amigo debería de saber.

—¿Ya te dije que ella es un cambio? —Él asiente dudoso—. Bueno, Helena es un cambio entre un lord y Luzbel, sencillo, poder a cambio de una incubadora humana...

—Eso ya lo tengo claro... más o menos.

—Y mi papel aquí es que yo tenía que buscarla en la tierra, ser su escolta hasta la Fortaleza Divina, entregarla y marcharme con los bolsillos llenos...

—Y la secuestraron. —Interrumpe emocionado.

—No. Algo más sucedió y decidí darle más tiempo. Ella ya ha pasado suficiente como para que le arrebaten la vida. Así que me comprometí con Luzbel para vigilarla el tiempo necesario para que al momento de llevarla con él no hubiera problemas y ella estuviera complaciente con su real maldición.

—¿Y qué pasó después? ¿Cómo lograste que Luzbel accediera?

Rememoro la conversación de hace meses que tuve con el diablo, donde sutilmente le sugerí que diera tiempo indefinido para entrenar a Helena, tiempo que me consta que no usé para lo que debía.

En Las Sombras (PRONTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora