I. El mayor de los príncipes y su comandante.

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El choque de las espadas era feroz, viajaba por la madera y el agua. Los hombres luchaban entre la neblina del bosque mientras la sangre y la vida se vertían en el improvisado campo de batalla, los caballos relinchaban asustados en la contienda, los heridos trataban de resistir el dolor y entre lloriqueos y plegarias se negaban a exhalar su último aliento. Eran solo un puñado de hombres más los caballeros de Athania no se rendirían hasta exterminar a los intrusos, una caravana que había entrado al reino sin la autorización previa del rey.

—Asegúrate que no escape ninguno, Shura. —Ordenó el príncipe Aioros montado sobre su caballo blanco desde una zona segura en lo alto una vez que el conflicto pareció resuelto, a quien era el comandante de sus caballeros personales, un joven de 23 años con un cabello tan negro que contrastaba con la palidez de su piel, quien había permanecido a su lado a pesar de la ansiedad que escondía tras su inmutable rostro.

—Si, príncipe. —Shura ya sostenía su espada en su diestra impaciente, estaba por iniciar su camino, mas se detuvo con su caballo frente al joven príncipe quien era unos 4 años mayor para susurrarle por lo bajo. —No debiste venir con nosotros, pero ya que estás aquí no te vayas a mover de este lugar, ¿Entendiste?

Aioros sonrió ante su comentario, solo su comandante se atrevía a hablarle así y darle ordenes al hijo de un rey. —Descuida... Si hay algún peligro sabré defenderme. —Dio una palmadita a su propia espada que descansaba enfundada sobre su costado izquierdo.

—Eso espero, después de todo yo te he entrenado. —Shura inició el galopé entre los arboles del bosque, mediante silbidos y señales con las manos fue avisando a cada uno de sus compañeros que revisaran todos los cuerpos para confirmar sus muertes e investigaran en cualquier escondite posible, ningún foráneo podía permanecer ahí vivo sin la invitación del rey y desafortunadamente para ese grupo, nadie la tenía, fueron condenados desde que cruzaron la barrera mágica que rodeaba al reino y señaló su posible ubicación a los caballeros de Athania.

El comandante siguió galopando, todos sus sentidos estaban alertas, su visión estaba comprometida por la neblina, así que concentró toda su atención en sus oídos. Paró su propia respiración por unos segundos para que nada amortiguara lo que había su alrededor.

Una rama se rompió a su izquierda...

Rápidamente se dirigió hacia allá y a pesar de la niebla pudo ver como dos cuerpos corrían entre los árboles. Desafortunadamente los intrusos habían ido por una ladera bastante pronunciada por la cual el caballo del comandante no podía seguir, así que bajó del animal y siguió su curso a pie para dar con ellos siendo recibido con un espadazo que pudo bloquear a tiempo con su propia arma.

—¡No quiero pelear! —Imploró el hombre, usando todas sus fuerzas para evitar que el caballero pudiese liberarse del peso de su espada y lanzara un contraataque. —¡Solo buscamos refugio! -Detrás de su espalda se encontraba un muchacho mucho más joven, desarmado. —¡Eso es todo lo que necesitamos!

—Ni lo pienses... —Su voz seria mostraba la carencia de simpatía hacia quienes ya consideraba por muertos. —¡Ningún intruso es bienvenido y el castigo es la muerte! — Shura alzó su pierna para empujar al hombre con su pie y así poder comenzar con su ataque.

Iniciaron la lucha, el metal de las espadas chocaban con golpes pesados entre ellas mientras la mirada asustada del intruso no se despegaba de los ojos fríos y decididos del comandante quien le llevaba una ventaja abrumante; sin embargo, el caballero se distrajo al percatarse que el intruso más joven aprovechó el duelo de ellos para escapar, y en su distracción bloqueó mal uno de los ataques de su enemigo, provocándole un dolor repentino en su muñeca derecha, era más una molestia que una lesión seria así que la ignoró y corrió detrás del muchacho, dejando a su contrincante atrás que corría lo más aprisa para socorrer a su compañero, sin embargo, las piernas de Shura, además de fuertes, eran largas y no tardó en llegar con el más joven. Con un movimiento rápido de su espada, el comandante perforó su cuerpo a la altura precisa del corazón, quitándole la vida en un instante.

El poder de las líneas carmesí / AiorosXShuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora