XI. Revelaciones inesperadas

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El galope acelerado de un par de caballos irrumpió con la calma del bosque. Aioros condujo a los animales lo más rápido posible durante su huida sin mirar atrás, la situación ameritaba una acción rápida y aunque tenía el corazón roto por la traición y el remordimiento sospechaba que había tomado la decisión correcta: dejar a su hermano atrás.

Pero si no lo hacía todo estaría perdido, ambos estaban gravemente heridos, Shura por las heridas de la batalla y Aioros principalmente por las consecuencias de usar magia sin dominarla, que eran las quemaduras severas de su brazo por haber lanzado aquella poderosa manifestación de energía. Afortunadamente para el príncipe la adrenalina de rescatar a su amado le dio fuerzas para continuar, pero también, la magia que residía en su cuerpo hacía lo suyo al sanarlo.

—Aquí está bien...

La voz de Shura, que descansaba su cabeza sobre su hombro lo sacó de sus pensamientos, verlo con el ceño fruncido y una expresión de dolor lo alertó pues sabía que de estar en mejores condiciones este le pediría que cabalgaran hasta que los caballos ya no pudieran más, pero no era así, el dolor que sufría el caballero ya era inaguantable, cada que el caballo saltaba provocaba una dolorosa punzada en el interior de su cuerpo, cerca de sus costillas.

Aioros asintió sin rechistar, con cuidado ayudó a Shura a bajar del caballo, abrazándolo cuando las fuerzas en las rodillas de su comandante no fueron lo suficientes y estuvo a punto de caer, arrancándole un quejido por el dolor que disparó accidentalmente en ese acto bien intencionado.

—¡Lo siento!

—Está bien... —Respondió entre jadeos aferrándose con lo que le quedaba de fuerza a la espalda ancha de su príncipe. —Solo necesito descansar un momento.

—¡Necesitas que curen tus heridas!

—Shh... —Los dedos índice y medio de su brazo sano se posaron con suavidad sobre los labios gruesos para que callara. —Solo ayúdame a sentarme, solo necesito descansar un poco a tu lado.

Aioros observó que la pesadez en los parpados del pelinegro suplicaba por aquel descanso, dejando que el pobre se arrodillara como creía conveniente, sentándose a su lado para servirle de respaldo, uno el cual Shura agradeció ocultando el rostro en su pecho mientras una de sus manos se aferraba a su hombro. —No creo que debas quedarte dormido. —Musitó con preocupación, pero la pequeña sonrisa en el rostro de su amado lo hizo desistir en darle más sugerencias.

—Todo estará bien, Aioros... —Abrió los ojos para mirar aquellos aguamarinos que reflejaban preocupación. —Tienes magia. —Mencionó con un brillo de asombro en su mirada. —Todo estará bien.

Pero Aioros no entendía como era que Shura podía estar tan optimista y tranquilo, normalmente los papeles estarían invertidos, pero ver a su comandante en ese estado lo tenía intranquilo, pensar que se salvó de puro milagro lo aterraba, ¿de qué le serviría tener una magia como la de su padre si perdía a lo más importante de su vida? —No sé usarla... ¡ni siquiera sé cómo curarte!

—Pero siempre lo has hecho. —Suspiró largamente contra el pecho del mayor. —Ahora todo tiene sentido, Aioros. Siempre pensé que mi velocidad de recuperación era mayor al resto de los caballeros, pero ahora sé que no es así, siempre has sido tú, desde que éramos niños me has estado ayudando a sanar inconscientemente.

—Siempre me has gustado.

Shura emitió una pequeña risita mientras su rostro se ruborizaba, aunque después se mordió el labio en un intento por contener el dolor que se disparó, no quería arruinar lo bello que podía rescatar de toda esa situación. —Solo abrázame.

El príncipe volvió a obedecer, sujetándolo con suavidad y rodeándolo con su calor mientras acariciaba el cabello oscuro, sucio de tierra, sudor y sangre. No estaba muy seguro si con solo amarlo o abrazarlo sería suficiente, pero definitivamente sabía que así era demasiado lento. Estaba desesperado por ayudarlo y tan molesto consigo mismo porque después de tantos años no aprendió como era que su padre manejaba la magia para cumplir la mayoría de sus deseos, ¿acaso desearlo no era lo suficiente? ¿No lo estaba haciendo con la intensidad necesaria para cumplir su propio deseo? Puso todo su corazón y concentración en ello, frunció el ceño, apretó los dientes y hasta contuvo la respiración por miedo a interrumpir el proceso, pero fue inútil, lo único que consiguió fue que sus irises adquirieran un leve matiz dorado y que las runas en su cuerpo destellaran en una corriente desagradable a su paso.

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⏰ Última actualización: May 05 ⏰

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El poder de las líneas carmesí / AiorosXShuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora