VIII

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Veo pasar todo a veces rápido y otras increíblemente lento, como si cuando estuviese a punto de acostumbrarme el mundo cambiase a propósito para estropearme los planes, entonces es cuando creo que no vale la pena adaptarme. Necesito algo fijo, algo que no me deje tirado en un acantilado que me tienta a volar. Es repelente.
Entonces es cuando siento culpa, cansancio como si no hubiese un mañana, como si automáticamente por pensar en esto algo me arrastrase las tripas hasta el infierno, dejando un agujero en mi cuerpo, un vacío.
Trato de adaptarme, trato de seguir pero cada vez es más difícil, me arrastro con los codos porque manos no me quedan, lo pies no me funcionan para caminar y las piernas duelen con tan solo recordarlas. Y eso que evito ser pesimista, pero me cuesta mucho controlar aquello que me preocupa.
Lo que me consuela es ser comprendido por un lastre de la sociedad como lo es mi amigo greñudo, sé que no puedo evitar que él cambie, que sobreviva mejor de lo que yo puedo llegar a aspirar, y es que parece que ha sido entrenado exitosamente para este mundo de muertos vivientes, mientras que yo, habiendo sido educado para resistir a todo, no puedo soportar el peso de mis problemas, de mis pesadillas, de mi miedo. Detesto arrastrar mi memoria, mi infancia y adolescencia. Menos mal que me he quitado un par de lastres de encima, pero desgraciadamente se niegan a despegarse del todo.
Por lo menos tengo a alguien a quien proteger, alguien a quien puedo apreciar, alguien que no me lastimará, o eso quiero creer, ya que en realidad, dentro mío, algo me dice que es un monstruo, uno dañino que me hará lo que me merezco, es decir, mucho. No merezco otra cosa.
Realmente hay algo que vale la pena, y ese es él. Me aferro a sus brazos lastimados cada vez que me caigo, busco su calor cuando la hipotermia se apodera de mi cuerpo, siento su respiración cuando creo que todos han muerto.  Y quiero protegerlo. Quiero proteger a lo único que me hace tener fe por primera vez en años. No puedo matar a todo aquel que esté en desacuerdo conmigo, pero por lo menos puedo hacer algo para evitar que hieran a Nick. Si alguien arranca uno de sus pétalos seré yo quien saque espinas y esté dispuesto a atacar. Aunque él me detendrá para darle una colleja por ser un idiota, pero bueno.

Oye, ¿Estás ahí?

Joder, me he quedado en la Babia otra vez con Nick delante.

Sí, siempre disponible para ti.

Recurrir al flirteo rápido, buena estrategia. Entonces el castaño corrobora que no haya nadie mirando y me toma de las mejillas para plantarme un beso bastante subido de tono, juguetón. Baja sus manos hasta mis glúteos y entro en pánico, naturalmente. Cómo no iba a hacerlo, también te digo. Para ese momento me separo un poco y le beso la mejilla, que le quede claro que no tengo problema con los besos, pero nada fogoso fuera de nuestras habitaciones, porque sí, estábamos en el salón de la casa de mi viejo esperando a que la madre de Nick saliese de hablar con el señor Otto. Mis némesis, qué bien.

—¿Quieres que vayamos a otra parte...?

Dice con un poco de timidez pero obvia intencionalidad.

Bien.

Miro hacia los lados y me alejo de la pared en la que me estaba apoyando para agarrarle del cuello de la camisa y estamparlo de espaldas contra contra el muro. Él automáticamente ataca mis labios y salta enrollando sus piernas a mi cadera. Se me había ocurrido llevarlo a mi habitación de cuando era adolescente, que rezo para que aún tenga la cama decente. Mientras procedo separar nuestros rostros un poco, para poder besar su cuello con total tranquilidad hasta que escucho a Nick gritar y tensarse.

—¡Mamá!

Ahí es cuando me doy la vuelta aún con mi... Eh... Amigo encima, dejándolo a él de espaldas. Y sí, era Maddison quien miraba con obvio asco y desaprobación. Sus ojos de verdad que parecía que estaban viendo Vietnam o la matanza de Texas. Todo mal con la señora.

Mamá, te lo puedo explicar.

Empieza el patán Clark.

Venga, inténtalo.

—Verás... Estábamos... Eh...

Y salto yo al rescate porque está claro que no me queda otra.

Maddison, sabes que cuando dos personas se quieren mucho se lo demuestran hacie–

—¡Cállate!

Me grita el descarado greñudo. De nada por intentar solucionar esto, por cierto.

Sí, ya sé que hacen dos perosonas que se quieren mucho, pero no en el salón de una casa que no es la suya.

Ah, es cierto. Por un segundo se me había olvidado.

En nuestra defensa, íbamos a ir a mi antigua habitación.

Y escucho a mi padre entrar en escena, pero con reflejos de ninja bajo al imbécil calenturiento de encima mía, cayendo en el proceso. Y sí, me aguanté la risa.

—¿A qué viene tanto griterío?

Nick y yo miramos a la mujer de la sala con cara suplicante. Señora no me saque del armario por favor.

Estaban escuchando nuestra conversación.

Suspiramos de auténtico alivio.

El imbécil de mi hijo siempre ha sido un cotilla, incluso una vez cuando nos encontró a mi exmujer y a mi–

—¡Papá, basta!

Nick se está riendo a todo pulmón. Hijo de puta, ya verás.
El señor Otto se dirige a su sala mientras la rubia se acerca a nosotros.

De nada, pero no volveré a sacaros las castañas del fuego.

—Gracias suegra.

Le digo intentando aparentar seguridad.

Me vuelves a llamar así y no vuelves a ver a mi hijo.

El aludido salta sobre mi, diciéndole a su madre que por favor nos deje ir. Ella accede y nos escaqueamos por la puerta principal. Tras cerrarla nos reímos durante diez minutos, en lo que tardamos en llegar a mi casucha mientras las demás personas de la comunidad nos observan como si fuésemos alienígenas. Me gusta esta sensación de libertad, no me importa como nos miren. Pero bueno, en mi casa sí continuaremos con lo que traíamos entre manos. Aunque ahora que lo pienso me sorprende que mi padre haya escuchado los gritos pero no qué decían... Mejor dejo de darle vueltas al coco.

𝙾𝙽𝙴𝚂𝙷𝙾𝚃𝚂 | 𝙽𝚒𝚌𝚔 𝙲𝚕𝚊𝚛𝚔 𝚡 𝚃𝚛𝚘𝚢 𝙾𝚝𝚝𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora