8. ¿Bela?

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—¡¡¡Beeelaaa!!! —El chillido es tan estridente, que me despierto con un sobresalto y me incorporo de golpe

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—¡¡¡Beeelaaa!!! —El chillido es tan estridente, que me despierto con un sobresalto y me incorporo de golpe. Me toco el acelerado pecho y respiro profundamente con el susto todavía en el cuerpo. ¿Quién grita de esa forma a primera hora de la mañana, por el amor de una madre?

Me restriego los ojos y parpadeo acostumbrándome a la luz del día. Giro la cabeza y hago una mueca al contemplar en el despertador que son las seis. Lo cojo y me extraño porque no me suena nada, quizá Adri me lo ha comprado.

—¡¡¡Beeelaaa!!! —El chillido de fuera viene acompañado de varios golpes en la puerta—. ¡Ábrenos, maldita sea! —se queja una mujer que no reconozco. Suspiro con impaciencia y enfado, y pienso en los nuevos inquilinos del piso de arriba. Lo que me faltaba, una vecina loca.

Aparto las sábanas de una patada y a mi lado alguien emite un gruñido. Giro la cabeza y solo distingo un cuerpo tapado por entero, la cabeza la tiene sumergida bajo la almohada y protesta por el ruido.

—Adri... ¡Adri, despierta! La de arriba está aporreando la puerta. —Lo zarandeo hasta que emite un resoplido.

—¿¿Quién es Adri?? —me pregunta desde las mantas. El miedo se apodera de mí, pues la voz que ha pronunciado esas palabras no pertenece a la de mi marido. Es mucho más ronca.

Parpadeo y noto como un grito va recorriéndome desde el estómago hasta la garganta para finalmente salir a bocajarro por mis labios. Chillo tan fuerte que él se incorpora de golpe, se tapa los oídos y grita a la vez.

Alarga la mano y le doy un manotazo.

—¡Ni se te ocurra tocarme, pervertido!

Mi cabeza gira de un lado al otro buscando algo con lo que atizar al intruso, finalmente veo de refilón un objeto negro, lo tomo y le asesto varios mamporros con él.

—¡¡Bela!! Joder. Deja el puto consolador en paz, que hace daño. —Se intenta proteger, yo sigo dándole. Sus palabras perforan en mi mente, miro lo que sujeto y grito de nuevo al ver que tengo entre mis dedos un enorme pene de silicona negro. Lo suelto como si quemase y me bajo de la cama.

¡Estoy desnuda! Dios mío, ¿habrá abusado de mí y descuartizado a Adri?

Me pongo la bata que cuelga de un sillón y me protejo con ella. Desde allí, examino la estancia que no me suena de nada. Es encantadora, de un gusto exquisito, y muy parecida a la que enseñó un día Débora Cruz. Al pensar en ella abro los ojos con sorpresa y vuelvo a observar al hombre que se halla en la cama. Él baja y yo ahogo un gemido al contemplarlo en todo su esplendor. Se pone las manos en las caderas y me encara:

—¿Qué te pasa, Bela? Estás de lo más rara. ¿Has tenido una pesadilla?

—¡Quééé! —Mi cerebro sigue embotado—. Tú eres...—Mis ojos se abren como platos al reconocerlo—. ¡Eres Álex Laguerta! Oh, no.

¿Y si fuese tú? © - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora