26. Epílogo: Haciendo un Jumanji

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Rosa llegó baldada a casa

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Rosa llegó baldada a casa. Había sido un día duro repleto de grabaciones y clientes insatisfechos. Ella misma lo estaba, a veces se preguntaba cómo se habían tornado las cosas de esa manera y qué santos hacía, por qué soportaba los berrinches de la malcriada de su representada y no la mandaba al cuerno.

Pero sabía la respuesta: la necesitaba.

Era de la vieja escuela, con poca preparación en cuanto a estudios, pero con un máster en el boca a boca y los contactos. Hubo un tiempo en que era una de las representantes más solicitadas del país, grandes nombres del panorama español habían pasado por sus manos, pero ahora estaba fuera de onda. Primaban los jovencitos con miles de cursos, aplicaciones, webs y palabras raras, o las grandes agencias que se habían comido a los que eran como ella, a los de antes. Por Dios, ni siquiera tenía dominio de las malditas redes sociales. Ella era de teléfono, de cara a cara, de camelarse a clientes, de cenas o copas de celebración, de cartas, y si la apurabas, de email, pero poco más. Si perdía a Débora Cruz, su vida laboral se iría al traste.

Su economía y su prestigio profesional dependían de esa mujer, por eso tragaba su insufrible comportamiento y arreglaba sus desaguisados sin rechistar. Cuando entró en esto tenía sueños, sueños que se habían quedado por el camino. No es que detestase su vida, qué va. Sin embargo, había renunciado a tanto por su carrera profesional...

El otro día, por casualidad, se topó con una antigua amiga del instituto y simuló que la llamaban para no acercarse a saludar. Paseaba con una chica más joven, que sería su hija o nuera, y un bebé. A su lado, un hombre de su misma edad le sonreía con ternura. Se la veía tan feliz, tan satisfecha...

Rosa echó de menos esa vida, la que había dejado de lado en pro de su trabajo.

Suspiró rememorando la entrañable escena.

Fue directa al comedor y se sirvió un trago. Se acomodó en el sofá y recordó las facturas pendientes, alargó la mano y cogió el montón de papeles que tenía sobre la mesita del comedor. De pronto, algo salió disparado.

Se agachó a recogerlo y, asombrada, descubrió el anillo de amatistas de Débora Cruz. Ni siquiera entendía cómo había ido a parar allí. Se lo puso y jugueteó con él, imaginando que era una alianza y tenía una vida tan bonita como la de su antigua compañera.

—Ay, ojalá fuese tú —pidió con el anhelo de quien siente que ha renunciado a demasiado por una existencia tan vacía y solitaria.

Se acercó a la ventana y se quedó mirando el cielo, que gritaba con la misma fuerza que lo hacía su corazón. Una tormenta eléctrica azotaba la noche. Esos rayos eran tan peligrosos y hermosos como su deseo.

FIN.

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Ahora sí que sí: el final de la novela. ¿Os ha gustado? Contadme cositas, os leo.

Abrazos y besos,

A.M.

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¿Y si fuese tú? © - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora