13. El piloto serbio o yo qué sé

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—¿Quién eres? —pregunto de malas maneras al hombre que tengo delante

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—¿Quién eres? —pregunto de malas maneras al hombre que tengo delante. Si mi madre estuviese aquí diría: «Ay, hija, qué bufidos pegas al despertar». Más que un bufido le he rugido esas dos palabras. El hombre da un paso atrás, pero después estira los labios en una sonrisa ladeada. Lleva uniforme de piloto y tiene una maleta a sus pies. Es rubio y cuando se quita las gafas de sol —sí, no tendrá mucha sesera porque a las dos de la madrugada no hace ni un rayito, vamos—, veo que sus ojos son azules. Es guapo, muy guapo.

—Ummm. Hoy tú fiera, mi Tatiana.

—¿Qué? Lo que me faltaba, un borracho. Se ha equivocado, ¿vale? Venga, a hacer marcha —le grito como si así me pudiese entender mejor. Él tiene un acento raro, como de serbio. O yo que sé, tampoco es que haya escuchado nunca a un serbio.

Arquea una ceja y sonríe con malicia.

Gimo e intento cerrar la puerta, pero me lo impide, poniendo un pie en medio. Sé que le he hecho daño porque chilla de dolor, pero aun así consigue adentrarse en el piso.

—Ser chica mala. Me gusta.

—No de eso nada. ¡¡Fuera de aquí, cabrón!! —le espeto. El miedo, la rabia y la frustración se conjuran en mi voz.

—Sí, yo tu cabrón, mi Tatiana. —Se señala—. Soy loco por ti.

Corro como una loca hasta el salón. Él me sigue mientras se va desprendiendo de la ropa. Tira la camisa, los pantalones y calzoncillos. Está muy excitado. Aguanto las lágrimas mientras pienso a toda prisa en cómo sortearlo, llegar a la cocina, llamar a la policía y hacerme con un cuchillo para protegerme.

—Tú vienes aquí. —Señala su empalmado pene—. Vamos, comes. Ya. Toda es tuya.

—Pues te la regalo, gilipollas.

—¿Gilipollas? —Ríe—. Tú hoy muy traviesa, cariño.

—De cariño nada, loco de mierda.

—Sí, sí. Yo loco por ti. Quiero tetas, dame. Yo chupar como bebé. —Brinca hacia mí mientras sus colgajos se mueven como un péndulo, me protejo tras una tumbona y arrugo la cara. Maldita sea, siempre he tenido un imán para los locos.

—Vete. ¡Largo de mi casa!

Salta y grito. Se lanza encima de mí y yo lo golpeo con toda mi furia con manos, pies y brazos. Le asesto un puñetazo en el estómago y él se encoge. Aprovecho para levantarme y vuelo hacia la cocina. Él enseguida me da alcance.

—¿Tatiana? ¿Qué es pasa? Hoy viernes. Viernes tú comes y luego te follos con pasión, como tú gustas. —Se la coge y veo que de los golpes se ha desinflado. Al menos, una buena noticia.

—Por favor, no me hagas daño —sollozo.

—Ya no querer jugar. Ven aquí.

El miedo me consume, entro en la cocina y él llega poco después. Se toca insinuante los fornidos pectorales, pero lejos de sentir deseo, experimento la más profunda de las repulsiones.

—¿Venes? ¿Tatiana?

—¡¡¡No soy Tatiana, imbécil!!! —Cojo lo primero que tengo a mano y le tiro varias manzanas a la cabeza—. Pelearé con uñas y dientes, te lo advierto. Voy a llamar a la policía. —Él parece confundido durante unos segundos, pero luego lanza una carcajada y aúlla. Es un demente.

Venes aquí, cariño. Yo te quiero ya. Tú loca hoy. Me gustas.

—Si das un paso más. —Por fin llego hasta el cajón y cojo un cuchillo—. Te troceo.

—¿Tatiana?

—¡¡Fuera!!

—¿No querés hoy sexo? ¡Es viernes!

—¡Como si es domingo, mamón retorcido!

—Pero viernes yo vengo, siempre. Tú me coges y estamos sexo toda la noche. No entiendes qué te pasa, Tatiana.

—Ni un paso más. Quiero que te vayas.

Abre la boca con sorpresa.

—¿Vuelvos mañana?

—¡¡No!!

—¿Cuándo?

—Nunca.

—¿Tú no querés mí más?

—Oh, Dios mío, ¿estás llorando?

Asiente con la cabeza mientras se viste lentamente.

—¿Por qué ya no querés? Decías a mí que yo el mejor amante de todos.

La forma en que me mira... Él no miente, me conoce, realmente... ¡Por el amor de una madre! ¡Es mi chico de los viernes! Hace muchos años tuve una fantasía así, tras ver una telenovela en la que salía un piloto. Joder con el anillo.

—¿Hay más? —Muevo la cabeza rechazando yo sola la idea—. Mira, he cambiado. Tienes que irte. —Se lo digo con voz más suave, pero firme.

Da media vuelta y se dirige a la puerta, casi he soltado un suspiro de alivio cuando veo que se detiene en la mesa de la entrada, se pone en cuclillas y extrae una caja.

—¿Podés llevarme? Recuerdo de ti. —Saca una foto hecha con una cámara de esas Polaroid. Blandiendo todavía el cuchillo me acerco y le quito la imagen, contengo una palabrota cuando me veo, o a la antigua Bela, encima de la espalda de este tío, vestida de cuero y en pose de amazona, atizándolo con una fusta y estirándolo del cuello gracias a una corbata que sostengo como si fuesen las riendas de un caballo, mi caballo. De hecho, no hay otra expresión posible para expresar lo que veo: lo estoy montando. Él sonríe encantado.

—No, no. Esto se queda aquí y va directo a la chimenea.

—Algún día, ¿tú llamás de nuevo?

—Ya se verá. Ale, a casa.

Sale al pasillo y me mira con ojos de gatito abandonado.

—Yo esperar a ti, Tatiana.

—Pues hazlo sentado, majo.

Cierro de un portazo y me apoyo en la pared mientras contemplo de nuevo la fotografía y pienso en qué otras sorpresas me ha reservado la antigua Bela.

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¿Qué os ha parecido el capítulo? Contadme, os leo.

Abrazos y besos,

A.M.

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¿Y si fuese tú? © - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora