"Eres la parte más feliz de mi vida"

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Aspiré hondo antes de abrir los ojos. Deleitándome lo más que podía con su aroma que, justo allí me parecía algo tan familiar, tan cómodo.

Los vidrios se encontraban empañados por la lluvia y el calor que emanaban nuestros cuerpos.

Se sentía bonito.

Poder estar así, sin ninguna defensa sobre mi cuerpo y simplemente poder dormir.

Una noche sin hacerlo impulsivamente.

Una noche junto a Mack.

Una noche junto al chico que muchas veces me había hecho dudar de todo y de todos.

Sonrío sin despegar los labios. Recordándome lo idiota que era y en cierta parte, riéndome de mí misma porque la capacidad innata que poseía para tornar de mal a peor las cosas, llenas de drama y mentiras, era la mejor. Y desafortunadamente no era una cualidad que pudiese presumir como loca.

Quería seguir durmiendo, pero la calidez de su tacto en movimiento y un beso suave sobre mi frente me hizo estremecerme de inmediato.

―Espero que... ―comienza, con ese tono de voz ronca― no siguieras con frío.

­―No ―deslizo mi índice por su pecho haciendo líneas imaginarias.

Una sonrisa embobada se dibuja en mi rostro. Ese típico gesto engominado de estúpida que a veces solía salir cuando consideraba algo un poco romántico.

Pero de repente, mi sistema de alerta central se activó y hubo voces por todas partes: «¡Linda Roberts debe estar patas arriba!»

―¡Carajo! ­―salto lejos de los brazos de Mack, sin pena, sin ninguna vergüenza de la noche anterior por tener el pecho descubierto y precisamente en el mejor ángulo visual para el castaño. ―¡Llévame ya!

―¿Qué?

―¡Mi mamá se va a morir!

Pasan unos segundos para que entienda de qué persona le estoy hablando y por qué le estoy diciendo eso, pero al final, sus movimientos desesperados e igual de nerviosos a los míos mientras buscamos nuestra ropa, me reconfortan un poco.

―Lo siento, lo siento, lo siento.

―No es tú culpa, solo... nos quedamos dormidos casi desnudos en una carretera, con muchos árboles al lado y una lluvia asquerosa. Lo normal.

¡Bingo!, por fin salió a la luz el top deportivo.

Con afán, termino con la telita encima y continúo por buscar el hoodie. Mucho más fácil de encontrar.

Con el torso de Mack cubierto y mi abrigo encima, el chico enciende el motor de la camioneta y emprende el camino hacia mi casa.

―Gracias.

―No hay de qué.

―No, en serio, gracias. No tenías por qué preocuparte por verme llorando.

Una comisura se le tuerce con gracia. ―Siempre me preocuparía por ti.

Asiento con la cabeza y le dedico una sonrisa por... no sé ¿enésima vez en el día?

―En serio, Mack ―acaricio la dorsal de su mano sobre el volante. ―Gracias.

―Es lo que hacen los amigos, ¿no?

―Supongo.

Pongo los pies sobre la acera blanquecina y organizada frente a la casa.

¿Qué iba a decirle a Linda cuando llegara?

La ventana de mi habitación estaba cerrada. Así la había dejado la última noche porque la idea original había sido despejarme; salir a correr sin pensar en chicos, distraerme de toda la mierda que estaba viviendo últimamente.

Mi novio y mi ex [En Pausa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora