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Y00NGI.

El BMW negro hizo chirriar las ruedas al bajar por la calle y salir de la vista. Tan pronto como se fue, salí corriendo de la tienda hacia el Mercedes. Cristales rotos crujían bajo mis zapatos y mi aliento formaba un halo blanco en medio de los copos de nieve.

―¿Hola? ¿Te encuentras bien? ―Me acerqué a la puerta lateral abierta del conductor y me asomé.

Se me revolvió el estómago. Un hombre muerto, con los ojos en blanco y vidriosos, me miraba desde el asiento del pasajero. La sangre corría por el lado de su nariz por el agujero entre sus ojos. Me produjo arcadas y retrocedí

Otro cuerpo estaba boca abajo y sin vida al lado de la acera. Sabía que no podía estar vivo. No después que el hombre del traje oscuro le hubiera disparado prácticamente a quemarropa. Pero tenía que comprobarlo, por si acaso pudiera salvarse. Me acerqué.

―¿Hola?

No se movió. Metí las manos en los bolsillos del abrigo y di un paso más. La parte posterior de su cabeza era un desastre carmesí, el cabello enmarañado con sangre y carne. Retrocedí, luego me incliné y vomité. Todo lo que había comido quedó salpicado en el pavimento.

―¿Yoongi? ―El señor Chan estaba en la puerta de la tintorería dos edificios abajo.

―Quédese adentro. ―Levanté una mano―. No hay nada que podamos hacer.

―Llamé a la policía. ―Su anciana voz se quebró cuando intentó atravesar el aire helado―. Vuelve a entrar. No es seguro.

Me di la vuelta y me apresuré a regresar a mi tienda, las ventanas calientes parecían intactas del derramamiento de sangre ahí fuera.

Después de cerrar y asegurar la puerta, caminé hasta el mostrador, mis piernas rígidas y mecánicas mientras la bilis me quemaba la garganta.

Las sirenas se hicieron cada vez más altas hasta que las destellantes luces azules y rojas se reflejaron en las ventanas de la tienda desocupada al otro lado de la calle. Dos autos de policía y una ambulancia se detuvieron cerca del final de la cuadra. Peleé conmigo por haber apagado las luces y fingido que había cerrado.

Después de todo, el señor Chan serviría como un testigo perfectamente bueno de lo que sucedió. Los policías no me necesitaban. No quería hablar. No sobre lo que pasó, y definitivamente no sobre él.

El hombre que me observaba desde hacía meses.

Se había ido, sus neumáticos chirriando mientras giraba la cuadra y se internaba en la noche. Algo me dijo que no volvería a sentarse en su lugar habitual de enfrente.

No sabía quién era, no sabía nada de él. Pero por alguna razón, cada vez que notaba su auto bajo la farola rota de la calle, me sentía seguro.

Era ridículo, especialmente teniendo en cuenta que el tipo era un completo extraño. Podría haber estado esperando allí para hacerme daño. No habría sido la primera vez. Pero ese no era su propósito. Podía sentirlo. En cambio, simplemente observaba.

Nunca había visto su rostro, no hasta que atravesó la calle con la muerte en sus ojos. Había terminado con el conductor de un disparo certero. En ese momento, la imagen del asesino fue grabada en mi cerebro.

Cabello oscuro.

Piel clara.

Mandíbula cuadrada.

Ojos cafés. No podía decir si eran más claros o más oscuros pero estaba seguro que eran intensos.

Se movía con agresividad, cada parte de él exudaba venganza calculada. Incluso su caminar de depredador gritaba peligro. Sin embargo, era extrañamente hermoso para un hombre que mataba sin remordimiento.

Me estremecí y me apresuré hacia la puerta. Con un movimiento de muñeca, la tienda se oscureció. Solo esperaba que los policías no hubieran notado las luces cuando llegaron a la cuadra.

Las sombras que me rodeaban me dieron cierta comodidad mientras me hundía en ellas, alejándome de la ventana y metiéndome en la oscuridad.

El compresor en el estuche de los lirios a mi derecha se activó, el bajo murmullo familiar y tranquilizador. Desde ese ángulo, todavía podía ver el Mercedes, pero no al muerto en la calle. Dos policías se acercaron al vehículo con sus armas. Pronto, se dieron cuenta que el hombre muerto en el interior no era una amenaza y sus armas fueron enfundadas.

Uno comprobó dentro del auto mientras que el otro miraba de un lado al otro en la calle mientras la nieve comenzó a caer más pesada, los copos gruesos y medio derretidos.

Más oficiales llegaron y comenzaron a desplegarse, llamando a las puertas mientras buscaban en la cuadra. Dos oficiales pasaron frente a mi ventana y se detuvieron. Me apreté fuertemente contra la pared mientras sonaba una serie de golpes en la puerta de la tienda.

―Señor Min. Salga de ahí. ―Una voz de joven, con un chirrido inseguro―. Sus vecinos dijeron que estaba en la calle después de lo que sucedió. Nos gustaría saber lo que vio.

Vi a un asesino con un traje oscuro con ojos atormentadores y una sed de asesinato. Yo no era un fanático de hablar con la policía. Traían problemas, y eso es lo último que necesitaba.

Otra ronda de golpes, más duros que los últimos.

―Vamos, abra. ―Una voz ronca se abrió paso hasta mis oídos. Supongo que él era el policía malo y el chico el bueno.

Me alejé y pasé por la puerta de la parte trasera de mi tienda. Los oficiales hablaron entre sí en voz baja.

―Vamos a hablar con sus vecinos, luego regresaremos aquí, y nos dejará entrar. No quiere que pensemos que ha interferido con la escena del crimen o que está intentando obstruir nuestra investigación ―Al parecer, el policía malo ganó la discusión silenciosa―. Eso es razón suficiente para llevarlo a la estación de policía. ―Hizo una pausa y se aclaró la garganta―. Prepárese para hablar cuando
volvamos.

Cuando el aire permaneció en silencio durante unos cuantos latidos, dejé escapar mi respiración en un sonoro suspiro.

Necesitaba encontrar mi bolso y escabullirme por la entrada trasera. No hablaría con los policías. Las sombras de mi
pasado intentaron invadir mi mente, sus dedos esqueléticos invadiendo la materia gris.

Alejé los pensamientos. Ya no era una víctima. No esta vez. Si la policía quería forzar el asunto, llamaría a mi abogado.

Tomé el bolso del mostrador junto al amplio fregadero, pero no tuve la oportunidad de ir más lejos.

Una mano se posó en mi boca y una voz en mi oído me
advirtió:

―Di una maldita palabra y serás una perra muerta. Un dolor violento en el lado de mi cabeza comenzó con chispas y terminó con oscuridad.

The protector ; kookgi +16Donde viven las historias. Descúbrelo ahora