CAPÍTULO 8

433 65 4
                                    

Dormí tan profundamente que ni siquiera me percaté de cuándo había regresado Ji-Eun. Por algún motivo incomprensible que iba más allá del simple agotamiento físico, mis actividades ilícitas en vez de torturarme lograban darme paz.
El sol se había alzado cuando me despertó la delicada mano de mi novia acariciando suavemente mi polla. Sonreí. Como cada mañana me despertaba duro. Aquella caricia tímida era su señal cuando quería sexo matutino. Y yo jamás rechazaba una propuesta de mi chica en ese sentido. Me giré, hasta ponerme encima de ella.
―Buenos días ―le dije tras un beso.
―Hacía tiempo que no te veía tan descansado.
―Me está sentando bien ese viaje. ¿Cuánto tiempo tenemos para..?
No pude terminar, porque el móvil de Ji-Eun sonó con un mensaje de WhatsApp.
―Es Jennie―puso aquel mohín de disgusto que me encantaba―. Cariño, lo siento ―se disculpó―. Tendremos que dejarlo para esa noche. Pero te aseguro que te compensaré.
Le dije que no pasaba nada. En otra ocasión me hubiera molestado. Quizá hubiéramos tenido una pequeña discusión, pero aquel día no, porque sabía que tenía a JiMin para satisfacerme.

Mientras ella se vestía, yo me di una ducha rápida. Bajamos de la mano a desayunar. Ella estaba tan preciosa como siempre. Yo con tejanos y camisa.
JiMin y Jennie ya nos esperaban a la mesa. Se hacían carantoñas, aunque en verdad siempre estaban igual: besos y risas. Sentí algo extraño. ¿Celos? Era imposible. Nuestra relación era solo carnal.
―¿Qué tal habéis dormido? ―preguntó JiMin a ninguno de los dos en concreto, aunque noté que esquivaba mi mirada.
―Con dolor de cabeza ―contestó Ji-Eun―. Ayer bebimos más de la cuenta.
―¿Y tú, machote?
La última palabra tenía una doble intención, estaba claro.
―Del tirón. Necesitaba descansar.

No volvió a prestarme atención. Cuando decía algo, se refería a todos, y en ningún momento del desayuno volvió a cruzar su mirada con la mía. Ji-Eun trajo algo de desayunar para los dos, y como era su costumbre se sentó a mi lado, aunque poniendo una pierna sobre mi muslo.
―¿Qué tenéis pensado hacer hoy? ―nos preguntó a JiMin y a mí.
―Supongo que dar un vuelta ―lo miré a él para que me apoyara y el argumento sonara consistente.
―Nada de eso, amigo. He alquilado un barco. Te voy a enseñar los cayos desde el mar.
―¡Es fantástico! ―exclamó Ji-Eun, que se sentía menos culpable por dejarme de nuevo abandonado.
―¿Sabes manejar uno de esos?
―Ya te dije que Florida era mi segunda casa.
―Tened cuidado ―intervino Jennie―. YoonGi, que no se aleje demasiado de la costa.
―Tranquila, que no nos fugaremos a Cuba, si es eso lo que te preocupa ―respondió por mí su marido.
Rieron todos, menos yo, que  no sabía muy bien a qué atenerme.
―¿Has navegado alguna vez, YoonGi? ―me preguntó Jennie.
―Soy de tierra firme. A lo más que he llegado es a pescar en un pantano con el bote de mi tío.
―Entonces será una experiencia inolvidable. JiMin sabrá cómo hacerte pasar un buen rato.
«Seguro que sí», pensé.
―Habrá que llevarse algo ―le dije, incómodo porque no me lo hubiera consultado antes―, algunas latas y sándwiches. Si quieres me encargo yo de eso. Creo que a bordo voy a ser completamente inútil.

―Ya te daré algo con lo que puedas entretenerte, no te preocupes.
Me ruboricé ante aquel comentario. Esperaba que Ji-Eun no se hubiera percatado.
―¿Bañador y camiseta? ―añadí para apartar la atención.
JiMin se acercó a mí y me susurró al oído contrario al que se sentaba mi novia.
―Te pongas lo que te pongas te va a durar el tiempo de alejarnos de las costa, te lo garantizo.
Mi rostro se puso rojo, y noté cómo mi polla se sacudía ligeramente dentro de los tejanos.
―¿Qué cuchicheáis? ―pregunto Ji-Eun, divertida, que se había percatado de mi rubor―. Y no me digas que cosas de chicos.
―Le decía a tu novio que en alta mar no te tendrá a ti para pararle, y he cargado la despensa de cerveza helada.
―JiMin, prométeme que no harás locuras ―Jennie intentaba ponerse seria, pero lo conseguía  aduras penas.
―Te lo prometo.
―Hablo en serio.
―Te prometo que YoonGi y yo haremos lo posible por pasarlo bien, como dos buenos amigos, ¿verdad, colega?

Trague saliva y asentí. Noté la mano de JiMin en mi muslo libre, por debajo del mantel, subiendo peligrosamente hacia mi paquete, y muy cerca de la pierna de Ji-Eun .
―Será mejor que nos vayamos ―dije levantándome, y casi dejando caer a mi novia.
―Tienes prisa por hacerlo, ¿verdad? ―JiMin me guiño un ojo―. Yo también. No sabes cuanta.
Las chicas se despidieron con otro puñado de consejos. Ji-Eun se colgó de mi cuello y me dio un beso largo y apasionado. Cuando abrí los párpados vi a JiMin mirándome, con los ojos cargados de lascivia.
Las dejamos en la puerta del hotel, donde las recogió un taxi.
JiMin y yo fuimos a cambiarnos. Nos quedaba un largo e intenso día por delante. Dejamos pasar un ascensor porque había una pareja que hubiera subido con nosotros. Al fin solos, mientras el cubículo ascendía, JiMin me dio un largo muerdo, mientras metía la mano dentro de mis pantalones.

―Si las chicas hubieran tardado un minutos más en irse te la hubiera tenido que coger con ellas delante.
―¿El segundo punto clave de todo esto no era la discreción? ―le dije mientras le dejaba juguetear con mis huevos.
―Sí, pero es que tú aún no te has enterado de cómo de cachondo logras ponerme. Te doy dos minutos para cambiarte. Te esperaré abajo.

ADICTO | SAGA HOMBRES CASADOS #1 | ADAPTACIÓN Y.M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora