CAPÍTULO 12

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Contemplé la fiesta desde un lugar apartado, bajo un frondoso castaño que me permitía estar a solas por unos momentos.
En mi pueblo las barbacoas eran muy diferentes: no había camareros uniformados, ni cocineros atendiendo el fuego, ni las chicas iban en tacón alto y con vestidos de cóctel.
Esa mañana habíamos desayunado solos Ji-Eun y yo. Jennie y JiMin se habían marchado pronto porque ella formaba parte de la organización. Lo eché terriblemente de menos y hasta que, cerca del mediodía, no llegamos al jardín donde se celebraba el evento, sentí como si algo me faltara, como si una pieza de mi organismo hubiera sido arrancada sin que me diera cuenta.
Mientras Ji-Eun me presentaba a sus antiguas amigas con evidente orgullo, yo lo busqué con la mirada entre la multitud. Había mucha gente. La mayoría parejas, como nosotros, que charlaban en grupos mientras disfrutaban de sorbetes y finas copas de champan.
Lo dicho, aquello no se parecía en nada a ninguna barbacoa a la que hubiera ido antes.

Lo localicé cuando ya notaba cómo la ansiedad se alojaba en mi pecho. Estaba al otro lado del jardín, charlando con un tipo que parecía empeñado en explicarle algo. Era un hombre joven, de nuestra edad. Bastante guapo. JiMin tenía la frente fruncida, y parecía estar muy pendiente de lo que le decía. Llevaba tejanos desteñidos, sandalias y una camisa de aire hippie. Su cabello desordenado y las gafas de sol de espejo lo convertían en el hombre más atractivo del evento.
Aquel individuo le puso una mano en el hombro y la dejó allí. En ese momento JiMin levantó la cabeza y miró hacia donde yo me encontraba. Sin quitarse las gafas sonrió, y yo sentí como toda aquella angustia se difuminaba y un ligero cosquilleo se alojaba en mi estómago.
No pudimos hablar en toda la tarde. Cuando yo intentaba acercarme aparecía Ji-Eun para presentarme a tal o cual amiga que estaba deseando conocerme, y las pocas veces que vi a JiMin avanzando hacia mí, fue Jennie quien lo interceptó para que atendiera correctamente a sus invitados.
Fue entonces cuando encontré un momento para alejarme de aquel sofisticado bullicio y refugiarme bajo el castaño.

―¿Te aburres?
JiMin apareció a mi lado, con las manos en los bolsillos y aspecto de haber llegado a ese mismo punto por casualidad.
―No es mi ambiente ―respondí.
―Tampoco el mío.
Señalé con la barbilla al individuo con el que había estado. El que se había atrevido a ponerle una mano en el hombro.
―Se te veía muy pendiente de aquel tipo.
―¿Celoso?
―Tengo novia. Tú solo eres... ―en verdad no tenía ni idea de en qué se había convertido―. Eres algo que no termino de digerir.
Hubo un espacio de silencio. Desde donde estábamos el bullicio parecía amortiguado. Vi a Ji-Eun de lejos. Estaba preciosa, radiante. Me pregunté si yo me merecía tenerla a mi lado.
―Te he echado de menos esta mañana ―la voz de JiMin me sacó de aquellas oscuras meditaciones―. Esperaba verte en el desayuno.
―Ji-Eun estaba cansada y nos entretuvimos en la cama.
―No es necesario que me cuentes cómo te las has tirado.
Lo miré con una sonrisa cínica en los labios.
―¿Ahora eres tú el celoso?
―Estoy casado, y nos unen tres reglas, ¿lo recuerdas?

Así era: discreción, una relación corta y no enamorarse. ¿Hasta qué punto la estábamos siguiendo? El hombre con el que JiMin había estado hablando pasó cerca de nosotros y lo saludó con la mano. Él le respondió con un gesto, pero mi mirada dura lo convenció de no acercarse.
―No me gusta cómo te mira ese tipo ―le dije.
―No es gay.
―No estaría tan seguro.
―No lo es ―me aseguró―. Sin embargo, aquel otro ―señaló a un tipo rubio, cercano a los cuarenta―, con el que tú has estado charlando... ese se pajeará esta noche pensando en ti.
Reí en voz baja. Eso era absurdo. Era constructor y habíamos estado hablando de vigas de madera y de sistemas de anclaje.
―¿Cómo lo sabes? ―le pregunté.
―Lo aprenderás, pequeño, lo aprenderás ―esa forma de tratarme me gustaba, me hacía sentir seguro―. Una mirada a los ojos mantenida un segundo más de lo necesario. Un vistazo ligero a tu paquete. Una excusa para pedirte el teléfono. O quizá ver juntos una película porno, como por casualidad, para poder chuparte la polla.

Noté cómo me encendía. Tenerlo cerca me volvía loco. ¿Era su olor, su forma de moverse, el descaro con que se enfrentaba a todo?
―No sé qué tienen tus palabras ―le dije―, que me pongo burro solo con escucharte.
Él me miró a los ojos. Estaba tan caliente como yo. Se mordió el labio inferior y yo tragué saliva.
―Vamos al baño ―me dijo.
―Estará lleno de gente con tanto sorbete aguado.
―Sígueme ―dijo mientras se encaminaba ya al otro lado del edificio principal.
Lo hice, como todo lo que me ordenaba. Le seguí.
Me crucé con Ji-Eun, que me dijo que tenía que presentarme a alguien más. Por señas le indiqué que me meaba, pero que volvería al momento.
El aseo estaba limpio y reluciente. Había cuatro urinarios. Los de los extremos estaban ocupados y los dos del centro libres. JiMin se situó en uno y yo en otro.
Hay una norma no escrita, y es que en los urinarios un tío siempre mira hacia el frente. Sin embargo JiMin me estaba mirando la polla. Yo tragué saliva. De reojo observé al tipo de mi derecha, pero estaba inmerso en su tarea. Eché un vistazo rápido a la polla de JiMin. Allí estaba, gorda y jugosa, esperando.
El que estaba al lado de JiMin terminó y se largó. Esperamos hasta que el otro abandonó el baño.
Cuando estuvimos solos, JiMin alargó la mano y me cogió el nabo. Aquello era tremendamente excitante. En cualquier momento podía entrar alguien, lo que aumentaba la sensación de lujuria que me embargaba. Yo hice lo mismo y le acaricié la polla con cierta timidez, empezando a masajearlo. Estaba caliente y comenzaba a ponerse duro.
―Te vas mañana ―susurré sin dejar de mirar hacia la puerta.
―Sí.
―¿Podremos buscar hoy un hueco para estar juntos? Esto, tocártela, que me la toques, no me es suficiente.
―Según el programa de las chicas, no. Tras la barbacoa tenemos el tiempo justo para cambiarnos y venir a la recepción, y dudo que volvamos al hotel hasta bien entrada la madrugada.

Sabía que no podríamos llegar a mucho más en aquel aseo. Había una cabina con inodoro, pero la puerta dejaba un amplio hueco debajo que se reflejaba en el espejo del lavabo. Un par de caricias. Quizás un beso, pero no era posible hacer allí, con JiMin, lo que mi mente febril deseaba.
―¿A qué hora te vas? ―le pregunté mientras su polla palpitaba en mi mano.
―A las ocho de la mañana salimos del hotel.
―Así que era cierto. Ayer fue nuestro último día juntos.
―Puede ser.
―¿Cuándo volveré a verte? A verte como ayer. Tú y yo solos.
―Ya te dije que intentaré escaparme en unos meses, pero no puedo prometerte nada.

Se humedeció la mano para masajeármela mejor, lo que hizo que un ramalazo de placer me recorriera la espalda.

―¿Y qué haré hasta entonces? ―mi voz temblaba bajo su mano―. En este momento te deseo tanto que me duelen los huevos solo de mirarte. ¿Qué pasará dentro de un mes, de dos?
―Te dije que había pensado en ello.
―Explícate.
―He tenido una idea, pero tienes que seguirme el rollo. Esta noche.
―Sí, pero qué...
―Simplemente sígueme el rollo. Si te lo cuento no parecerá natural.

Oímos pasos. El ruido de la puerta del aseo. JiMin se cambió rápidamente de urinario, ocupando el de la esquina, y dejando así uno libre entre ambos. Habían estado a punto de pillarnos.
Cuando un tipo inmenso entró, JiMin hizo como que terminaba, se lavó las manos y volvió a la barbacoa.
Yo permanecí allí unos segundos, hasta que mi polla volvió a recuperar su tamaño, antes de seguir sus pasos e ir en busca de Ji-Eun.

ADICTO | SAGA HOMBRES CASADOS #1 | ADAPTACIÓN Y.M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora