Prologo

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La guerra, hondeando su bandera carmesí, sumergía a Inazuma en hediondez oxidado. Kannazuka se encontraba en contaste batalla, ningún bandó dando su brazo a torcer—sin ceder.

De igual forma, Watatsumi se encontraba en clara desventaja. Las tropas palidecían en comparación a la armada de Shogunato—una imitación. Goteaba la sangre constantemente una métrica tan firme que era abrumador lo armoniosa que podía llegar a percibirse.

Por ende, Su Excelencia no estaba en posición de retractarse sin más. En honor a los soldados caídos en combate arrastraría la victoria hasta la isla.

Aquella líder se encontraba merodeando de un lado a otro, inquieta, en la sala de audiencias. Reteñía la misma ruta y colocaba sus pies en un rastro invisible ya grabado en su memoria.

Se agobiaba a sí misma con el retrato de los soldados demacrados en el campo de combate, los habitantes sin un hogar al cual volver, y la isla suprimida en desesperación. Su cuerpo estaba drenado de energía—casi por el subsuelo—pero no el insomnio no le permitía el lujo de un descanso.

Necesitaba—no, exigía una última estrategia para recuperarse. Su libro de jugadas había llegado a un límite y, por primera vez, le avergonzaba decir que no podía proveer exitosamente un plan.

Con los segundos la presión incrementaba a tangible. Las paredes estrechas en algún momento serían angostas y terminarían por aplanarla. No podía lidiar con la ansiedad mental.

—Querida Kokomi, harás un agujero en tan magnifico suelo.— tu voz paró su tren de pensamientos corto, intentó disimular su sobresalto y mantenerse profesional.
—Ah~ con que te escondías aquí.— meneaste la moneda entre tus dedos ágilmente.

La joven sacerdotisa buscaba inquietamente con sus ojos un lugar donde posar su mirada, expresando su estrés y nerviosismo.
—S...si— titubeó en responder, sus pensamientos eran torpes y temía carecer diplomacia. —Intento decidir el mejor curso de acción en cuanto al reporte sobre Kannazuka.— su firme acento hacia lo mejor para recomponer su porte agitado.

Tarareaste una respuesta corta mientras contenías una risa gutural. La previa respuesta te había servido como confirmación de la confianza que Su Excelencia te ofrecía—demostraba cómo ascendías entre los cargos militares. Deseabas alardear en victoria y sacudir tu mano para restarle importancia mientras decías: "todo en Teyvat se compra por la cantidad adecuada."

—¿Tan grave está la situación?— preguntaste ladeando la cabeza inocentemente. Para ser sincera, a ti ya se te había reportado la devastadora realidad actual.

Con un asentir de la contraria, tomaste de asiento la inmensa mesa de reuniones. Hiciste tu cabeza para atrás y movías tus pies de manera juguetona en el aire, distrayéndote un poco de la seriedad en el ambiente que ignorabas a adrede.

Kokomi dirigió su atención hacia ti. Se regañó a sí misma mentalmente por esperar algún consejo o explicación de tu parte y del mismo modo agradecía tu discreción. Y como rayo en una tormenta eléctrica, una idea la azotó con razonamiento.

La desesperación no hacía falta ser delineada para notarla en sus ojos cuando pronunció las palabras de su propuesta. —¿Ayudarías a Isla Watatsumi por cualquier medio?—

Giraste tu cabeza aún hecha da para atrás, curiosa, y achinaste tu mirada. "Nombra tu precio."  Antes de ser impulsiva analizaste el contexto del 'cualquier' que la sacerdotisa ofrecía. Debías confirmar que no habían límites escondidos ni malentendidos de su parte.

Convencida, sonreíste cínicamente. —Depende del calibre de tus órdenes.—

El silencio que prosiguió al corto intercambio era fantasmal. Incluso una pluma resultaba ensordecedora entre la conversación donde sólo hablaban las miradas. El velo del mediodía recaía, iluminando en dorado el tétrico ambiente—contrastando con el tema.

—Si nuestros enemigos tienen ventaja entre sus rangos, nosotros llevaremos la desventaja hasta ellos.— sus cejas se surcaron en seriedad y culpa, demostrando su resolución.

—¡Que manera de cambiar la marea!— juntaste tus manos en entusiasmo. Tu consciencia inmoral aparentaba ser lo más necesario para la líder en el momento justo. Te tomaste la libertad de ser un poco más formal, parándote de tu asiento inadecuado y posicionándote frente a Kokomi. —¿Por Watatsumi?— inquiriste.

—Por Watatsumi.— expresó una última vez antes de compartir el plan que recién ideaba.

(...)

La noche es designada la hora de fechorías. Solo los expertos osarían manchar la reputación del día para llevar a cabo cualquier malversidad que complaciera su ego. Si, tenías ese nivel de agallas al actuar.

En territorio de la base enemiga, a plenas horas del alba, caminabas sin problema alguno. Te habías tomado la molestia los días anteriores de planificar todo hasta este momento. Enviaste la citación a tus víctimas, preparaste tu coartada, chivo expiatorio,  y evidencias.

En aquel campamento militar del shogunato nadie se esperaba la masacre que literalmente se avecinaba. Remolcabas sin ánimo alguno la katana que habías tomado como herencia luego de haber acabado con la vida de un Kairagi.

Hondeabas tu arma rasgando la carne de los soldados previamente envenenados como si fuera una interpretación del Danubio Azul. Tenías total cuidado de aplicar la fuerza necesaria y de esa manera aparentar un tipo de cuerpo proporcionado distintamente al tuyo.

Tu mente jugaba una canción nativa de vuelta a tu nación, creando un ambiente de ensueño desde tu punto vista. Gracias al rápido veneno que habías enviado el escenario se vio embellecido, excluyendo por completo cualquier grito desgarrador.

Una vez finalizado el trabajo te alejaste del área donde cometiste el crimen. Te apoyaste de tu visión para eliminar el rastro de huellas que quedaba detrás tuyo.
—Confío en que si sabes que hacer. ¿Cierto?— dijiste en forma más demandante que en pregunta.
—¡Si!— respondió el otro Kairagi que habías sido lo suficientemente indulgente para usarlo de peón. —Puedo... ¿puedo estar seguro de que recibiré los 30,000 de Mora?—

Te reíste entre dientes y tomaste a aquel hombre fornido de su cabello, rebajándolo hasta tu estatura.
—¿Tan valioso te consideras?— preguntas retóricamente. —Te dije 25,000. Si quieres un bono de 5,000 deberás considerar unirte a ellos.— soltaste tu cabello y limpiaste tu mano con un pañuelo que guardabas contigo.

Tiraste la Katana a los pies de Kairagi sin interés en si se cortaba los pies con ella y te abstuviste de escuchar cualquier reclamo que no hubo.
—Cuando lleguen a buscarte testifica de desprecias al Shongunato, ¿D'accord?— canturreaste y hondeaste tu brazos en despedida aún desapareciendo de la vista del contrario.

Dejaste atrás otro crimen por el cual nunca llegarían por ti. Incluso tu misma de repudiabas al asimilar lo buenas que se habían convertido tus habilidades de homicidio.

—Que lastima que nadie le dijo que los 25 grades de Mora no le evitarían una pena de muerte~...— reías contigo misma ante lo dócil que resultó engañar al Kairagi.

Limpiaste algunas manchas de sangre derramadas sobre tu cara con tu dedo pulgar, suspirando. Ahora necesitabas una tapadera para cubrir plenamente tu reputación.

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Una Verdad y Dos Mentiras // Heizou x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora