Salí de la ducha con un frío que no era ni medio normal. Mientras me secaba el pelo, pensaba en qué ropa me iba a poner. Iba a ir a una fiesta en la playa, con lo cual tacones quedaban descartados, pero no hacía suficiente calor como para ir en tirantes, luego vestidos de verano igualmente descartados. Terminé de secarme el pelo como media hora después (con el frío que tenía daba una pereza dejar el secador...) y me fui a la habitación a rebuscar en el armario. ¿Cómo era posible que no tuviera nada que ponerme? Acababa de llegar y ya necesitaba más ropa...Finalmente lo dejé pasar un poco y me puse mis vaqueros ajustados negros, una camiseta rosa de tirantes y una chaqueta blanca fina. Pero entonces caí, ¿y los zapatos qué?.
-¡¿Marta, qué número de pie usas?!-le pregunté gritando desde mi habitación.-
-¡El 39!, ¡Si buscas zapatos, en la parte de abajo de mi armario tienes unas sandalias negras con poco tacón!-
-¡Gracias!-
Me ahorró una pregunta, y no solo eso, si no que había descubierto las sandalias más bonitas del mundo. Tenían a penas 4 centímetros de tacón, pero era de cuña, no de aguja, y en lugar de ser abiertas del todo tenían una cinta negra enlazada con otra del mismo color pero con brillantina y que terminaba en un lacito adorable a la altura del tobillo. Me miré al espejo y me di cuenta de que pocas veces había ido tan bien vestida a ningún lado...definitivamente estaba cambiando todo.
Escuché un teléfono sonando y unos 30 segundos después Marta me dijo que terminara ya, que nos íbamos en el coche de Rafa. De modo que me maquillé un poco (al ser de noche no me preocupaba mucho de cómo me verían, así que simplemente me puse rímel, me pinté la raya del ojo y los labios de un rosa clarito muy mono que me habían regalado Iván y Mario el día que cumplí 17 años.
Salimos de casa y Rafa nos esperaba en su Seat León que parecía negro pero resultó ser azul marino. Eran las 9 de la noche y nos esperaba una hora de viaje todavía hasta llegar a la playa, pero merecía la pena. Aún quedaba media hora y de pronto Marta, Judith y Rocío se quedaron dormidas. Pedí ir delante para ver todo el paisaje y tal (excusa para no ir atrás, que nunca me ha gustado) así que a pesar de que las chicas fueran dormidas, tenía a alguien con quien hablar.
-¿Y cómo es que vas a estudiar derecho?-me preguntó Rafa.-
-Siempre he querido ser abogada.-
-Mola. Mi intención es convertirme en presentador de noticias. No quiero otro programa, me interesan las noticias, pero no los deportes, que me aburren todos, quiero hablar de cosas que le importen a todo el mundo, y no solo a los que son aficionados.-
Resultaba tan adorable oírle decir eso. Rafa parecía el típico chico que a parte de carita de niño bueno (porque aparentaba ser mucho más joven), era muy buena persona. Sabía que llegaríamos a ser grandes amigos.
Seguimos hablando durante un rato, y antes de que me diera cuenta, habíamos llegado a la playa. Era una playa bastante mona, era muy pequeñita, una playa de interior. No había chiringuitos ni paseo marítimo, pero no hacían falta (y me da a mí que no iba a caber) porque era perfecta tal cual estaba. Se componía de un pequeño espacio de agua salada, rodeado la mitad por una pared de rocas, y la otra mitad por arena...vamos lo que venía siendo la orilla. Cuando logramos despertar a Judith (que iba dormida no, lo siguiente), bajamos del coche y nos acercamos a la orilla, donde había un grupo de 4 personas, 2 chicas y 2 chicos. A medida que nos acercábamos, me ponía más nerviosa. No conocía a nadie, realmente apenas conocía a las personas que me habían invitado, con la excepción de Marta que la recordaba de hacía tiempo. Dejé a un lado las preocupaciones y me centré en divertirme, después de todo, si en dos días que llevaba allí había logrado hacer nuevas amistades, no había inconveniente en aumentar mi círculo de amigos. Vi que se acercó corriendo una chica bajita, de no más de metro 50 de altura, morena y muy maquillada. Tenía una voz muy dulce, como de niña pequeña, aún que claro...no podía serlo, a esas horas y sin padres no habría ningún niño.
ESTÁS LEYENDO
Nacer, crecer, valorar, morir.
RomanceEsta es la historia de Lila, una joven madrileña cuya vida cambió el día que cumplió 18 años. Desde pequeña siempre decía que cuando fuera mayor de edad, se iría de casa aunque fuera a vivir sola. Esto no se debía a que en casa la trataran mal ni mu...