La luna se alzaba en el cielo nocturno de Mudway mientras Dick se encontraba luchando codo con codo junto a sus compañeros de Patria. Los zurdozombis poco a poco se abrían el paso entre las oscuras calles a medida que se acercaban hacia sus enemigos: todo parecía perdido para el bando de Patria.
Todo aquello había perdido completamente su gracia, la mayoría de los patriotas y los pollos nacionalsocialistas yacían muertos en el suelo, mientras unos pocos soldados aún se mantenían en pie. Por otro lado, el ejército de zombis seguía prácticamente intacto: aquellas criaturas luchaban como bestias bajo la macabra sonrisa de su comandante Alan Turing, el rey homosexual.
Steven y Markus deshicieron su fusión a causa de la fatiga del combate, volviendo a ser el flaco y el gordo de siempre mientras eran devorados vorazmente por los zombis. Kenny había perdido ambos brazos en la batalla y esperaba de rodillas a que alguna bala perdida o algún espadazo desviado acabase con su sufrimiento. Un grupo de zombis se divertían y festejaban en una esquina con el cadáver de Henry clavado en una estaca.
Dick observaba entre lágrimas cómo cada uno de sus amigos perdía la vida sin que él pudiera hacer nada. Pronto, perdieron la guerra y el rey de los homosexuales, Alan Turing, ordenó que todos los prisioneros fueran ejecutados a excepción de uno, a quien le tenía preparado un castigo diferente. Dick fue atado y obligado a ver la muerte de sus dos mejores amigos.
Guy y Cocoroconrad, su pollo fascista de confianza, sonrieron a Dick por última vez antes de ser colgados desde lo más alto de un pino, y ante los llorosos ojos de Dick, ambos soltaron su último aliento.
—Si tan solo hubieras vivido como una persona normal, respetando a quienes te rodean sin importar su color o sus gustos, esto nunca te habría pasado —le dijo Alan Turing a Dick acariciándo su cabello gentilmente—. ¿A qué se debe ese sentimiento de odio tuyo? ¿Te hemos molestado? No lo creo. ¿Tal vez te sientas, no sé, frustrado? —el rey siguió hablando frente a Dick, quien en ningún momento dijo una palabra o apartó su mirada del suelo.
De hecho, la furia dentro de Dick se cocinaba a fuego lento y explotó en el momento en el que el rey soltó las siguientes palabras:
—En el fondo tú y yo no somos tan distintos.
Dick rápidamente levantó la cabeza y miró al rey con un profundo odio en sus ojos, pero el sujeto ante el que se encontraba no era Alan, era alguien mucho más familiar. Frente a él se encontraba un joven de mandíbula angular, rostro matón, constitución delgaducha y mirada penetrante que lo observaba fríamente. Dick se encontraba ante una imágen idéntica a él:
—¿Ves? Te lo dije. Somos más parecidos de lo que crees.