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¿Puede culpar a los bajos instintos? Quizás, aunque el hacerlo también es aceptarlos. Su naturaleza por su casta, su posesión al ser alfa con aquel omega, pero ¿por qué se preocupa tanto por él?, ¿por qué reacciona tanto con él? si como en un principio se dijo, culpara a los instintos, entonces esto significa que lo ve de una forma diferente a lo que la sociedad pudiera ajustar a una amistad; que ni siquiera él mismo puede verlo como un amigo por completo.

La evolución de las castas, pese al razonamiento o invento humano de deber ser desde su perspectiva abstracta, aún estaba presente en la actualidad. Antiguamente la idea de que los omegas solo servían para engendrar y servir era clara y obstructiva, llena de violencia y lamentos; y pese a eso, a que los abusos hacia los omegas eran el pan de cada día, lo cierto es que cuando el alfa se atrevía a atar su vida con alguno, entonces éste también adquiere cierta debilidad por su pareja.

Un alfa, un buen alfa, proveía a aquel que sabía que tendría a sus cachorros. Abrigo, salud, comida, a veces la felicidad venía incluida. En mayor o menor medida los alfas tienen ese instinto... Uno que Killua Zoldyck había desarrollado en el pasado. Lastimosamente de ello ya no era conocedor; aunque Killua Zoldyck fuese un hombre con una sobrecarga de pensamientos e ideas, ésta se le pasaba por alto al ser su situación cotidiana, o porque ocurría en momentos donde no tenía completo control... Como ahora.

Sus afilados ojos miraron sin reconocer, y su cuerpo actuó sin pensar, solo bastó un fuerte pero a la vez ahogado lamento de aquel que dormía en la cama para ejecutar aquella protección. No le importó quién era, simplemente hizo el cuerpo que se alzaba sobre Gon a un lado, golpeando de paso a la persona. Un quejido, todo porque sabía que Gon había sentido dolor.

—He—hermano mío.— No fue sino hasta que la voz femenina se presentó en el silencio que su mirada comenzó a despejarse, pues cegado de la voluntad de defender y del sueño recién terminado, aquel sentido se había estropeado. —Pe—perdón.— El pecho de Killua subió y bajó, sus manos, que hasta ese momento se encontraban tensas con las garras fuera, comenzaron a bajar. —Pero no es algo que deba...— La mujer calló al sentir el toque en sus hombros, un toque tembloroso y lleno de dudas; su cabeza, que había agachado por la vergüenza de ser descubierta molestando al de su misma casta, miró por fin la cara del albino.

Había sido un encuentro igualado a su separación, rápido y confuso.

—¡Hermano mío!— Subió sus manos, tocando con delicadeza el cansado rostro del joven que no paraba de soltar algunas lágrimas solitarias.

—Alluka...— Susurró su nombre, ignorando en ese momento la extraña forma en la que ella se dirigía a su persona. —¡Alluka!— No pudo evitar gritar al abrazarla con entusiasmo, sintiendo los cortos cabellos negros sobre su rostro. —Alluka...— Solo se dignó a decir su nombre nuevamente, pues no podía expresar su felicidad con palabras limitantes.

Sin importar el idioma, describir la felicidad que el joven sentía es imposible.

Al final del día, su hermana no lloraba con solo verlo, y eso solo llenaba su ser de gozo y agradecimiento.

—¡Hermano mío!— La mujer no entendía nada, aún así recibió con alegría el abrazo. —¡Yo también estoy feliz de verte!— Killua rápidamente recompuso su postura destruida y arreglada por la sola presencia de la chica, quería decirle muchas cosas, aunque antes de poder tener una charla sin explosivos sentimientos de por medio, el quejido del moreno se hizo presente. El alfa soltó a su hermana de forma automática, girando su cuerpo para atender el llamado.

—Pero qué...— Tomó rápidamente un paño, limpiando el fino hilo de sangre que salía de la nariz del moreno, iba a elevarlo un poco para que no se ahogara con ésta. La mujer, que por fin pudo ver lo que acontece, habló temerosa.

Ojos de cachorro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora