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Porque antes de ser llamado asesino su piel se manchaba con otros colores aparte del rojo carmín, porque un día fue joven y su historia comenzó mucho antes de siquiera unir su alma a la otra que amaría eternamente; porque pese a que el Gon actual olvidara que su esposo fue un ser con propios deseos, él los manifestaba en su actualidad. El sueño de pintar, de manchar sus manos con carbón, pintura, colores se remontaba a aquella primera juventud. No por nada Gon siempre asumió a Killua como artista y a él como su espectador.

Killua Zoldyck poseía un apodo olvidado por todos al igual que su nombre, uno que había ganado por habladurías y que nunca le molestó: Gato callejero, dicho por la comparativa de sus contemporáneos hacia su persona, pues desobedece pese a su posición social, y se revelaba ante quienes socialmente debían decidir su vida; Killua era un gato callejero por la libertad y la domesticación que tenía uno de esos animales. Siempre se asumió así, cuando se le nombró de aquella manera su pecho se hinchó de felicidad por la prueba de identidad.

Incluso en su adultez, a veces añoraba que se dirigieran así hacia su persona.

Gon lo recuerda, más nunca fue plenamente consciente de lo sucedido o porque le afectaba tanto su relación con el arte. Solo eran ocasiones donde encontraba a su esposo jugando con los carboncillos que la madera dejaba, no decía nada, oculto al ver la sonrisa del hombre que decaía al dejar el objeto y papel de lado. A veces el alfa los quemaba, y a veces el omega lograba salvarlos. La única vez que intentó saber a qué se debía el comportamiento su esposo éste cambió el tema, y con eso supo que no debía intentar saber más.

Eso no significaba que no lo apoyaría.

"—¿Me ayudarías con mi trabajo?—" Una trampa que ambos comprendieron e intentaron. Dibujos de animales en libretas, el mayor expresando su amor por el dibujo, y el menor asintiendo y conversando de técnicas. Después de años, el carboncillo ya no se ocultaba, mas la melancolía de nunca poder realmente ser aquel que desafió las reglas jamás desapareció. Fue un adulto feliz, sí, pero no significaba que el arrepentimiento y la melancolía de sus días de juventud no existieran.

Quien sí supo y se culpó de esa decepción en la vida del albino fue Alluka Zoldyck, la hermana menor de la familia, la favorita del legítimo heredero. La que lo condenó por mera existencia a cargar con el título de patriarca.

Tal vez por eso había sido tan posesiva con él después y dejó que él lo fuera con ella, quizás por eso, en un principio, trató a Gon como enemigo. Era pequeña, más en una época donde definir a un niño era impensable, se le había obligado a entender cosas que no debía.

Ocurrió sin aviso, su cara sonriente al llegar a la mansión de su familia, su ropa a la medida manchada y rota, y aquella habitación iluminara por el sol del amanecer. Otra vez se había escapado, toda la casa lo sabía, y por eso el momento de ponerle un alto había llegado. El hijo de en medio de la familia Zoldyck era el alfa heredero de la riqueza familiar, no solo por su casta, si no por su cabello; y pese a ser un hombre brillante capaz de sacar adelante aquellos planes familiares, él había preferido la diversión y la vergüenza de un oficio.

Quince años de edad.

Había abandonado por un momento la escuela, se había enfrascado en reunirse en talleres de pintura donde él se jactaba que saldrían varios artistas. No se equivocó, pero lastimosamente su nombre no figuró. Se divertía, sentía la pintura en sus dedos y la música por el lugar. Oh bella juventud, nunca puedes durar.

Solo tenía quince años de edad, ¿no es demasiado joven para ser un adulto?

Debía dormir después de todo el trabajo, el ajetreo de correr por los techos, de saltar a los vagones de carga para no pagar boleto; sin embargo la interrupción de una de sus empleadas a la puerta lo detuvo. Su buen ánimo desapareció, la empujó sin querer al reaccionar. Su madre lo saludó, quiso golpearla; sus hermanos aparecieron, quería gritarles; y por fin encontró la puerta de su no amoroso padre, característica compartida por la mayoría de alfas en el siglo y que después prometería no llevar consigo a un niño nunca nacido. "—¡¿Qué te has atrevido a hacer?!—" La puerta azotó, el patriarca dejó de acicalar a su can, mirando un segundo a su hijo. Lo había atrapado.

Ojos de cachorro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora