Ecos... de un elegido

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Tal y como se había organizado, llegaron primero a la región Zora. El camino fue largo, ya que las carrozas no podían subir debido al terreno estrecho y complicado, por lo que debieron continuar a pie. Para la mala suerte del grupo, el clima tampoco fue favorable, recibiéndolos con una lluvia fría y persistente. Hicieron varias paradas para que la princesa Zelda pudiera calentarse, turnándose la vigilancia entre Impa y Link, aunque este último insistió en patrullar la mayoría del tiempo. Aparte del clima adverso, no hubo otros problemas. Estimaban que les quedaban unos diez minutos para llegar si mantenían el mismo ritmo y no se detenían. Link notó por el rabillo del ojo que Zelda no la estaba pasando bien y parecía cansada, mientras que Impa caminaba como si estuviera dando un paseo por las llanuras de Hyrule. Él, al igual que Impa, estaba acostumbrado a ese camino por sus visitas a Mipha. Hubo un momento en que Zelda soltó un gemido de dolor, poniendo en alerta a sus escoltas. La primera en acercarse fue Impa.

—Alteza, ¿le sucede algo? —preguntó Impa preocupada.

—No, no te preocupes, no quiero retrasarlos.

—Alteza, recuerde que es importante que se encuentre bien. Si le sucede algo, por favor, infórmenos.

—De verdad, no es nada —dijo Zelda desviando la mirada, evitando la mirada juiciosa de Impa.

—Zelda, te conozco bien. Dime qué sucede y haré que te revisen en el dominio Zora, ¿entendido?

—Está bien —dijo Zelda con desgano y molestia—. Me torcí el tobillo.

—No se preocupe, gracias por decírmelo.

Después de que Impa supiera lo sucedido, pidió a Link que llevara a la princesa en su espalda para evitar que forzara más el pie y empeorara la lesión, lo cual Link aceptó sin protestar. El resto del camino fue más rápido, ya que al estar Zelda en la espalda de Link, no podía detenerse a observar cualquier cosa que le llamara la atención. Zelda, siendo curiosa y científica por naturaleza, solía detenerse a examinar cualquier cosa que le pareciera interesante, lo cual a menudo ralentizaba su avance.

Finalmente, vieron la entrada al dominio Zora, un lugar hermoso con colores azules por todas partes y el sonido del agua cayendo, creando un ambiente sereno. Los pilares del puente eran de un color azul claro, casi cian, y emitían una luz suave. A ambos lados del camino había grandes lagos, aparentemente llenos de vida y muy profundos. En lo alto, donde los monarcas Zora realizaban sus ceremonias, se encontraba Mipha, quien había sido informada de la llegada de los emisarios del rey de Hyrule por un guardia. Mipha no entendía por qué estaba tan emocionada; quizás porque su corazón le decía que por fin, después de tanto tiempo, vería a Link, o simplemente porque siempre recibía con entusiasmo a la gente que mandaba el rey Rhoam.

Para su sorpresa, allí estaba Link, con su elegante uniforme de guardia real. Algo la desconcertó: su mirada estoica y seria, que lo hacía parecer un verdadero soldado. Sin embargo, no dejó que esa impresión apagara su felicidad de verlo. Mipha llevó a Impa y Zelda a donde se encontraba su padre esperándoles. Zelda se sorprendió un poco al ver que Mipha se daba la media vuelta una vez que las había llevado a su destino, pero lo dejó pasar.

Por otro lado, Mipha estaba ansiosa por darle un abrazo a Link, un abrazo que había guardado durante mucho tiempo y que, aunque quería contenerse, no podía evitar. Link se encontraba al pie de las escaleras, junto a los guardias que custodiaban a su padre, con la mirada fija en el horizonte y una postura muy recta. El guardia Zora que la vio bajar intentó decir algo, pero Mipha hizo un ademán con la mano para que se callara.

—Link, por favor, acompáñame. Me gustaría hablar contigo —dijo Mipha con energía.

—Entendido, Alteza —respondió Link con seriedad.

La Mayor Aventura Jamás ContadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora