Capítulo seis: "El principio del fin"

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—Miren esto. Zona de Guerra —dijo Eddie mostrando un anuncio, colocándolo sobre la mesa—. Fui una vez. Es enorme. Tienen todo lo necesario para matar cosas, básicamente.

Darlene miró aquello sorprendida.

—¿El falso Rambo tiene suficientes armas? ¿Es una granada? ¿Cómo es legal?

—Por suerte para nosotros, lo es —le respondió Eddie—. Este lugar está a las afueras de Hawkins. Si no vamos por calles principales podremos evitar a los policías y a los brutos enojados.

—Para evitar a brutos enojados —habló Erica—, mejor sería no ir a una tienda llamada Zona de Guerra.

—Es cierto, pero necesitamos las armas —le dijo Nancy—. Vale la pena el riesgo.

—¿Y el tiempo? —preguntó Dustin—. Nos llevará todo el día ir en bici.

—¿En bici? —murmuró Eddie mirando al niño.

—¿Acaso tienes un auto?

—No es precisamente un auto, Steve —respondió—. Y no es precisamente mío, pero... servirá. Oye, Colorada, ¿tienes un pasamontañas, una bandana o algo así?

Max consiguió una máscara para Eddie y salieron a corretear por los tráileres. Eddie los dirigía hacia la caravana de uno de sus vecinos. Iban lentamente y de forma discreta. Los dueños de aquella casa rodante veían la televisión a las afueras mientras bebían cerveza por lo que entrar a el vehículo por la ventana sin ser descubiertos fue sencillo, pero atemorizante.

Entraron de a uno sin hacer ruido. Eddie corrió hacia la parte de adelante, trabando la puerta a su paso. Una vez sentado en el asiento del conductor comenzó a cortar los cables

—¿Dónde aprendiste esto? —le preguntó Steve observando.

—Cuando los otros padres les enseñaban a sus hijos a jugar deportes, mi papá me enseñaba a puntear autos. Me juré a mí mismo que no terminaría como él, pero ahora me buscan por asesinato, y pronto, por robo de vehículos. Le estoy haciendo honor al apellido Munson.

Darlene apareció por detrás de Steve, luciendo nerviosa.

—Eddie, no me encanta la idea de que conduzcas tú, si soy sincera —le dijo.

—Yo solo lo estoy arrancando. Harrington va a conducir. ¿No, grandote?

Eddie hizo contacto con dos cables y el auto se prendió. Por supuesto que no pasó desapercibido para los dueños que empezaron a querer abrir la puerta.

—¿Qué carajos? ¡Oigan! ¡Abran la puerta!

—¡Mierda! —gritó Steve tomando el asiento del conductor—. Vamos. ¡Agárrense de algo!

—¡Arranca, Steve, arranca! —le espetó Darlene sentándose a su lado.

El auto arrancó con rapidez. Todos se agarraron de sus asientos

—Mierda —masculló Dustin desde el fondo—. Se ven enojados.

—No todos los días pierdes la casa y el auto a la vez.

Steve pisó el acelerador.

—¡Sujétense!

Agarraron unas calles secundarias a toda velocidad, escapando de los pobres dueños. No tardaron demasiado en sentir que ya nadie los perseguía. No estaban seguros ni tranquilos, pero el viaje hacia Zona de Guerra fue un poco más calmo luego de quince minutos.

Darlene | Steve HarringtonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora