-Pesadilla-

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2.

—Con 16 años: Pesadilla—

Ellos siempre discutían; no era una novedad ni algo extraño.

Y por eso nadie se alarmó cuando los gritos comenzaron.

Sus disputas eran tantas y tan variadas que nadie se preocupó de más por saber qué la había provocado; mucho menos intervinieron para calmar los ánimos a los furiosos prometidos. En un inicio, ni siquiera Ranma se percató de que aquella no era una discusión como las que habían tenido otras veces.

¿Por qué empezó?

Si al final eso era lo que menos importaba. Después de pelear, gritarse y pasar unos cuantos días sin dirigirse la palabra la tregua solía llegar por sí misma, casi por costumbre. En sus mentes estaba claro que no podían permanecer más de un cierto tiempo enfadados e ignorándose el uno al otro. Simplemente volvían a actuar como si nada. En el mejor de los casos, puede que alguno de los llevara a cabo un mínimo gesto hacia el otro que sirviera como acto de disculpa; eso solía acelerar las cosas y no requería de mucho esfuerzo.

Era algo tan habitual que ambos entendían en seguida y su relación regresaba al estado anterior a la pelea. Por eso a Ranma no le hacía falta, en realidad, reflexionar sobre lo qué había pasado, o los motivos por los que su prometida se había enfadado tanto... ¿Para qué? La experiencia le decía que, de algún modo y en algún momento, todo acabaría volviendo a su lugar.

Por eso pensó que así sería esta vez... Pero a veces las cosas cambian y no son como siempre han sido.

Hacia la mitad de la pelea, Ranma se había preguntado solo fugazmente cómo había comenzado todo, pero dejo ir ese pensamiento sin darle importancia y la pelea siguió, no de un modo demasiado diferente a otras veces y eso le hizo confiarse.

Akane sacó su mazo para atizarle y él, aunque afanado en esquivarlo, recibió algún golpe. Cosa que, por otro lado, no evitó que lanzara sobre ella todo su arsenal de insultos y desprecios tan conocidos entre ellos, pero igualmente efectivos. Eso la hizo enojar más aún, gracias a lo cual sus movimientos se volvieron erráticos y Ranma se rio en su cara al grito de: ¡No podrías ser más torpe ni aunque practicaras!

El rostro de Akane estaba rojo como el fuego, su pecho se inflaba y desinflaba peligrosamente y acabó por partir el mazo en dos. Estaba agotada, exhausta y Ranma, con crueldad, siguió atacando sus puntos débiles con sus palabras, ni siquiera le importó que toda la familia le escuchara.

Así era siempre, ¿no? Y sin embargo, el chico se sentía distinto. Los golpes del mazo le habían dolido más, el corazón le aullaba de rabia y hasta él se dio cuenta de que las palabras se le escapaban con mayor premura y facilidad. Pensó que no podía sujetar su lengua, pero apenas le importó.

Sus gritos se oyeron por toda Nerima y en un momento dado, Akane dejó caer su rostro, desfallecida y no dijo nada durante unos instantes. Su menudo cuerpo, encogido, tembló de arriba abajo y cuando volvió a alzar la vista, sus ojos ardían como nunca antes lo habían hecho.

—¡¡Te odio, Ranma!!

Eso también era bastante habitual y el chico tampoco le dio importancia. Cuando Akane no podía más, le gritaba que le odiaba (aunque todos sabían que no era cierto) y la pelea terminaba. Casi se podría decir que era lo mismo que gritar: ¡Casa! Cuando un niño juega al pilla-pilla y necesita un descanso o el grito de: ¡Corten! Cuando se filma una película.

Vivir Sin TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora