CAPÍTULO UNO

493 52 2
                                    




Brina observó la vitrina y luego a su marido.

―Ni lo pienses ―dijo él, sin siquiera apartar los ojos de la espada que estaba inspeccionando―, ya tienes demasiadas.

Ella volvió a observar la daga. Era consciente de la cantidad de armas que tenía a su disposición, pero aquella era diferente ―o al menos eso se había dicho a sí misma―. Tenía el mango incrustado con pequeñas estrellas de diamantes, y en la hoja brillaba una constelación de estrellas que únicamente alcanzaba a verse desde la cima de la montaña más alta de Velaris, lo que hacía que el diseño fuera único.

―Y ni intentes convencerme, he tomado una decisión.

Azriel llevaba controlando sus finanzas desde que ella había gastado casi todo su salario de un mes en la colección de verano de su diseñadora favorita. Habían tenido que mandar el cargamento en dos baúles llenos desde la Corte Amanecer, pero a ella no le había importado tener que pagar el envío con tal de agrandar su armario.

Sin embargo, a su marido le había importado, en especial desde que se había quedado sin espacio para su propia ropa. Desde ese momento todo el dinero de Brina iba a parar a una cuenta dentro de la de Azriel, que controlaba la cantidad que podía retirar con el rigor de un general del ejército.

Irónico, considerando que el general soy yo.

―¡Querido mío! ―chilló ella, deslizándose hacia su lado. Azriel había encargado una espada especial desde que había perdido la suya en una misión tres meses atrás. A diferencia de Brina, su colección era más pequeña y totalmente medida―. No quieres generarme un disgusto, ¿cierto? Sabes que en mi condición cualquier cosa puede afectarme más de la cuenta.

Como para probar su punto, se aferró con un brazo al de su marido y, con el que le quedaba libre, se tocó la inmensa barriga.

―Al bebé no le pasará nada porque tú no te compres otra daga.

―Eso no lo sabes, dicen que hoy en día son muy sensibles.

―Brina, ¿para qué quieres una daga enjoyada?

―¿Para defenderme?

―Tienes suficiente para matar a un pelotón.

―Sí, pero una nunca sabe cuando necesitará otra, ¿verdad? ―se dirigió hacia el propietario de la tienda, que miraba a la pareja con el ceño fruncido.

―Su esposa tiene razón, las dagas jamás vienen mal ―respondió en voz baja, rascándose la barba.

Azriel levantó la cabeza de su espada, lo que fue suficiente para que el macho temblara.

―Bueno, también es verdad que usted tiene muchas, señora ―se retractó, dando un paso hacia atrás―. Ha sido mi mejor cliente por cinco siglos.

Sabiendo que no habría forma de hacerlo ceder, se separó de él. Ni siquiera lo miró cuando giró hacia la salida.

―Bien, en ese caso esperaré afuera ―mientras caminaba, susurró más bajo―. Sabes que obtendré la daga a como dé lugar, amorcito.

―¡He escuchado eso! ―chilló Azriel.

―¡Lo sé!

Afuera, el calor golpeó a Brina con fuerza, o eso le pareció a ella, que desde que se había embarazado no podía dejar de sentir todo con el doble de intensidad. Se llevó de nuevo la mano a la barriga, acariciándola por encima de la tela de su camisa con aire distraído. Solamente faltaban dos meses para que el pequeño Arawn naciera, y a ella no podía agradarle más la idea. Su primer embarazo no lo recordaba tan agotador como ese.

Unos niños pasaron corriendo a su lado justo en el momento en el que Azriel salía de la tienda, cargando su nueva espada en la cadera. Ella no se giró a mirarlo hasta que un estuche de cuero negro, del tamaño perfecto para una daga apareció en su campo de visión.

Sonrió.

―Si sigues así, me llevarás a la bancarrota.

―Siempre podemos pedir un aumento ―dijo, tomando su regalo con ambas manos.

―¿Y hacer que Rhys nos mate? No, gracias.

―Jamás haría eso, nos adora.

―¿Quién te lo dijo?

―Oh, no te hagas el humilde. Sabes perfectamente que tienes el corazón de tu hermano, aunque no más que yo, eso está claro. Soy la favorita de los tres.

―Eso piensas.

―¿Quieres comprobarlo? ―preguntó, mirándolo.

―No, mejor vayamos a la siguiente tienda. Todavía nos queda comprar los últimos muebles para la habitación de Arawn.

Suspirando, Brina miró hacia el cielo. Ni siquiera era mediodía y ella ya se sentía agotada.

―Es cierto, pero antes podríamos comer un helado... ―batiendo las pestañas, intentó poner su mejor cara―...eso sí es totalmente necesario para el bebé.

―Últimamente todo parece ser necesario para el bebé, como la daga.

―Mujer feliz, bebé feliz. ¿Jamás había escuchado eso?

―No, creo que te lo has inventado.

―Puede ser, pero aún así siempre me haces caso.

Azriel le pasó el brazo por los hombros, suspirando.

―Lamentablemente me tienes completamente hechizado.

―Creí que era Dhara quien te tenía así.

―Ha salido a su madre.

Ella asintió muy solemne.

―Es cierto, la he criado bien.

―¿Será así con el nuevo? ―quiso saber, acariciando con una mano enguantada su barriga.

―Totalmente, eres un tipo de corazón blando.

―Solo cuando se trata de mi familia.

―Anda ya, vamos antes de que se me antoje algo más...aunque ahora que lo pienso...no nos vendría nada mal algo salado para acompañar el helado.

Azriel negó con la cabeza, completamente resignado.

―Definitivamente terminaré en bancarrota.

Brina se estiró para besar su mejilla, risueña.

―No seas un llorón, esposo mío.

Aún más resignado, el espía más peligroso de las siete cortes se dirigió a cumplirle el capricho a su esposa, otra vez.

Una corte de espadas y coronas ― AzrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora