CAPÍTULO DIEZ

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Brina tuvo que reunir todas sus fuerzas para poder levantarse.

El techo se había caído a sus pies y la pared, que antes había estado a sus espaldas, había colisionado de tal manera que ahora se encontraba sobre su cabeza. Ella había quedado atrapada entre los escombros, rodeada de pétalos rojos y trozos de jarrón.

Su vestido había quedado enganchado en una de las vigas caídas, por lo que tuvo que romper la falda para poder escapar. Su bota derecha había desaparecido, y lo único que le quedaban eran los dedos enrojecidos y un terrible dolor en el tobillo.

Brina tuvo que reunir todas sus fuerzas para no gritar cuando la primera contracción amenazó con derribarla de nuevo.

Había visto la sangre entre sus piernas, y sabía que nada tenía que ver con la explosión. El líquido que se había arremolinado entre sus dedos también servía como prueba, al igual que como incentivo para escapar.

Golpeó y escaló los escombros hasta conseguir respirar aire fresco, aunque de fresco no tenía nada. Había polvo por todas partes, y ella apenas era capaz de distinguir alguna cosa que no fuera el puro silencio que le precedía al caos.

La segunda contracción requirió más voluntad que fuerza. Brina no tuvo más alternativa que morderse los labios para evitar hacer algún ruido, a sabiendas que el primer grito que se escapara alertaría de su condición. Necesitaba salir y encontrar a su familia antes de preocuparse por el prematuro parto que la explosión había inducido.

Una vez liberada de su prisión de yeso, Brina intentó esquivar los restos de vidrios que habían quedado de las ventajas y los jarrones. Vio varios trozos de carne, que hasta hace unos minutos habían estado circulando entre los invitados. Algún que otro gemido llegó a sus oídos, pero Brina decidió dejar su rescate en manos de alguien que estuviera en mejores condiciones.

Su pie descalzó pisó sin querer los restos de una copa que había quedado en el suelo en el mismo instante en que la tercera contracción la encorvó. Tuvo que sostenerse la barriga al continuar, haciendo acopio de las últimas fuerzas que todavía le quedaban.

Entonces el aire se volvió más puro y los gritos resonaron en sus oídos como antes no lo habían hecho. Miró a su alrededor y distinguió los rostros heridos de alguno de los invitados, mas ninguno de ellos era a quienes buscaban.

Continuó caminando, pero una cuarta contracción la derribó por fin. Cayó de rodillas y el grito que se liberó entre sus labios llamó la atención de los pocos heridos conscientes que había de pie. Un hada se apresuró a su lado, pero Brina no consiguió más que unos pobres balbuceos. Intentó hablar, pero las palabras morían con cada contracción que la sacudía y la dejaba temblando.

Gritó con todas sus fuerzas, llamando a su compañero con lágrimas en los ojos.

Sintió las sombras de Azriel rodearla antes de desmayarse. 

Una corte de espadas y coronas ― AzrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora