CAPÍTULO SIETE

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Godrian apareció frente a su puerta poco tiempo después de que ella hubiera terminado de acostar a los niños. Su brazo metálico brillaba por debajo de las lámparas del porche, mientras que su semblante severo revelaba lo poco predispuesto que se hallaba a la conversación.

Ella se cruzó de brazos, apoyando la cadera sobre el marco de madera.

―¿Vienes a decirme que aceptas?

―Imagino que estarás contenta ―replicó él, sin mover un solo músculo.

―El que debería estarlo eres tú.

―¿Sabe tu marido de esto?

―¿Acaso necesito pedirle permiso para entrenar a mis tropas? ―preguntó, alzando una ceja.

Godrian suspiró.

―¿Puedes responderme a algo sinceramente?

Brina asintió.

―¿Realmente no me estás dando esta oportunidad por lástima?

―¿Por qué habría de sentir lástima por la persona que intentó abusar de mí?

―Podrías sentir lástima por lo que me he convertido.

Sin poder evitarlo, rió.

―Ya creo haberlo dicho, pero no siento nada por ti.

―¿Entonces porque me has elegido para entrenar a tu escuadrón?

―Porque solías ser un buen guerrero ―se irguió, descruzando los brazos y dando un paso hacia atrás―. Como persona eras una mierda, pero eso no es lo que me interesa. Únicamente quiero que los novatos aprendan a luchar.

―Lo siento ―dijo él, bajando la cabeza. Incluso mientras intentaba esconder su rostro, Brina consiguió distinguir la mueca que se instaló en sus labios y los hizo temblar―. Por lo que te hice hace siglos y todo lo demás. Tú no te merecías nada de eso.

Ella volvió a reír, negando con la cabeza.

―Guárdate las disculpas, no las necesito ―se estiró para tomar el pomo de la puerta. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no golpearlo en el rostro―. Preséntate mañana en el entrenamiento. A las ocho, sin falta.

En una habitación no muy lejana, dos niños pretendían dormir. Enfrentados el uno con el otro en sus camas, escuchaban muy atentamente el intercambio de la verdugo con el guerrero.

Sin poder contenerse, Nyx susurró lo más bajo posible:

―Ese macho le hizo algo malo, ¿no es así?

Dhara no estaba muy segura, puesto que sus padres evitaban hablar del macho sin brazo. O del otro, ese que de vez en cuando escuchaba a su tío Cassian llamar 'el sin pelotas'.

―Papá evita mirarlo cada vez que viene, como si no existiera.

―Eso quiere decir que sí. A veces los adultos hacen esa cosa rara de no mirar cuando intentan no enojarse. ¡Como esa vez que Amren hizo como que no nos veía cuando rompimos el jarrón en la Casa del Viento!

―Mamá dijo que intentó abusar de ella, pero no entiendo que significa.

―Pues yo tampoco ―respondió Nyx, haciendo esa mueca que su prima conocía muy bien. Cuando fruncía los labios como un pato, ella advertía que se estaba preguntado muchas cosas, porque él jamás solía sentir curiosidad solo por algo en particular―, pero preguntar podría meternos en problemas.

―¿Qué sugieres que hagamos?

―No creo que debamos hacer nada, mejor aprovechamos que todavía nos quedan unos días en el campamento para hacer algo divertido.

―¿Ahora?

―¿Cuándo, sino? ―se incorporó en la cama, apartando las sábanas de un tirón. Sus pequeñas piernas quedaron colgando fuera de la cama mientras las sacudía―. Escuché hace poco que nuestros padres solían reunirse por las noches en un claro no muy lejos de aquí. ¿Quieres ir a buscarlo?

―¿Y cómo sabremos cuál es?

―No seas tonta, Dhar. ¿Cuántos claros crees que hay por aquí? Deja que responda por ti: no muchos.

―¿Y qué vamos a hacer ahí? ―preguntó la niña, algo inquieta―. No quiero volver a meterme en problemas.

―Pues si nos pillan, podemos decir que ellos hacían lo mismo casi a nuestra edad. ¿Crees que puedan castigarnos si usamos esa lógica?
―Ahora que lo mencionas, supongo que no.

―¡Entonces vamos! ―exclamó, poniendo los pies en el suelo. Sus alas se abrieron por detrás de su espalda con tal entusiasmo que terminó por eliminar las últimas reservas de su prima.

―Llevaré nuestras espadas de madera, quizá podamos entrenar.

―¡Estupenda idea! Imagínate la cara de nuestros tíos cuando vean que hemos mejorado. ¡Se caerán de espaldas!

Pensando que eran lo suficientemente listos como para burlar a la reina de las salidas a escondidas, ambos niños tomaron sus armas de utilería y marcharon en busca del famoso claro de sus padres. Brina, que oía todo desde un rincón de la cocina, continuó preparando su aperitivo nocturno sin mucha preocupación.

Con algo de gracia pensó que sus hijos seguían los mismos pasos que ellos habían dado quinientos años atrás. 

Una corte de espadas y coronas ― AzrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora