CAPÍTULO NUEVE

255 28 1
                                    

1/2


Nesta se había despertado con el presentimiento de que algo malo iba a suceder.

Intentó deshacerse de aquella sensación serenando su mente, entrenando con sus amigas y ayudando a su hermana con los últimos preparativos para la inauguración de esa tarde.

Nada sirvió para que el presentimiento la abandonara completamente.

Su compañero intuyó que la sombría expresión que la atormentaba tenía alguna justificación, pero cuando se armó de valor para preguntar, Nesta se escapó de sus brazos tan rápido como pudo. Lo que sea que estuviera sucediéndole, estaba claro que todavía no se sentía lista para compartirlo con él.

La verdad era que Nesta había comenzado a ver malos presagios en todo el mundo desde el regreso de Brina y los niños. A donde quiera que mirase, la sensación de estar a punto de presenciar algo terrible se acrecentaba en su estómago y escalaba las paredes de su defensa con la determinación de una bestia a punto de devorar a su presa.

Cuando Feyre pasó a buscarla, ella ni siquiera se atrevió a decírselo. No podía dejar de ver a su hermana envuelta en un aro oscuro que, con cada segundo que pasaba, la envolvía aún más.

Algo iba a suceder esa tarde.

Para evitar arruinarle la felicidad a Elain, Nesta decidió escabullirse hacia el fondo de la tienda con una provisión de vino y queso. No le dijo a nadie a donde iba, pero dado que todos estaban ocupados elogiando a la dueña de la nueva florería de Velaris, no creyó que fueran a notar su ausencia hasta dentro de un rato.

Esperaba estar lo suficientemente borracha como para dejar de ver esos terribles augurios.

Brina, que por otro lado estaba de un excelente humor luego de haber solucionado los problemas con su marido, revoloteaba por la tienda robando muestras de comida. Tenía las manos llenas para cuando encontró a Rhysand, que observaba la fiesta desde el otro lado del mostrador.

―¿Cómo ha ido con el nuevo instructor? ―preguntó.

―Bien, antes de irme revisamos el plan de entrenamiento una vez más. Estoy segura de que hará un trabajo decente.

―Me sigue sorprendiendo el hecho de que lo eligieras a él.

―¿También crees que le tengo pena? Eso es lo que dice todo el mundo, incluyendo Az.

―Bueno, visto desde afuera eso es lo que parece.

―¿Por qué habría de sentir lástima por una escoria como él?

―Lo has elegido como tu reemplazo.

―No lo hubiera hecho cincuenta años atrás.

―¿Y por qué ahora sí?

Brina engulló el último bocadillo de sus manos antes de responder.

―Sané todas miradas ―dijo llanamente―. El tiempo suele hacer eso a veces, permitirnos reparar las partes rotas de nuestro propio corazón. Eso fue lo que hice: volví a armarme y dejé atrás todo aquello que me estaba lastimando.

―¿Godrian era uno de ellos?

―Él siempre lo fue, pero aprendí a soltarlo.

―¿Eso quiere decir que lo has perdonado?

―No, jamás creo que pueda hacerlo. Pero el perdón no tiene nada que ver con mi decisión.

―¿Enserio?

―Lo he soltado, eso es todo. Decidí desprenderme del dolor que me causaba su recuerdo y, en consecuencia, me volví indiferente. No he perdonado a Godrian pero, ¿quién podría? Eso no es algo que pueda hacerse y tampoco es algo que quiero. Si lo he elegido es porque valoro su experiencia como guerrero, no como persona. Hará un buen trabajo y eso es lo que importa.

Rhysand asintió, dejando caer una pesada mano sobre el hombro de su hermana. Sonrió, y el gesto fue todo lo que ella necesitó para saber que la entendía.

Del otro lado de la tienda, Lucien observaba la fiesta como si de un fantasma se tratase.

Todo aquel espectáculo no podía importarle menos, la única razón por la que todavía no se había marchado era Elain. Sabía que las probabilidades de volverla a ver eran mínimas, considerando que era lo que pensaba hacer una vez abandonase Velaris. Quería creer que su misión sería exitosa, pero era lo suficientemente inteligente como para conocer los riesgos a los que se enfrentaría.

La muerte sería lo más benevolente que pudiera sucederle.

Tan concentrado estaba en sus propios pensamientos que jamás vio la bola dorada que pasó junto a sus pies. Rozó unos de sus zapatos en su camino hacia el centro de la tienda, pero aún así Lucien no llegó a darse cuenta de su presencia hasta que el 'clic' que hizo al detenerse le llamó la atención. Sabía que su ojo no lo había hecho, y aunque quien no lo conociese podría haberlo confundido, Lucien fue plenamente consciente de que había sido otro el objeto que lo había provocado.

Su mirada se posó sobre la llamativa bola dorada, que entre las telas de las faldas y los cueros de los mocasines, brillaba tanto como el sol de mediodía.

Lamentablemente, Lucien no la alcanzó lo bastante rápido.

La explosión sacudió los cimientos de la tienda de Elain Archeron. 

Una corte de espadas y coronas ― AzrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora