Capítulo treinta y cuatro

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Eran pasadas las 8am cuando estaba buscando la puerta de embarque de Los Ángeles en la pantalla. Percatándose de que aún era temprano se limitó a coger asiento donde menos gente había con tal de esperar. Llevaba una maleta de mano y un bolso un tanto grande, tenía un poco más de lo necesario para los tres días y dos noches que le esperaban, pero no fue capaz de reducir más su equipaje.

Se había traído un libro para no aburrirse en momentos como aquel, pero no podía evitar pensar en lo capullo que se había comportado Axel anoche. Esta vez sí que estaba enfadada con él. Se había burlado de ella en su cara, con su postura indiferente acerca de lo mal que se lo había hecho pasar con su desaparición, y aún más le dolía que no le dijera la importancia del día anterior. De haberlo sabido hubiera hecho otro tipo de planes con tal de estar con él en aquel día tan duro. Otra vez más le escondía las cosas y ya no sabía si era por su culpa o por la de él. Nunca parecía abrirse del todo ante ella, o, mejor dicho, no siempre. Que fuese el aniversario de su madre no lograba justificar su comportamiento; no saber dosificar su dolor, causándoselo a otros no era la manera.

Cansada de parecer una psicópata en los ojos de la gente por estar sentada mirando un punto fijo por más tiempo del que se consideraría normal, se dirigió a una cafetería con tal de cogerse un café. Mientras esperaba en la cola le llegó un mensaje de su madre, el cual no tardó en abrir.

Buenos días, cariño, espero que ya estéis por el aeropuerto. ¡Os esperamos en casa de los Williams!

Lo primero que le respondió fue que estaba sola y que Axel no tenía pinta de aparecer, ahorrándose contarle lo sucedido. Enseguida Katherine le contestó sorprendida y le dijo que se lo comentaría a sus padres, cosa que la hizo suspirar y apagar el móvil. Estaba claro que su ausencia tendría consecuencias, pero al fin y al cabo Axel era una persona adulta con voz propia y si él pensaba que lo mejor era evitar las situaciones en vez de afrontarlas, a lo que a ella se refería no le incumbía.

Tras unas cuantas horas sentada en primera clase, detalle por parte de los Williams, el avión tocó tierra. La verdad era que había conseguido descansar un poco y no darle más vueltas al tema de Axel, llegando a la conclusión de que él tenía que disculparse y no le servía que fuese por mensaje. Una vez cogió su equipaje fue directa al exterior del aeropuerto con tal de coger un taxi camino a la ubicación que le había enviado su madre horas antes.

El trayecto en taxi le había resultado bastante largo, dejando a entender que la casa estaba bastante a las afueras de la ciudad.

- Hemos llegado, señorita – avisó el taxista enfrente de dos columnas altas y anchas, de probablemente toneladas de peso, unidas por una puerta de barrotes negra

Nada más pagarle llamó al timbre de una de las columna y así se abrieron las enormes puertas de hierro. El camino de piedrecitas, delimitado por dos largas filas de cipreses hasta el porche parecía ser infinito, pero se fue entreteniendo, mirando alrededor. Realmente lucía a casoplón, de hecho, una vez llegó tan lejos como para ver toda la amplitud de la casa pudo divisar una pista de tenis, por la cual se accedía por otro camino de hierba, esta vez delimitado por arbustos, lugar donde tenía una pequeña fuente. Se trataba de un terreno realmente grande, bien distribuido entre varios jardines, la pista de tenis, una amplia piscina con media docena de tumbonas grandes y lo que parecía ser una zona de relax con una mesita sobria y cuatro sillas.

- ¡Bienvenida, Bella! – saludó Sophie con una reluciente sonrisa, de pie enfrente de las escaleras del porche

- Buenos días – respondió de igual forma – este sitio es precioso – añadió una vez llegó a su altura

- Deja que te ayude – dijo haciendo el amago de cogerle la maleta

- Oh, no hace falta enserio – comentó educada

Limerencia SanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora