Capítulo 1

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Gaara

El cementerio ha sido mi lugar favorito estos últimos meses, mi vida cambió drásticamente tras el accidente de mis padres. Accidente, eso es lo que mi abuela dice, yo no lo creo.
Durante semanas estuvieron distanciados de mí, cosa que no generó nada bueno en mi vida, los notaba preocupados y tensos, distintos a lo que siempre fueron.

El viento golpeaba en mi rostro, haciendo que la página en la que me encontraba escribiendo se volteara rápidamente. Los árboles ya mostraban su desnudez, la neblina podía notarse en cualquier parte y el viento ya era seco y frío; el invierno había llegado, dentro de dos días se cumplirán 4 meses desde sus muertes.
—Cada día es más difícil, la abuela no lo entiende— hablé a la tumba de mi madre, hablar con ella se había vuelto una rutina y forma de sobrellevar las cosas.
Una silueta apareció a unos metros de distancia, me sobresalte al no notarla allí antes; era el mismo chico que veía casi todos los días desde hace ya una semana, él se acerca a la tumba de su ser querido, deja su ramo y se sienta a hablarle.
Cruzamos miradas una sola vez, luego ambos hicimos como si el otro no existiera, él generó cierta curiosidad en mí desde el día en que lo conocí, luego de lo ocurrido con mis padres me alejé de todo, nadie logró interesarme y tampoco gustarme, todo lo que alguna vez amé ahora lo odiaba.
¿Por quién estaba aquí? ¿Por qué viene todos los días como yo? ¿Por qué solo él lo visita?
Recosté mi cabeza entre mis rodillas, las lágrimas se habían secado dejando un camino de sal en mis mejillas. No había notado como el tiempo voló sobre mi.
—Hola extraña.
No me moví de mi lugar, aquel chico estaba hablándome sabía que era él, nadie más venía aquí.
Levanté la vista cuidadosamente, sus ojos oscuros penetraron los míos, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
¿Por qué me hablaba ahora?
—¿No hablas?— preguntó en susurro, su rostro no mostraba ninguna emoción, solo articulaba sus labios y soltaba el sonido de su cruda voz.
Aparté mi vista hacia la tumba de mi padre, el jazmín que había dejado ayer estaba junto al de hoy, haciendo que no quedara tan gris y solitario.
—Lamento tu pérdida— insistió en hablarme
Suspiré, no me gustaba hablar, ya no.
—También lo siento— repliqué en contra de mi voluntad.
Asintió y dejó una de las rosas que le sobraba junto a mis jazmines.
Fruncí el ceño, nadie más que yo vino a visitarlos, nadie los extrañaba.
—Gracias— susurré algo extrañada ante su acto.
Me levanté del pasto, limpié mi falda y tomé mis cosas lista para volver a casa.
—Se lo que se siente que nadie los visite, es... triste— indicó apartando su vista a la lápida de su ser querido.
—Creo que lo es.
Soltó una bocanada de aire y volvió a mirarme, sus ojos se encontraban vacíos y con un brillo irreconocible en ellos.
—Interesantes ojos, son...únicos— señaló los míos.
De pequeña me diagnosticaron heterocromía, uno de mis ojos es gris y verde mientras el otro es solo gris. Según mis padres, mí tío, el cuál nunca había conocido y tampoco se presentó tras la fatal noche, tenía los ojos igual a los míos.
Asentí sin ganas y bajé mi mirada a sus zapatos.
—Soy Tobías, por cierto— estiró su mano esperando que la tomara.
No soy maleducada así que la acepté con una pequeña sonrisa
—Soy Gaara.
Respondió a mi sonrisa con otra.
—Que nombre tan peculiar— rascó su mandíbula como si estuviese pensado—Bien Gaara, supongo que te veré mañana aquí— adivinó, mi nombre en sus labios sonaba distinto.
—Siempre vengo— respondí seria, era raro volver a hablar con alguien que me conteste sin hacer las mismas tontas preguntas, alguien con quien pueda tener una conversación...normal.
Me alejé de él, no volteé a mirarlo y tampoco me despedí. Comunicarme con otros ya no era lo mío, siempre estaban preguntándome cómo me encontraba cuando ellos realmente no querían escuchar mi respuesta.
Sin embargo, sentía que conocía más a ese chico que vi todos los días en un cementerio, que a mis propios padres.

Llegué a casa de mi abuela bastante rápido, ella es lo único que me queda y fue la única opción que tenía para vivir correctamente.
Ella se encontraba leyendo un diario, como normalmente hacía.
—Pequeña volviste temprano hoy— notó cuando me vio entrar.
—Empezó a refrescar y no tenía abrigo— era verdad, mi pequeño saco no me cubría por completo del viento.
Ella asintió y me regaló una pequeña sonrisa.
subí a la habitación de invitados, la cuál ahora era mía. Como siempre, dudé, pero me adentré a esa oscura y fría habitación, no tenía decoraciones, miles de fotos, ni color, solo mi cama y un mueble con ropa dentro.
Una sola fotografía quedaba posicionada sobre la cómoda, una de mis padres: estaban en un pequeño restaurante, ella llevaba un vestido azul corto y su cabello recogido, se veía hermosa. Mi padre tenía un traje y su cabello bien peinado, ambos lucían felices.
Teníamos una buena vida, no solo por el dinero, la ropa, los autos y todo lo material que alguna vez llegó a importarme más de lo necesario; Éramos felices, nos amábamos y no necesitábamos de nadie para serlo.
Un leve suspiro escapó de mis labios al recordar aquellos momentos, no lo superaría jamás ¿cómo podría?
Demasiadas personas dicen que lo haré, que aprenderé a vivir con ello y se formará en algo con lo que estaré en paz. No lo creo así.
La luz de la luna iluminaba la habitación, las sombras de los árboles se dibujaban en las paredes dando un aura escalofriante, estaba acostumbrada a este entorno, simplemente me daba paz en los momentos en los que mi mente era mi peor enemigo.
Giré la cabeza hacia el espejo que se encontraba frente a mi cama, mi reflejo recostado y sin expresiones era todo lo que veía, mis ojos brillaban más que toda la luz que ingresaba. Mis ojos, el chico del cementerio. Él se apoderó por completo de mi mente, mis pensamientos viajaron a su voz, su rostro, sus facciones, a lo extrañamente parecido que era a mí y sobre todo al momento en el que apoyó su rosa en la tumba de mi padre, volví a fruncir el ceño ¿por qué hizo eso? Siquiera mi mejor amiga me había acompañado a visitarlos, ya casi no hablábamos. Cerré los ojos y descansé mi mano sobre mi pecho, el sueño no tardó en aparecer y vencerme...pero por primera vez en mucho tiempo una minúscula y sincera sonrisa apareció en mis labios, al día siguiente lo vería, al día siguiente estaría allí.

"For I can't help falling in love with you. Like a river flows surely to the sea..."
Abrí mis ojos agitada, soñé con ellos, su canción, esa maldita canción que papá ponía cada tarde de lluvia. Sentí las lágrimas resbalando por mis mejillas, mi pecho tenía un agujero, uno casi imposible de llenar.
Desayuné un poco más que antes, la abuela me acompaña a mi lado tomando su café. Estamos en vacaciones así que por unas semanas no tendré que asistir a la escuela, es una ayuda para mí.
—¿Volverás a ir? — la abuela habló ya sabiendo mi respuesta
Asentí sin mirarla
—No voy a dejar de hacerlo.
Dejó su taza en la mesa y se levantó posicionándose detrás de mí.
Tomó mi cabello dividiéndolo en tres secciones, no me molestaba su tacto, el de ella me calmaba. Comenzó a trenzarlo como todas las mañanas, mi pelo era de un largo promedio así que la trenza nunca llegaba más allá de mi espalda.
Besó mi coronilla y comenzó a subir las escaleras. Por mi parte aparté el desayuno y tomé el abrigo para salir.

El camino hasta el cementerio no es largo, estamos cerca de él y caminando no me lleva más de cinco minutos.
Compré unos jazmines en el pequeño puesto de al lado, y entré comenzando a observar todo lo que me rodeaba, no estaba y mis pequeñas esperanzas esperaron que se encontrara allí.
Dejé la flor junto a las anteriores y quité las que ya estaban muertas. Suspiré aún recorriendo el lugar con mis ojos y me senté frente a mis padres.
—Un poco ilusa ¿no? — reí con ironía— creo que el no tener contacto con nadie durante meses da estos efectos en mí.
Tomé una profunda respiración tratando de que se sienta diferente a las otras veces, tratando de que en lugar de sentir un pesado y frío aire entrando en mí, pueda sentir vida.
Frustrada por el resultado a mi prueba, abrí los ojos preparada para hablarle de mis sentimientos a mi madre. Una mano apareció a mi lado dejando una rosa sobre la mía.
Giré a toda velocidad mi cabeza, detrás de mi estaba el, Toby.
—Hola— habló sentándose junto a mí.
Clavé la vista en el césped, una parte de mí no quería verlo a los ojos, no podía.
—Hola— contesté
Observé de reojo cómo jugaba con los cordones de su buzo, me hicieron gracia sus movimientos.
—Parece ser que somos los únicos que visitan este lugar— volvió a hablar
No respondí, no quería hacerlo, eso implicaría hablar más, conocernos y tal vez encariñarnos... no podía volver a hacer eso.
Lo ví asentir y soltar su aire por la boca
—Entiendo no quieres hablar, podemos mantenernos en silencio.
No respondí, otra vez. Lo que me sorprendió fue que no se marchó, se quedó a mi lado sin hablar, sin preguntar, sin resoplar... solo estuvo allí junto a mi silencio.
La curiosidad crecía ¿quién era la persona a la que perdió? ¿Por qué nunca antes lo había visto? No hablé, ni pregunté y tampoco resoplé, permanecí a su lado con su presencia haciéndome compañía.

GaaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora