Días de Escuela

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"Viste tu futuro sin amargarte

usaste tus venas para escapar.

Desfiguraste tus días de escuela"


Estacionar cerca del colegio no era para nada complicado. Fuera del caos vehicular que reinaba entre las 7:15 y las 7:45 de la mañana, durante el resto del día, el barrio Independencia de Mar del Plata era una zona tranquila. Matías, quien rara vez pisaba el colegio antes de las 8, podía casi siempre dejar el auto frente al colegio si así lo quisiera. Ese martes, sin embargo, el área que rodeaba la escuela parecía intransitable. No fue hasta que vio dos ambulancias y tres patrulleros apostados frente a la entrada principal del "Nueva Independencia" que dedujo que algo no andaba del todo bien.

Entre autos en doble fila y a paso de hombre, Matías condujo el auto pasando frente a la entrada del colegio y logró encontrar un lugar para estacionar dos cuadras más adelante. Tomó su bolso, bajó apurado del auto y se abrió paso entre la multitud que se agolpaba frente a la entrada del colegio hasta que consiguió acercarse a la puerta.

No era la primera vez que Matías veía ambulancias en la entrada. De vez en cuando, algún alumno se descomponía en la formación y necesitaba asistencia médica. Las escaleras que permitían el acceso a los salones de primaria también solían cobrarse sus víctimas, sobre todo en días de humedad. Tampoco era rara la presencia de los patrulleros policiales en horarios de salida, cuando alumnos de otros colegios de la zona se acercaban al "Nueva Independencia" a saludar a viejos conocidos e invitarlos a resolver sus diferencias en la Plaza Pueyrredón.

Sin embargo, era la combinación de patrulleros y ambulancias lo que preocupaba a Matías. Atravesó la puerta y la escena que vio lo impactó. Un grupo de alumnas de tercer año lloraba desconsoladamente al pie de una de las escaleras. Junto a ellas, un conjunto de profesores, padres y directivos conversaban en voz baja y con evidente consternación. Algunos daban muestras de haber llorado horas atrás, mientras que otros deambulaban por el patio sin rumbo fijo, intercambiando frases cortas con los alumnos que todavía no se habían ido. Gabriela y Adriana, directoras de los niveles primario y secundario respectivamente, conversaban cerca de la puerta de la secretaría con dos agentes de la policía bonaerense. Un grupo pequeño de padres, junto a algunos alumnos curiosos, hacía caso omiso de las directivas de los preceptores y se acercaba cada vez más a los oficiales.

Romina, una de las profesoras de literatura de secundaria básica, fue la única que vio llegar a Matías en medio de semejante alboroto. Al contrario de la mayoría de sus colegas, no parecía estar demasiado conmovida. Se acercó a Matías con expresión sombría y lo saludó con un beso en la mejilla.

"¿Día movidito?" Preguntó Matías.

"Callate, idiota", le respondió Romina.

Casi todos los saludos de Matías eran respondidos sistemáticamente con un "callate". A veces, el insulto posterior cambiaba por "imbécil", "tarado" o "pelotudo", pero el sentido de la respuesta no cambiaba demasiado. Romina no era una persona con demasiada paciencia, menos que menos en un día como ese.

"Dejame adivinar," sugirió Matías, "Jara entró con una .45 y baleó a medio 5to Economía"

La cara de Romina le aclaró que el clima no estaba para ese tipo de comentarios.

"Rocío." Respondió. Como si la sola mención del nombre pudiera, de alguna manera, empezar a explicar el horror de lo que había pasado hacía unas horas. "Apareció muerta esta mañana, tirada en el patio de atrás de la casa."

Rocío de OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora