El Blues de las Seis y Treinta

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"Los párpados me pesan,

mi boca se abre y bosteza,

un millón de moscas vuelan en mi cabeza,

me lavo la cara apurado, paro el colectivo,

me voy al trabajo forzado, siempre dormido,

el blues de las 6 y 30."


Matías odiaba los martes. En realidad, odiaba los lunes, los martes, los miércoles... cualquier día que no fuera asueto, feriado nacional, fin de semana o vacaciones. Cualquier día que lo forzara a levantarse de la cama temprano para ir a trabajar a la escuela era digno de su desprecio absoluto. No siempre había sido así, por supuesto. Los primeros dos o tres años de la carrera docente de Matías habían transcurrido de manera pacífica y placentera. Sin embargo, una seguidilla de grupos irrespetuosos durante los últimos tres años, combinados con un equipo directivo completamente inoperante habían corroído su vocación, y la única razón para arrastrarse al colegio en esos días era puramente monetaria.

El reloj del minicomponente marcó las 6:00 y el dormitorio se inundó con los primeros acordes de "Shoot to Thrill" de AC/DC, a todo volumen. Matías había forjado una especie de obsesión por llenar su rutina diaria de acciones que jamás habría podido hacer durante su breve matrimonio. Laura jamás le hubiera dejado usar el minicomponente a todo volumen como despertador, y más allá de que Matías era completamente consciente de que su flamante vida de soltero era bastante patética, cada una de estas pequeñas rebeldías le arrancaba una sonrisa.

Matías se despertó, pero se rehusó a abrir los ojos. Ponderó, como todas las mañanas, qué tan grande sería la escena que tendría que aguantar si volvía a faltar al trabajo. Antes de que Brian Johnson comenzara a cantar, Matías ya había concluido que su economía no podía soportar otro descuento por ausentismo, y que su paciencia no quería soportar otro escándalo por irresponsable. A regañadientes, abrió los ojos, y sin prender ninguna luz, se tambaleó hasta el baño.


"All you women who want a man on the street

But you don't know which way you're gonna turn

Just keep on comin' and put your hand out to me

'Cause I'm the one who's gonna make you burn."


Encendió la luz del baño y el brillo lo encegueció por un momento, obligándolo a cerrar los ojos. A tientas, buscó la canilla de agua fría y la abrió. Laura habría insistido con que se duchase, pero Matías no tenía ni tiempo, ni ganas, ni destreza física para intentar una ducha en ese estado.

Se salpicó la cara varias veces, tratando de recordar cuántas horas había logrado dormir. ¿Tres? ¿Cuatro? Inclinó su cabeza hasta colocarla directamente debajo del chorro de agua y se mojó el pelo para que fuera posible peinarlo. No se había cortado el pelo, ni afeitado, desde la separación. Levantó la cabeza y se miró al espejo. La gruesa barba negra le cubría todo el cuello y el mechón de cabello más corto casi le llegaba hasta los hombros. Sacó un cepillo del cajón del vanitory y luchó unos minutos hasta conseguir un peinado medianamente decente. Cuando por fin lo obtuvo, abandonó el baño y regresó al dormitorio.


"I'm gonna take you down.

Down, down, down.

So don't you fool around.I'm gonna pull it, pull it..."


De un golpe seco en el botón de FM, Matías mandó a callar a Johnson, quien inmediatamente le cedió su lugar a Mario Pergolini. El aire desfachatado y rebelde de la Vorterix era otra de las cosas que habían acompañado a Matías desde su separación. Sus gustos musicales eran bastante compatibles con los de la emisora, pero por sobre todo, admiraba la capacidad de Pergolini de decir cualquier cosa que se le cruzara por la cabeza sin ningún temor a la reacción de su audiencia.

Se sentó en el borde de la cama y decidió que ninguna de las prendas que se había puesto ayer podría soportar otro día sin pasar por el lavadero. Las amontonó en un rincón de la habitación y abrió el placard en busca de ropa limpia. Sacó un jean viejo, una remera de Deep Purple, un par de medias grises y unas Nike negras. Dedicó cinco segundos a buscar su campera de gabardina, y al no encontrarla, concluyó que debía haberla dejado tirada encima de alguna de las sillas del comedor. Cerró hasta donde pudo la puerta del placard y fue en su búsqueda.

El espectáculo que ofrecía el comedor le resultó repugnante incluso luego de haber visto escenarios similares varias mañanas atrás. Arriba de la mesa habían quedado cuatro botellas de cerveza, tres vacías y la cuarta por la mitad. Al lado de las botellas, cerca del borde de la mesa, descansaba un cenicero vacío, rodeado de cenizas y colillas de cigarrillo. Hizo un esfuerzo por recordar su lunes, pero el alcohol había borrado de su memoria porciones enteras del día anterior. Ciertos días lograba manejar aceptablemente su depresión, forzándose a salir a visitar amigos y manteniéndose ocupado corrigiendo exámenes y trabajos prácticos. Otros días, en cambio, la desesperación se apoderaba de él y el alcohol se mostraba como única respuesta al encierro abrumador que sentía.

Se prometió a sí mismo no volver a tocar una gota de alcohol. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que se había prometido lo mismo, pero al menos engañarse con la intención era ligeramente más reconfortante que rendirse al abandono. No recordaba qué era lo que lo había llevado hacia el primer vaso en esta ocasión. ¿Otra discusión con Laura? ¿La pila de exámenes sin corregir que se agigantaba en el rincón opuesto de la mesa? ¿Otra sanción del consejo escolar?

Abrió la heladera en busca de algo para desayunar y un olor rancio inundó la cocina. Se cubrió la nariz con el pliegue del codo y cerró con fuerza la puerta. Sin importar lo que fuera a desayunar, era claro que no iba a salir de esa heladera. En la alacena de arriba encontró un pote de café instantáneo y unas Criollitas. Prendió una de las hornallas de la cocina, llenó la pava con agua, y se sentó en la mesada a esperar que hirviera.

Desde la habitación, Pergolini, con su desparpajo habitual, atacaba al gobernador de la provincia de Buenos Aires por su "inoperancia con respecto al tema de la inseguridad". Matías asentía en silencio. Las calles de casi todas las ciudades de la provincia de Buenos Aires estaban cada vez más complicadas, y el gobierno poco hacía para resolver, o al menos combatir, la situación.

"... después no digan que yo no les avisé cuando nos tengamos que fumar al pelotudo este de presidente. Yo sé que no soy autoridad para hablar de este tema, pero esto ya no da para más. Mueren pibes como si fuera..."

El silbido de la pava interrumpió el descargo del locutor y Matías salió bruscamente del breve trance en el que había entrado. Vertió el agua hirviendo dentro de una taza no del todo limpia y le agregó dos cucharadas de café instantáneo, revolvió con fuerza y llevó la taza al comedor.

Al ver de nuevo el caos de papeles, botellas y ceniza que había sobre la mesa del comedor, Matías le echó un vistazo a su reloj y se preguntó si llegaría a hacer un poco de orden antes de salir. Luego pensó en Laura y sonrió al imaginarse el ataque de nervios que hubiera sufrido al ver la mesa del comedor en ese estado. Decidió dejar todo tal cual estaba, apuró su café y se preparó para salir.

La campera de gabardina estaba apoyada sobre el respaldo de una de las sillas, al lado del bolso negro que contenía los libros, listas y útiles que Matías llevaba al colegio. Primero se colocó la campera y luego se echó el bolso al hombro, se cercioró de que las llaves del auto estuvieran en el bolsillo de la campera y salió a enfrentar otro martes más.

Rocío de OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora