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El olor a tinte te inundó las fosas nasales de una forma casi hipnotizante. Te gusta el olor, más de lo que deberías. No eras una drogadicta, pero tampoco es que arrugaras la nariz  por el asco como la señora Angeles.

Era divorciada y la única razón por la que venía a la estética era para darse un corte nuevo de cabello para cazar algún pobre hombre anciano multimillonario que se diera cuenta de lo bella que era a pesar de su edad.

— Ya termine contigo, (Nombre) —  anunció Alexa mientras te sacudía el cabello —. Debes regresar el próximo mes para el retoque.

— Está bien, muchas gracias.

De tu nuevo bolso color salmón, sacaste tu monedero y de ahí le diste once dólares que Alexa agradeció besando. Luego te levantaste de la silla giratoria y te despediste de todo el personal de la estética que se te cruzó durante el camino hacia la salida.

Empujaste la puerta de cristal. El sol te impacto sobre el cuerpo de una forma casi infernal, razón suficiente para acomodarte tu sombrero de macrame y colocarte tus lentes de sol negros.

Sin embargo, el atuendo te duraba poco ya que tu trabajo estaba frente a la estética. Dejaste salir un suspiro para después cruzar la calle.

Empujaste la puerta de cristal de la tienda de antigüedades, en dónde trabajabas y el aire acondicionado te refresco el cuerpo. Dejaste tu sombrero sobre el perchero de madera al principio de la entrada, junto con tu bolso y tus lentes.

Sacudiste tu falda de flores, antes de ir hacia la mesa de la recepción.
Serena estaba ahí, leyendo el periódico.

— ¿Alguna noticia importante? — le preguntaste con una sonrisa de lado.

— Marilyn Monroe se va a volver a casar — respondió, casi indignada. —  ¿Cuantos matrimonios ya lleva?

Te encogiste de hombros.

— ¿La señora Miriam ya llegó?

— Está en la bodega, recibiendo lo nuevo que llegó — contestó, sin despegar la mirada del papel.

Serena era tu compañera de trabajo. Una preciosa mujer de veintisiete años de edad, con unos lindos ojos verdes y una cabellera de rosas. Tenía un esposo que la quería y una niña de tres años.
Tenía la vida resuelta, a decir verdad.

No tenía que preocuparse por cumplir veinticinco años y no haber tenido ni su primera relación amorosa.

— Iré con ella — anunciaste y Serena asintió con la cabeza antes de regresar a lo suyo.

Fuiste a donde mencionaste. Detrás de la tienda, había un pequeño callejón en donde tu jefa adquiría nuevas antigüedades por un precio muy bajo aunque ella era inteligente y muy minuciosa con los detalles, así que cualquier cosa en mal estado estaba más de decir que era declinado por ella misma.

Tocaste a la puerta antes de entrar. Recibiste un pase, pero en cuanto ibas a abrir la puerta, alguien más del interior lo hizo y sin querer te golpeó el rosto con la puerta.

Dejaste salir un quejido mientras te frotabas la zona del golpe.

— Una disculpa, señorita (Nombre). No pensé que hubiera...alguien — murmuró.

— No te preocupes, Tenya. No me dolió — mentiste.

El chico de lentes te dio una cálida sonrisa para compensar el accidente y tu le devolviste el gesto.

— Mi madre la está esperando —  respondió Tenya.

El hijo de tu jefa era relativamente cautivador. Durante su juventud tu maravillosa jefa se fue de viaje ál país del sol naciente y conocío a un guapisimo hombre millonario con el que se casó estando ebria.

ɪᴍᴘᴜʀᴏ; ɪᴢᴜᴋᴜ ᴍɪᴅᴏʀɪʏᴀ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora