Capítulo 2: Casa (Parte 2)

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Sé que ya es de día porque la luz se cuela por la ranura de la puerta, y también sé que estoy sola. Hace mucho que las voces de los lobos se han ido, y ya no se escuchan gruñidos. De todas maneras, cuando abro la puerta lo hago con cuidado, con miedo, pero estoy sola. Lo primero que hago es correr hasta el maletín oculto, tomo mi pistola, me siento más segura así. Me acero a la ventana y felizmente no hay rastros de lobos, tuve suerte esta vez, no debo confiarme de nuevo. Me pongo el collar de crucifijo en el cuello, el reloj en mi brazo y el anillo en mi dedo gordo, si el líquido sigue siendo efectivo no lo sé, pero confiaré en ello, en lo que JC le dijo a Rafa.

Meto la mochila de Rafael en el maletín con su diario, la carta y salgo de la casa. Esta vez recorro más rápido mi camino hasta los escombros del supermercado y en segundo ya estoy saliendo de la zona residencial de casa a los límites de la ciudad, que tienen más lugares para esconderse, por los enormes trozos de concreto que eran de edificios.

Solo me detengo dos veces para tomar agua, comer una barra de granola y esconder las hilachas que salen de mi pantalón verde oscuro, que está tan desgastado por la infinidad de lavadas que le he dado que ya se está desprendiendo de a pocos. Suspiro, en la siguiente expedición, debo buscar más ropa. Me cierro la casaca de Pablo y sigo adelante.

No puedo seguir descansando porque ya llevo un día de retraso, por esos lobos, y no tengo más tiempo. Suspiro y sigo adelante convenciéndome, que es un día cualquiera por la ciudad, que los carros a mi lado no están abandonados, que no piso trozos de concreto o hueso, que todo no está completamente destruido. Pese a que lo esté.

Doblo la esquina y choco con un edificio, llegando a la calle que más odio en todo el recorrido, el "cementerio" lo habíamos apodado así por los huesos humanos que hay en todo el camino restante que queda antes la gasolinera, y finalmente el bosque.

— Basta Liz, no seas gallina — me regaño. Luego de estar varios días sola, hablar en voz alta es normal para mí.

Obligo a mis pies a seguir a delante, pasando el "cementerio" con rapidez, ya solo debo seguir hasta la cancha de básquet con un aro para encestar partido en dos, que yace en medio de la cancha antes de llegar a la gasolinera, y finalmente el bosque. Y es posible que hubiera corrido todo el camino restante pese a que ya es de noche, pero no lo hago cuando escucho el inconfundible sonido de botellas rompiéndose.

Me congelo, no estoy sola, me aferro a mi maletín y corro, escuchando el sonido de mis huesos, quejarse, pero no me detengo, corro hasta el auto más cercano de la gasolinera y subo por la puerta rota, encogiéndome en el asiento de atrás, tomo uno de mis cuchillos. Escucho pasos a lo lejos y levanto la cabeza, son humanos, saqueadores, al menos no son lobos. Veo sus manos blancas con botellas de licor. Vuelvo a agachar la cabeza.

Estúpidos. Solo idiotas pueden estar por estos lugares borrachos, esperando que algún lobo los mate. Me aferro al cuchillo unos segundos más antes de bajarlo de nuevo a su lugar en mi pierna. Me echo en el asiento de atrás cubriéndome, aquí no van a poder verme.

Cierro los ojos. Tengo mucha hambre, pero no iré a pedirles comida, no estoy tan loca. Golpeo mi barriga que cruje recordándome que no he comido en muchas horas, tan solo falta un kilómetro, le digo a mi estómago. Si no puedo comer, al menos aprovecharé para dormir unas horas, me acurruco con cuidado sujetando mi arma, como un viejo oso de peluche, esperando no soñar nada, salvo que mis recuerdos tienen otros planes al colarse en mis sueños.

+

Disculpa bonita, ¿Está libre este asiento?

La cafetería está casi vacía. Al parecer este chico idiota no lo nota. Suspiro levantando la mirada, y lo veo y lo vuelvo a ver. Demonios.

Sangre de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora