Nueve - Adiós

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Otra vez estaba en la mansión de Eduardo a punto de tener relaciones con él.

Hoy me tocaba verlo y ya sabía que iba a querer acostarse conmigo, ya que hacia varios días que no teníamos encuentros sexuales porque siempre algo lo interrumpía.

- Que bien te queda este conjunto - me dijo mientras intentaba desprender el corpiño de encaje rojo que yo tenía puesto - Sos hermosa Lu

Dios, que asco.

Ya no era como antes. Ya no podía hacer oídos sordos a sus palabras y pensar en otra cosa mientras él me penetraba. Ahora sí me generaba un rechazo enorme.

Me imaginaba a otra persona diciéndome esas palabras: lo hermosa que estaba, lo linda que me quedaba la ropa, lo mucho que me quería. Ya ni el dinero me parecía una buena excusa como para seguir manteniendo mi relación con Eduardo.

Después de haber pasado esa noche tan pasional con Thomas y de la charla que tuve con mi mejor amiga al día siguiente, me di cuenta de que me merezco ser feliz y tener un romance como siempre lo soñé. Quizás no iba a tener un pasar económico tan bueno como el que estaba teniendo ahora con mi amante, pero por lo menos estaría conviviendo con alguien a quien sí querría de verdad.

- No, pará - le hablé tratando de terminar con el beso y luchando para salirme de entre sus brazos

Mi acompañante salió de encima mío y me miró desde el borde de la cama.

- ¿Qué pasó? - preguntó enseguida - ¿No te está gustando, querés que cambiemos de posición, estar vos arriba?

- No quiero que nos acostemos, ni ahora ni nunca más - solté decidida

Su cara en ese momento reflejó confusión mezclada con preocupación. Obviamente no entendía por qué le estaba planteando esto, si hasta hace instantes estaba todo bien entre nosotros. O eso era lo que él pensaba, obviamente yo fingía muy bien.

Me senté enseguida y acomodé mi ropa interior para después ponerme la remera sintiendo su atenta mirada sobre mí.

- No quiero que sigamos estando juntos porque nos pasan cosas diferentes y estamos en lugares muy opuestos - le empecé a decir, tratando de ser lo más suave posible en un intento de no lastimarlo - Vos ya tenes toda tu vida hecha, con un hijo incluso, y yo recién estoy empezando a vivir

Eduardo negaba con la cabeza a medida que me escuchaba. Se apresuró a subir a la cama y gatear hasta donde yo estaba, me agarró las manos entre las suyas y juntó nuestras frentes.

- La diferencia de edad no es un problema porque nostros nos queremos Ludovica - sostuvo ahora él

Puse mis manos en sus hombros y lo empujé para alejarlo, ya no quería ni siquiera tenerlo tan cerca.

¿Cómo pude hacerle daño a mi corazón por tanto tiempo, estando con un hombre que me doblaba la edad tan solo por algunos billetes? Las ideas materialistas habían nublado mi mente y había cambiado por completo mi personalidad a causa de eso.

Necesitaba volver a ser yo.

- Ahí está el problema - le contesté - Yo no te quiero Eduardo

Él cambió totalmente la cara al oír eso.

Se notaba que lo había sorprendido mucho con mi confesión.

Se levantó de la cama y empezó a caminar de un lado al otro, recorriendo todos los rincones de la habitación, a la vez que se rascaba la nuca demostrando nerviosismo. Su rostro ya no reflejaba confusión sino una creciente ira, sus manos habían empezado a sudar y sus pies no dejaban de moverse.

- ¿En qué momento fue que dejaste de hacerlo? - me cuestionó

- Nunca, jamás tuve un sentimiento de amor o de cariño hacia vos - afirmé muy sinceramente

Eso pareció volverlo aún más loco.

Se detuvo en el lugar y sus manos se convirtieron en puños. Apretaba con fuerza sus dedos, generando que sus nudillos se volvieran blancos, y su mandíbula con leves rastros de barba canosa estaba muy marcada. Me dió miedo por un instante verlo así, no sabía qué era capaz de hacer.

- ¿Tenés a otro? - siguió consultando en un tono de voz alto - ¿Siempre tuviste a otro, no? Y a mi me usabas para sacarme plata nada más

Los gritos eran de otra dimensión. Estoy segura de que hasta los vecinos podían escuchar sus quejas.

No le contesté nada. Tan solo miré para abajo, tímida y afligida.

No podía decirle a la cara que tenía razón, que la plata era lo único que me interesaba de él. Y tampoco podía confesarle que su hijo era quien me había llamado la atención desde el primer momento y que ahora se estaba metiendo poco a poco en mi corazón.

Suspiró fuerte y salió de la habitación dando un portazo, dejándome sola sentada sobre el colchón.

Me quedé unos minutos más allí quieta sin hacer nada hasta que reuní fuerzas para al fin salir e irme de esa casa, creía yo que para siempre. Después de vestirme, bajé las escaleras con el sonido de mis sandalias resonando contra el mármol del suelo y atravesé el pasillo sin divisar a Eduardo por ningún lado.

Antes de llegar a la puerta pude ver su sombra en el living, ya que estaba sentado en el sillón y justo la luz de la luna daba de lleno por la ventana. Me acerqué y él levantó la vista para verme.

- Gracias y perdón por todo - le dije mientras colocaba sobre la mesa las extensiones de sus tarjetas que me había dado y el juego de llaves del auto 0 kilómetros que me había comprado

De su boca no salieron palabras. Era la situación igual a como me despedí de su hijo hace unos días, ninguno me devolvió el saludo y el sabor que me quedaba era amargo.

Al final, me había quedado sin nada.

Sin ninguno de los dos.

Ya no tenía un sugar daddy, pero tampoco iba a seguir viendo a mi querido sugar boy.

Sugar Boy | Rusher KingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora