Capitulo 7

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—Bueno, ¿cómo está Bryan? No sé nada de él desde hace años.

—Está bien. Tomando al asalto Wall Street.

—¿Sigue en la banca mercantil?

—Sí, hace años que no viene a Australia. Me sorprende que no hayáis seguido en contacto.

—Los hombres solemos tender a separarnos. Empezamos a movernos en ambientes diferentes después del instituto.

Pero había estado en aquel cumpleaños de Bryan, así que no habían perdido el contacto por completo. Esa noche estaba grabada en su cerebro. Se había sentido extraña y fuera de lugar con su elegante vestido nuevo, el único vestido que tenía, una prenda de tafetán azul que hacía frufrú cuando se movía. Mientras, Freddy se había pavoneado por la fiesta con una sonrisa engreída como si fuera el dueño de la casa.

Y así había sido. Había sido el alma de la fiesta, había hablado y reído la primera hora entera mientras ella había permanecido en la sombra deseando que un tipo así se fijara en una chica como ella.

Y por alguna inexplicable razón, ese deseo se había hecho realidad. La había descubierto en una esquina del salón, cerca de la terraza de las modernas instalaciones del Albert Park que Bryan había alquilado para la fiesta, y la había seguido.

La siguiente hora habían hablado, reído y bromeado, y ella se había sentido viva por sus atenciones. Nunca antes se había sentido así. Le sorprendía que algunos cambios menores en su aspecto como las lentes de contacto, el vestido nuevo, el lápiz de labios y los zapatos de tacón, pudieran darle la fuerza para flirtear con alguien como Freddy.

Incluso después de lo que había pasado más tarde, jamás había olvidado esa sensación, lo bien que se había sentido, y había estado desesperada por repetirla. Se había reinventado a sí misma después de esa noche y no había vuelto a mirar atrás.

—La ultima vez que lo vi fue en el cumpleaños —recorrió su traje con la vista haciendo que ella se estremeciera—. A ti también, ¿te acuerdas?

Oh, sí, se acordaba de cada minúsculo detalle, desde los vaqueros desteñidos que llevaba él hasta la chaqueta de aviador que le había echado por los hombros cuando se había estremecido más por su atención que por el frío.

Recordó estar apoyados en la barandilla de la terraza contemplando la asombrosa vista, las luces que se reflejaban en el estanque del Albert Park y Melbourne al fondo. Él detrás de ella, muy cerca, su cuerpo rozando el de ella, hasta que la había rodeado con los brazos, le había dado la vuelta y...

Parpadeó en un intento desesperado de bloquear el recuerdo que iba a continuación.

Freddy sonrió, alargó una mano y le puso un dedo en la barbilla para levantarle la cara.

—Tenemos que hablar de lo que pasó esa noche.

No podía moverse, no podía apartar la vista, atrapada en el calor de su mirada. ¿Cómo iba a mantener las cosas estrictamente en términos platónicos, si reaccionaba como una colegiala en cuanto dirigía su encanto hacia ella?

Y lo haría, no tenía ninguna duda. El encanto era algo natural en Freddy y no significaba nada. Le había visto ejercitarlo a voluntad de adolescente, había visto a chicas literalmente apoyadas en la pared porque no les sostenían las rodillas cuando él había pasado pavoneándose.

Ella no. Ella había sido más inteligente, había ocultado sus reacciones tras la frialdad; aunque eso había sido poco eficaz a la hora de detenerlo. Ella había sido un cerebrito, jamás podría explicar su aberrante reacción a un tipo bastante simple y coqueto. Hasta que se había dado cuenta de una cosa: no todo tenía una explicación lógica y, con alguien como Freddy, su reacción había sido instintiva, hormonal, visceral. Nada más.

Forzó una carcajada, inclinó la cabeza y miró el reloj.

—Me gustaría quedarme a hablar de los viejos tiempos, pero tengo trabajo.

—Bien —dijo él en un tono que le dejó con la duda de si se había creído su excusa para marcharse—. ¿Qué tal si fijamos otra cita para ponernos al día?

—¿Ponernos al día?

—Si quieres que tus amigas crean que estamos saliendo, supongo que tendremos que vernos otra vez antes de la primera aparición para hacer que nuestras historias coincidan. Practicar el hacer de tortolitos y esas cosas...

Su expresión de horror debió de ser muy evidente, porque él se echó a reír y le acarició una mano.

—Tranquila, estoy de broma. Pero tenemos que hablar porque nos van a hacer las preguntas básicas sobre dónde nos conocimos, si fue amor a primera vista y cosas así.

—Tienes razón.

Había pretendido que ese encuentro fuera para eso, pero había enturbiado sus sentidos con su potente presencia.

—¿Puedo llamarte? Estoy hasta el cuello de eventos en este momento.

—Sin problema.

La agarró de un codo cuando se levantó y ese inocente roce hizo que un estremecimiento le recorriera el cuerpo. Para él era fácil decirlo. Sin problema...


Siempre Dama De HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora