VIII→ El perdón

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Al sentirse culpable, Luke decidió bajar a por él. El recepcionista le dijo que había salido fuera, y fue corriendo. Llevaba su ordenador consigo por si había alguna urgencia.

Y ahí estaba: sentado encima de coche, fumando un cigarrillo para ahogar sus penas. Incluso Luke sintió lástima, y se sentó a su lado.

— Eh, perdona, creo que... me he pasado.

— No me pidas perdón cuando ambos sabemos que esa mierda que me has dicho es justo lo que piensas. ¿De verdad crees que no merezco que me respeten? —lo miró a los ojos con los ojos llorosos.

— Yo no he dicho eso, he dicho que nadie te respeta. Es distinto.

— Es lo mismo pintado con otras palabras —respondió frustrado, y se bajó del coche caminando hacia el motel de nuevo.

— ¿Y qué quieres que haga? Eres un capullo, te lo tienes merecido.

Al escuchar eso, dio media vuelta y le miró a los ojos.

— Tu padre no te ha odiado desde que naciste. Tus amigos no te quieren muerto. Tu novia te ama. Tu madre no está muerta mientras tu padre lo celebraba. Tu hermano no es huérfano porque has matado a tu padre después de soportarle tanta mierda. Tu vida no es la mía, ni la mía es la tuya. No vayas insultando y menospreciando a la gente sin saber las historias de los demás.

Ante eso, Luke se quedó mudo.

— En... Entendido...

Sin decir nada más, entró al motel mientras él se quedaba con el ordenador subido al coche.

— A este paso no voy a llegar, maldita sea... —maldijo para sus adentros.

Mientras veía mensajes de sus trabajadores y de empresas, abrió el correo electrónico que compartía con su novia. El cual le sorprendió.

La chica del pañuelo verde: Hola, amor, siento no haberte escrito antes. Mi novio ya se ha ido de viaje, podemos ir a cenar hoy si quieres. ¿Te parece bien a las cuatro y media en el parque? Nos vemos, te amo mucho.

Ese mensaje enviado por su chica le dolió. Había sido engañado con otro, y se acababa de dar cuenta. Pero el mensaje ya estaba abierto de antes, y decidió mirar la hora.

— Abierto ayer a las once y media, justo antes de que fumase... —dijo para él mismo, y le salió una pequeña sonrisa— Lo sabía, por eso me drogó...

Tras dibujar otra sonrisa, se rió tímidamente y decidió subir a la habitación, donde Tonny le abrió la puerta.

— Pasa, ya nos vamos, solo déjame que robé los jabones de la ducha y ya—le cortó con un beso en la boca y cerró la puerta— ¿Qué te pasa, loco?

— Que si quieres penetración, yo te doy penetración maravilla del universo.

— ¿¡Sexo!?

— ¡Sexo mi vida!

Ambos se rieron y empezaron a besarse mientras se desnudaban, esta vez más apasionadamentes y estando muy conscientes de lo que estaban haciendo. Además, más duro.

— ¿Te gustó la mamada de ayer?

— Me gusta todo lo que me hagas tú, mi rey.

— Pues toca mamada, jefe.

Lentamente, Luke bajó a su falo y se lo introdujo en su boca mientras Tonny gemía.

— Luke, oye, ¿y si tenemos penetración en la ducha?

— Te adoro.

Entre risas, fueron a la ducha donde tuvieron sexo fuertemente. Duro contra el muro, fuerte contra el piso. Así, como Tonny. Una vez Luke sintió el falo de su amigo, y tras Tonny penetrar en él, se ducharon juntos y salieron del baño como nuevos.

Tonny agarró sus cosas para irse, pero Luke se acostó en la cama muy feliz.

— Luke, tenemos que irnos, cielo.

— He pensado que mejor no.

— ¿Qué dices?...

— Que paso, que le den a la empresa. Que les den a todos, ¡que les follen! Paso de ser un niñato que se pasa la vida templando gaitas a los demás.

Ante esa respuesta, Tonny se puso serio.

— No, Luke. Tú eres más que eso. Eres dueño y editor de una empresa que te necesita. Miles de personas comen a diario por ti, no hagas esto. No cometas este error.

Luke le miró sin dar crédito a lo que acababa de decir. Era algo coherente y con sentido. Algo imposible siendo de Tonny, según él.

— ¿Y cómo sabes eso?

— Porque a mí me echaron de mi primer trabajo por ello. El jefe lo dejó y miles de personas nos fuimos a la calle. No nos pagaba mucho, también era cierto, pero algo era algo. Y pasar de tener algo a no tener nada, es depresivo. Te lo digo de verdad.

Ante su sinceridad, Brandon lo pensó dos veces. Tras darle una vuelta, aceptó.

— ¿Sabes qué?

— Dime.

— Sigamos el viaje, señor.

— ¡Que no me llames señor, puto viejo!

— ¡Oye!

Entre risas, fueron al coche con las maletas y todas sus pertenencias. Y con los jabones robados de la ducha, claro está.

Dos idiotas de casualidad - Tonny×LukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora