LA LLEGADA

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Nuestro trayecto al palacio transcurrió más rápido de lo que hubiera imaginado, o tal vez estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta hasta que nos encontramos frente a un enorme portón con el sello de nuestro reino.

Durante todo el trayecto me limité únicamente a respirar, algo que es irónico porque antes de ponernos en marcha no paraba de suplicar y llorar para no me llevarán, cosa que fue totalmente en vano, las mujeres no teníamos voz, ni voto, los encargados de decidir por nosotras eran nuestros padres y los esposos de aquellas que estaban casadas.

—Bienvenidas— La voz del guardia real me había sacado de mis pensamientos.

En compañía de algunos guardias reales, la otra seleccionada y yo nos encaminamos a la entrada del palacio donde vivían nuestros monarcas.

—¡Vaya que es precioso!— Decía la otra joven de nombre y apellido Francisca Lugdenbor, parecía ser un poco más mayor que yo, tenía unos rasgos faciales bien refinados, con unos llamativos ojos azules y cabellera rojiza.

La verdad es que tenía razón, la entrada al palacio era realmente hermosa, había un hermoso jardín delante de nosotras que poseía un camino de piedras blancas con arbustos de rosas rojas a los lados, en el centro había una fuente con el enorme sello del reino el cual era  una águila con una corona de diamantes incrustados al rededor. Hasta donde tenía entendido significaba la grandeza y majestuosidad que caracterizaba al mismo.

Al entrar nos quedamos perplejas, si el jardín era hermoso, el interior del castillo lo era aún más, grandes ventanales a cada lado, habían grandes adornos de oro que le hacían una perfecta combinación con la infraestructura del lugar.

Al fondo se podían observar la figura de tres personas, nada más y nada menos que nuestros reyes y a la derecha del rey se encontraba parado el hombre que nos había interrogado anteriormente.

—Bienvenidas a su estadía en el palacio, me presento formalmente soy el príncipe Eduardo III, primo de su majestad el Rey Peur, les explicaré en que consiste su estadía en el palacio.

La mirada de ese hombre podía transmitir un sin número de cosas y ninguna era buena.

—Su llegada al palacio consiste en lo siguiente, una de ustedes será elegida por el rey para cumplir una importante misión el cual es engendrar el futuro heredero de la corona.

En ese momento me sentí morir, creí que todo a mi al rededor me daba vueltas. El príncipe Eduardo no se había inmutado por mi reacción y siguió hablando.

—Su majestad la reina Eleonnor se encontraba en estado hace aproximadamente cinco meses, pero tuvo un terrible accidente cabalgando, el médico real dijo que la consecuencia de esta desgracia es que no podría tener hijos.

—Lo lamento mucho sus majestades, por tan terrible suceso— Decía Francisca, con ojos llorosos.

—Entonces prosigo con lo que les decía, una de ustedes será elegida por su majestad el Rey, ustedes fueron seleccionadas y sus familias recompensadas, se les ha elegido a ustedes porque ninguna dama de la nobleza podría ocupar este puesto y las condiciones que conlleva.

Sabía que había algo más pero no jamás imaginé que diría lo siguiente.

—Engendrará al heredero, pero luego del parto no tiene ningún derecho sobre él, la reina para todo el reino será como su madre y la elegida para traerlo al mundo habrá acabado con su misión, si decide permanecer cerca de él, será sólo como su institutriz, si se atreven a cometer alguna estupidez serán decapitadas delante de todo el pueblo y se les acusará de traicionar a la familia real.

Sabía que esta no sería solo una simple visita, así como también sabía que mi vida cambiaría para siempre y no de buena manera, no sé qué pasaba por la cabeza de Francisca, pero para mi era una pesadilla, yo siempre había soñado que el día que decidiera tener un hijo, o tan siquiera perder mi inocencia fuera con un hombre que amará de verdad.

Pero mi padre había destruido ese sueño, prefirió vender a su única hija, a cambio de una mísera recompensa.

LA VENGANZA DE LA REINA DE HOFFENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora