NADIE TE ESCUCHARÁ

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Quisiera decir que los días mejoraron, que ya no me sentía miserable, pero sería una triste mentira, habían pasado casi dos meses y yo no había quedado en cinta aún, los encuentros continuaron tal y como el Rey Peur había dicho. Las primeras veces seguí resistiéndome y en cada una recibía mi "lección" por no saber obedecer.

Hasta que llegó un punto donde dejaba que sus manos hicieran lo que quisiera conmigo, mi cuerpo permanecía inmóvil mientras recibía las fuertes sacudidas provocadas por aquel monstruo que tenía como Rey, mis lágrimas se habían secado de tanto llorar. Y solo me quedaba aceptar que esa era mi triste realidad.

—Marie deberías comer, nunca quedarás en estado si no te alimentas, necesitarás fuerz...— La voz de Francisca insistiendo cada día que debía comer, me hacía pensar lo delgada que estaba desde nuestra llegada al palacio.

—Détente— A pesar de que lo hacía desde la preocupación, estaba algo cansada del recordatorio de que era mi deber traer un heredero para este reino.

—En unos días se supone que llegue tú sangrado, esperemos que todo que todo salga bien, de ser así tú deber habrá sido cumplido, y solo tendrás que esperar el nacimiento del bebé.

Tenía razón, en unos días sabría si todo el infierno habría terminado, o tendría que seguir siendo torturada, de igual manera mi sufrimiento no acabaría ahí.

—Sabes, a veces me imagino que todo esto es solo un mal sueño y que en cualquier momento despertaré, pero luego entro a sus aposentos, observo a mi al rededor y veo que no lo es, que todo es real y que no tengo otra salida.

—Haz estado más triste de lo normal hoy, ¿Quieres que vayamos a dar un paseo por los jardines? Quizás así tomas aire fresco y te sientas mejor.— A pesar de que no tenia ánimos decidí aceptar o de lo contrario insistiría hasta el cansancio.

—Está bien, pero no por mucho tiempo

Nos encontrábamos en los jardines traseros del palacio en compañía de dos guardias reales, el cielo brillaba en todo su esplendor, los pájaros volaban de un lado a otro y por un momento sentí envidia de la libertad que poseían.

—¡Que hermoso día hace hoy!

El entusiasmo en la voz de Francisca era algo contagioso, porque a pesar de mi horrible situación, era imposible no sonreír ante la majestuosidad que teníamos en frente, la combinación del magnífico jardín lleno de toda clase de flores y de lo hermoso del día, era algo digno de ser ilustrado.

—Tienes razón— Me límite a responder con una diminuta sonrisa en el rostro.

Estuvimos paseando por los al rededores un rato, conversando de cómo era nuestra vida antes de llegar al palacio, me contó que tenía tres hermanos pequeños, y que en su tiempo libre le gustaba pintar o ir a recoger flores al campo.

De regreso al interior del palacio, nos fue imposible ignorar la presencia del príncipe Eduardo III, primo de su majestad el rey, pude notar sus ojos escudriñando cada parte de mi ser, poseía una mirada igual de oscura que el rey o tal vez hasta peor, la perversidad que poseía era indiscutible.

—Buenas tardes señoritas.

—Su majestad— Realizamos una breve reverencia y proseguimos a continuar nuestro camino.

—Espero este disfrutando su estadía aquí señorita Marie— Continuó hablando, mis pasos se detuvieron en seco ante su comentario.

Sabía muy bien las intenciones con que lo decía, lo hacía para molestarme, para verme vulnerable ante su presencia, pero no le daría el gusto de verme igual como el primer día a mi llegada.

—Muchas gracias, eso hago— Era una absoluta mentira, pero él no tendría porque saberlo.

Nuestras miradas se cruzaron y por un momento sentí los vellos de mí piel erizarse, su mirada y sonrisa con la que pronunció las siguientes palabras, me infundió un temor más grande que él propio Rey Peur.

—Me alegro entonces.

Había llegado la hora de la cena, según la ordenes del rey desde nuestra llegada, cada una cenaba en sus aposentos, pero a veces Francisca se escabullía al mío o yo al de ella, era muy deprimente la idea cenar sola para ambas, en esta ocasión Francisca vino a mi recámara y no sentamos en una pequeña mesa que había en una esquina.

—Sigues sin comer nada de tú plato

—No empieces por favor, no tengo apetito— Sabía que si continuaba así, podría afectar gravemente a mi salud y solo dificultaría las cosas aún más, no era mi intención agravar la situación más de la cuenta, pero últimamente se me estaba haciendo difícil hacer hasta la cosa más sencilla, como comer por ejemplo.

—Ya no insistiré, pero recuerda que empeorar tú salud no servirá de nada— Sin más recogió su plato y salió de la habitación sin despedirse, sabía que se había disgustado, pero aunque la idea absurda de nuestro rey no le molestara, yo era quien tenía que soportar sus constantes abusos

Las horas habían pasado, me encontraba profundamente dormida, hasta que escuche el chirrido de la puerta abrirse, posterior a eso fuertes pisadas empezaron a sonar en el interior de la habitación, la misma se encontraba en absoluta oscuridad lo cual dificultaba por completo mi visión

—¿Quién anda ahí?— Intenté cubrirme lo más posible con las mantas que tenía

Estaba muerta de miedo, y lo estuve aún más cuando escuché esa fuerte risa, era él lo sabía.

—Por favor retírese ahora mismo.

—¿Quién va a obligarme?, ¿Tú?— Siguió riéndose, su voz y risa fueron suficientes para acelerar aún más los latidos de mi corazón.

—¿Qué quiere de mí?— Estaba apunto de llorar, la voz se me rompía con cada palabra que emitía.

—Quiero disfrutar lo mismo que siente primo

Me apresuré lo más rápido a la ventana e intenté pedir ayuda, pero fue más rápido y la enorme palma de su mano contra mi boca, elimino cualquier posibilidad de recibir socorro.

—No irás a ningún lado y nadie te escuchará, así que mejor no te esfuerces.

LA VENGANZA DE LA REINA DE HOFFENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora