06 / Billy Showalter

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Solté un suspiro y contesté al teléfono.

—No vayas a subir.—Se escuchó una voz nueva.

—¿Qué hay ahí arriba?—Cuestioné.

—Es una trampa.—Afirmó el chico.

—¿Dónde está Bruce?—Pregunté.

—¿Quien es Bruce?—

—Yo estaba hablando con Bruce.—

—No conozco a ningún Bruce.—Dijo.

—El juega a béisbol.—Aclaré.

—Aquí no jugamos a béisbol.—Respondió.

—¿Quién eres?—Le pregunté.

—Ya no me acuerdo.—Contestó.

—¿Jugabas a fútbol soccer?—Cuestioné.

—Yo repartía periódicos, un día me caí enfrente tuyo y me ayudaste a levantarme.—Respondió.

—Billy... Eres Billy Showalter.—Siempre lo veía en la calle con su bicicleta, un día se cayó enfrente mía intentando girar. Sonreí al recordar ese momento.

—Quizás.—Comentó.

—Sí, eres Billy.—Dije.

—No subas las escaleras.—Advirtió.

—¿Que está haciendo?—Pregunté.

—Te espera... ahí arriba con ese cinturón. No dijo que te fueras y si lo intentas te castigará, te dará tantos golpes hasta que te desmayes y duele, duele muchísimo, llorarás, le rogaras que pare. Todos lo hicimos, pero el seguirá golpeandote.—Se colgó la llamada.

—¿Hola?—Pregunté para ver si seguía ahí pero nadie respondió.

Caminé hacia la puerta y la abrí, habían unas escaleras. Empecé a subirlas silenciosamente y cuando llegué al final de estas estaba el hombre sentado en una silla, sin camiseta y con un cinturón en la mano. Me asusté y bajé las escaleras, cerré la puerta y sin pensarlo empecé a comer, luego me tumbé en la cama y me dormí.

El sonido del teléfono me despertó, abrí los ojos y me los froté por el sueño. Me levanté y contesté a este.

—Dijiste que me llamo Billy.—

—Billy Showalter.—Dije.

—No me digas así.—Miré la botella y esta se estaba moviendo sola.—No lo recuerdo, no sé quién soy.—

—¿Cómo quieres que te diga? ¿Qué recuerdas?—Le pregunté y la botella cayó al suelo.

—Ya te lo he dicho, repartía periódicos.—Contestó.

—Vale, repartidor.—Dije.

—Enfrente tuya, en la pared hay una separación del suelo, escondí un cable ahí. Cógelo.—Comentó.

—¿Y qué tengo que hacer con eso?—Pregunté pero nadie respondió, solo la botella empezó a girar y señaló la pequeña ventana.

. . .

Gwen estaba dormida en la enfermería acompañada de su hermano Finney, de repente la pequeña se levantó alarmada de la cama con la respiración agitada, al parecer tuvo otro sueño.

—¿Que pasó?—Preguntó Finney.

Gwen no respondió nada, se levantó y salió corriendo de la sala. Finney no tuvo remedio y la siguió.

. . .

Busqué entre la separación de la pared con el suelo y noté un cable, lo saqué e intenté engancharlo en la rejilla de la ventana pero no pude así que cogí una de las alfombras y la apoyé en la pared, a través de ella metí el cable y lo enrollé en las rejillas. Intenté trepar por la pared pero me resbalé y me hice daño, le hice un nudo al cable y apoyé el pié en el. Conseguí llegar hasta la ventana, empecé a tirar de las rejillas hasta que conseguí quitarlas pero me caí al suelo adolorida y solté unas cuantas palabrotas.

Gwen había soñado con la casa en la que el raptor secuestraba a los niños y ahora estaba acompañada de Finney y su padre en el coche para buscar tal vivienda.

Estaba sentada en el colchón sin hacer nada, me levanté y seguí excavando, pude hacer un agujero grande, después de excavar un poco me senté otra vez en el colchón y me quedé mirando un punto fijo. La puerta se abrió y rápido me hice la dormida.

—Se que no estás dormida.—Dijo el hombre así que no tuve otra opción y me levanté.

—Me muero de hambre.—Comenté.

—¿Cómo te llamas?—Me preguntó.

—¿Qué te importa?—Contesté.

—Casi siempre me da igual, me entero por los periódicos, publican una foto muy bonita con todos los detalles que necesito y me entero de sus mentiras.—

—¿Qué es diferente ahora?—Pregunté.

—Es complicado... es muy complicado, todo es diferente, nada a salido bien.—Respondió.

—Déjame ir y ya.—Dije.

—Lo estoy considerando.—

—Prometo que no le diré a nadie—Me moví.—Puedes taparme los ojos, dejarme en alguna parte y yo me voy a casa.—

—Primero dime tu nombre.—Dijo.

—Sophia... Sophia Robinson.—Mentí, el hombre bajó un escalón y tiró la bandeja de comida al suelo para luego tirarme un periódico.

Lo abrí y había una foto mía con mi nombre y apellidos, de título anunciaban que había desaparecido.

—Me estabas empezando a caer bien, ¡Gabriela!—Le pegó una patada a la bandeja. —Casi te iba a dejar ir.—Se fue y dejó la puerta abierta de nuevo.

No hables con desconocidos (Bruce Yamada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora