Una profunda sensación de soledad invade mi pecho. El momento más duro es cuando la luna se monta y las luces se apagan. Todavía no es posible escuchar a los grillos callando al silencio. Solo soy yo, envuelta en frazadas que no tapan las heladas que sufre mi corazón. Y pienso, pienso, pienso. Y grito, grito en silencio. Y rezo, deseo, lloro por lo que nunca fue y nunca será. Vivo en una cueva hecha de cemento y nostalgias que no me dejan ver más allá. ¿Habrá realmente un más allá? Algo por lo que pelear, que aflore sentimientos en mi persona, me empuje fuera de mi habitat y me permita volver a soñar. ¿Volverán mis ojos a brillar? ¿Volverá mi boca a cantar? ¿Podré sentir devuelta la luz que se filtra en mi ventanal? ¿Podrán mis heridas cicatrizar?
Ordené mil veces mi habitación esperando una visita que sé que no va a llegar a mi puerta. Puse colores, ofrecí caramelos, llené de flores y perfume mi pelo, solo para escuchar las agujas marcando que otra vez pasó un día entero y no hay nadie alegrándose del otro lado por verme, esperando un abrazo y un café mal batido con licor.
Hoy detesto el invierno. Me congelo, mis pies no saben hacia donde caminar, mis labios se agrietan y el chocolate sabe amargo si no tengo a quien darle la mitad.
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Notas después de la medianoche
PoesíaEl insomnio a veces me lleva a querer poner en palabras las cosas que siento y pienso.