Cuando llegas a los 19, inevitablemente empezas a sentir como el suelo tiembla. Puede que antes ya le prestabas atención al tiempo, pero en el instante en que se acercan los 20, podes hasta escuchar las agujas del reloj pidiéndote que acomodes un poco tu vida. Hay varias cosas que podrían definirme hoy en día a nada de cumplir 22. Me levanto, miro el techo, pienso en todo lo que tengo que hacer y postergo. Atravesé una ruptura, volví a sentir el rechazo, supe lo que en serio era la mentira, perdí a más de una amiga y volví a dejarme percibir por la imagen que sentía que tenían los demás de mi. Es increíble, pero si, las cosas se repiten cuando decidis seguir mirando a las piedras con cariño. En este caso, las piedras son mi propia consciencia; un spoiler que le haría a mi yo de 16 sería que a 22 todavía fragmento mi cabeza en dos. Lo que yo deseo, siento, pienso y quiero contra el entender al otro y darle la última palabra, la que tiene más sentido que lo yo digo. Y también, que llegué al mismo nivel que en ese entonces. Mi algoritmo no para de marcarme horóscopos en los cuales no creo pero decido leerlos en el afán de encontrar alegrías y motivaciones en las cuales podría abrazarme. El inicio de mi redes no son más que frases motivacionales que me invitan a ponerme primera, porque sino de esa forma jamás alguien va a decidir por motus propio que respetarme sería lo ideal. Se me siguen cayendo las lágrimas cuando quiero expresar lo que siento y el sentido de hogar carece cada vez más de un sentido concreto. Volví a aferrarme a artistas que pueden hablar como yo no puedo y todas las noches tengo sueños vividos en donde me muero, digo perdón o te quiero. Sigo pensando que entre la pizza y los fideos, los mostacholes con aceite, ajo y queso son más ricos, como cuando volvía del colegio y mi mamá me esperaba con eso. Quizas ya no doy tantos consejos porque me avergüenza saber que lo que digo no lo aplico y soy capaz de sacarme el pellejo por abrigar la dignidad y el corazón de quien quiero, dejandome al descubierto sin piel, con frío y sin saber como llenar en mi el vacío. Le sigo teniendo miedo a la muerte. Acordarme que existe me remonta a la oscuridad absoluta donde no hay nada que sentir ni nada que pensar, donde deja de haber lo que había, donde todo se esfuma así sin más. Debe ser por eso que le tengo tanto miedo a la vida; ser responsable de elegir los caminos es todo un desafío si podría terminar teniendo tanto una estadía memorable como también un pasaje asegurado a las ruinas. Qué ironía. Vivir pensando constantemente en cómo vivir hasta que un día ya no esté viva y ni siquiera tenga un momento para arrepentirme por todo lo que no hice en el intento de tomar el sendero correcto.
A mis casi 22 sigo anhelando volver a ser chica porque cuando corría alrededor del roble del fondo, podía ser cualquier cosa que yo quisiera en todo momento. Y hoy en día... Bueno, soy esto.
Por lo menos me di cuenta que escribiendo acomodo mejor mis pensamientos.
Estoy en el segundo año de la carrera, estudiando algo que no sé si es lo que quiero pero por lo menos se acerca. Lo bueno, es que sé que no estoy del todo sola. Soy más parecida a mis pares que lo que alguna vez creí, encuentro en cada persona espejismos. Sin embargo, por más que me haya acercado más, me sigue costando relacionarme como se relacionan los demás. Rozo los extremos entre abrumarme fácil y ser intensa, sabiendo que todo se reduce al equilibrio pero todavía no puedo asimilarlo en el accionar.
Aún a días de cumplir 22, conservo cada minima cosa que me remonte a un momento en donde fui feliz, sobre todo si estaba en presencia de alguien más. Una caja con hojas, ramas, papeles con muestras de perfume, alguna que otra entrada y recibo, un par de dibujos y rayas, el envoltorio de algun chocolate y no voy a mentir que hasta el recinto de un paquete de cigarrillos. Sacarme un recuerdo implica omitir la existencia; tendría que llamarme acumuladora por excelencia. Pero no puedo y no quiero deshacerme de las cosas que siendo que construyen mi vida por si algún día me olvido de lo que paso. Así y todo me encontré en la disputa de empezar a quemar lo que creí realidad y era mentira, porque no solo me confunde, también me aturde.
No muchas cosas cambiaron pero a la vez todo dió mil vueltas. Y si tuviera que decir qué aprendí, probablemente me tape los ojos y las orejas, porque en estos días abunda más la confusión que lo que esclarece el tiempo. Esto no va a impedir que pida tres deseos al soplar la vela, ni aunque el año que viene me olvidé de lo que quería, ni aunque sepa con años de experiencia de que ninguno de ellos se va a cumplir.
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Notas después de la medianoche
PoetryEl insomnio a veces me lleva a querer poner en palabras las cosas que siento y pienso.