Capítulo 5.

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No deben fiarse de nada, mucho menos de nadie. Es muy probable que todo aquello que os digan o incluso aquello que leéis no sea cierto. Nada es lo que parece y nadie dice toda la verdad.
Estén alerta, no bajen la guardia.

Mis manos comenzaron a sudar y mi vista a nublarse. ¿Debía acercarme? ¿Debía volver a la cama y llevarme a Apolo para que no ladrara? Dios, el dolor de cabeza había vuelto, y parecía no querer irse. Me armé de valor y me acerqué lentamente al cristal del ventanal.
Antes de agarrar aquel sobre mis ojos analizaron cada milímetro del jardín, ¿y si había alguien observándome?
Sin darle más vueltas la agarré y volví a mi habitación, ¿debía abrirla? no estaba muy seguro de si todo esto me iba a hundir aún más. Y estaba también claro de que si la ignoraba no iba a poder sacar la nota de mi cabeza, ¿la abría? ¿la tiraba?
La curiosidad volvió a ganarme el pulso y la abrí.
Me costó un par de segundos descifrar cuál era el contenido de aquella nota, y tenía gracia, porque aquella nota la había escrito yo. Cientos de dibujos adornaban la carta alrededor, en ellos se podían distinguir un perrito, un gato, una casita decorada con numerosos girasoles y entonces recordé el momento en el que había hecho esa carta.

Llegué corriendo a nuestro lugar de encuentro y desde lejos pude distinguir su melena que se peleaba con el viento en una dulce batalla en la que ninguno de los bandos parecía ceder un poco. Mi joven acompañante, cansada de la misma situación, se hizo una trenza para dejar aquella batalla tan divertida de ver por finalizada.
Cuando llegué a su lado mis brazos rodearon su cintura mientras dejaba un beso sobre su cabeza y recordaba el fresco olor de su champú. Melocotón.

-Llegas 2 minutos tarde Lucas- dijo mientras miraba su reloj que llevaba en la muñeca izquierda.
-Vaya, me sorprende- dije riendo-
-¿El qué?- dijo mientras me miraba a los ojos.
-Pues dos cosas. La primera es, que el reloj no se haya caído de tu muñeca, te queda muy grande Salmée- dije con gracia mientras agarraba su muñeca- y lo segundo, es que hayas llegado antes que yo, cuando eres tú la tardona en esta relación.
-Cuando me llamaste estaba cerca de aquí, así que decidí acercarme en ese momento. ¿Me vas a decir ya que era eso tan urgente?
-He visto esto y quería enseñártelo, ¿no te parece preciosa?

Los ojos de Salmée aumentaron de tamaño,no supe en ese segundo que podía ser, pero en el momento en que sus brazos rodearon mi cuello y sus lágrimas salían de sus ojos supe que estaba feliz. Y, joder, verla feliz se volvió en uno de los mayores placeres de la vida, nada podía compararse a aquella sensación.
Si Salmée estaba preciosa cuando estaba triste, no os hacéis a la idea de cuán bonita estaba mientras sonreía.
Aquello que le enseñé fue una de las casas que se vendían a las afueras de la ciudad, lo que la hacía tan especial no era como estaba decorada, ni su color, ni su jadín. No, nada de eso.
A tan solo 10 minutos de esa casa había un enorme campo lleno de girasoles en los que Salmée podía perderse y seguir siendo feliz, donde buscar su luz. Su libertad.
A los pocos días le escribí una pequeña carta de amor que decoré con nuestro futuro. Perros, gatos y nuestra bonita casa llena de girasoles. Nada más que eso. Nada más que nosotros.

Mis lágrimas empezaron a mojar aquella carta y el bolígrafo empezó a descender por el papel. Dejé la carta en aquella caja donde estaban mis recuerdos de Salmée y el dolor de cabeza volvió, bueno sabía sin distinguir si lo que realmente me dolía era la cabeza o no.
Sin procesar muy bien todo agarré el teléfono y llamé a Mark.
Una llamada. Dos. Tres. Y así hasta diez.
¿Quién narices me estaba dejando aquello? No podía más, estaba al borde de la locura,bueno, igual ya estaba empezando en el proceso de volverse loco y por ese motivo nadie le creía. Aunque bueno, ese nadie solo era Mark, quizás si lo hablaba con alguien más me comprendería. ¿Pero quién? Si estaba solo, ¿quién me quedaba realmente?
Una última lágrima descendió por mi mejilla antes de volver a los brazos de Morfeo. Esa noche soñé con una joven con olor a melocotón, una casa llena de girasoles y con un paraíso en el que sólo había felicidad.

Me desperté gracias al fuerte sonido que desprendía mi teléfono. Con mucho sueño y desgana descolgué. Era Mark.
Su voz sonaba alejada, o bueno igual era porque el sueño estaba aún muy presente en mi cuerpo, pero cuando nombró a Salmée el sueño desapareció en menos de un segundo.

-Lucas, para ya, nos estás empezando a preocupar a todos.
-Pues para ya de dejarme cosas en el ventanal de mi casa o en el buzón- dije demasiado tranquilo.
-¿Pero qué dices? Yo no he dejado nada en tu casa Lucas, ¿ha pasado algo más?- pude notar un ligero cambio en el tono de su voz.
-Chao Mark, que tengas un buen día.

Después de colgar avisé a mi jefe que no podría ir por problemas familiares y que me tomaría unos días, era muy consciente que estaba ahí por enchufe así que no me diría nada respecto a mi ausencia.
Desayuné, me vestí y salí con Apolo a dar un gran paseo.
A pesar de lo temprano que era, las calles de Barcelona estaban repletas de gente, decidí ir a tomar un dulce café y comprar unas flores. Quería ir a visitarla. Lo necesitaba.
Apolo y yo caminamos hasta el cementerio y estuvimos allí un rato bastante agradable y tranquilo, hasta que llegó el momento de volver a casa.

Las calles seguían llenas de gente, parecía una locura la de gente que vivía ahí.
En el momento en que mi mirada buscaba tranquilamente la calle correcta pude distinguirla entre la multitud.
Era ella.

-¿Salmée?- susurré con un fuerte nudo en la garganta

Los besos que no pude regalarte. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora